Una de las calles más cortas de
Autlán y acaso la única de vocación completamente comercial es la del General
Anaya, que corre de norte a sur desde Venustiano Carranza para convertirse, una
cuadra más adelante, en Guadalupe Victoria. Es la calle de las fondas del
mercado Juárez y donde se encuentra la parada de cuatro rutas de transporte
público.
Vista de General Anaya hacia el sur. |
Sede de la casona de las
señoritas Michel (las Michelitas) y del magnífico mercado Juárez original,
destruido en 1953, en la calle General Anaya podemos ver, aguzando un poco la
vista, algunos vestigios de arquitectura tradicional asomándose tímidamente
entre rótulos de negocios y carteles pegados, con permiso o sin él, por todas partes:
la acera oriente está ocupada completamente por la relativamente nueva arquería
del mercado Juárez, con pilares de cantera que pretenden evocar la mejor época
de la imagen urbana autlense (aunque medio tapados con los toldos con los que
las fondas se defienden del sol), pero lo verdaderamente valioso podemos
encontrarlo en la más bien fea acera poniente. Ahí vemos cómo la línea superior
de las fachadas tiene líneas continuas, por lo menos en su primera media cuadra,
lo que da testimonio de un origen común. Hay también algunas ventanas
verticales, con rejas de hierro, que ahora sirven como escaparates de la ropa
que ofrece un comerciante; y puertas también verticales, con marcos, bases y
escalones tradicionales, que no han podido ser desplazadas por cortinas de
acero. Además, se repite la pintura con tonos ocre (a excepción de los colores
chillones de una paletería), con guardapolvo, menos en la esquina sur. Todos estos
vestigios están medio sepultados bajo toldos para proteger los negocios del
sol, anuncios de los negocios, minibuses haciendo su parada y usuarios
esperándolos.
Algunos detalles de arquitectura tradicional. |
Al ser una calle tan céntrica y
comercial, la de General Anaya es profusamente transitada por toda clase de
vehículos, muchos de ellos además se estacionan aquí: camiones de proveedores
de toda clase de mercancías se detienen “un ratito” para surtir a las
paleterías, taquerías, tiendas de ropa, dulcerías y otros negocios que se
encuentran sobre esta calle o las aledañas. También hay un par de pescaderías,
una carnicería, una mercería, entre otros giros. Hasta hace pocas semanas funcionó
una de las últimas tortillerías de las de antes, donde uno hacía fila para
comprar las tortillas recién salidas de la máquina. Ahora está cerrada, como la
mayoría de sus hermanas, y no sabemos qué uso tendrá su local.
Como ya dije antes, la acera oriente
está ocupada por el área de fondas del mercado, por donde es casi imposible
caminar entre 8:00 y 16:00 horas sin que las empleadas de estos negocios le ofrezcan
a uno amablemente de desayunar o de comer, con largas letanías que le evitan a
uno la molestia de responderles, por falta de tiempo: “Buenos días, joven, ¿va
a comer? Tenemos chilaquiles, carne de res, huevos al gusto, menudo, jugo de
naranja, café de olla…”. Para cuando terminan, uno ya caminó diez metros más
allá de la fonda y se encuentra escuchando a la trabajadora del puesto
siguiente. En este lado de la calle está un estacionamiento de motocicletas,
caótico y saturado casi siempre.
El área de fondas del mercado. |
El estacionamiento de motos. |
Mientras espero el minibús en
esta calle, a veces me da por imaginar cómo se vería la plaza de toros de
madera y petates que se montaba en el sitio que ahora ocupa el mercado, por
allá en el siglo XIX: cómo trabajarían los hombres que la armaban, las filas de
aficionados esperando a entrar al festejo taurino, las notas de la banda
durante la corrida, la llegada del ganado. Ahora, el único detalle taurino lo
ofrece la fachada de la carnicería La Verónica.
Pedro María Anaya, el personaje
cuyo nombre abreviado lleva esta calle, fue un general mexicano, defensor de la
República durante la invasión estadounidense. A él le tocó hacerle frente al
invasor en la Batalla de Churubusco, el 20 de agosto de 1847, y rendirle la
plaza al verse sin existencia del parque adecuado para los fusiles que portaba
su tropa; al serle requerido el armamento por el general estadounidense David
Emmanuel Twiggs, Anaya le espetó: “Si hubiera parque, no estaría usted aquí”.
Pedro María Anaya también fue presidente sustituto de la República en un par de
periodos, entre 1847 y 1848.
Vista de General Anaya hacia el norte. |
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