Publicado originalmente en Letra Fría.
Escribo esto la mañana del 25 de diciembre, entre la humareda que se ha vuelto habitual en fechas como esta en el pueblo, originada por las fogatas y la pirotecnia que tanto se acostumbran actualmente en Nochebuena.
En nuestros días, en los barrios populares y colonias de Autlán, con ligeros cambios entre unas familias y otras, la Nochebuena se festeja con una cena en la que participa casi siempre la familia extendida y que puede desarrollarse en el interior de la casa, en la cochera o, incluso, en la calle. La cena, cuyo menú más popular es la carne asada al carbón (aunque puede consistir también en una amplia gama de platillos basados en carnes rojas o aves) regada con refresco, ponche de frutas y diversas bebidas alcohólicas, suele ser ambientada con música popular de variedad de géneros, reproducida en potentes equipos de sonido cuyo alcance generalmente cubre toda la cuadra. A esta música se suman las explosiones de cuetitos, que no dejan de oírse en casi toda la noche.
Cuando dan las doce de la noche, la reunión se interrumpe para dar paso a las felicitaciones por la Navidad entre los asistentes, manifestadas en abrazos. Después de esto, la reunión puede prolongarse hasta la madrugada o, en casos extremos, hasta amanecido el día 25, cuando los niños de la casa abren y estrenan ruidosamente los regalos que les dejó el Niño Dios o, cada vez más frecuentemente, Santa Claus.
En algunos barrios se acostumbra, a partir del día 16 de diciembre, la organización de posadas “tradicionales”, donde se hace la clásica representación de los peregrinos pidiendo posada en Belén mediante el canto de los archiconocidos versos.
Hasta mediados del siglo XX la celebración de la Navidad en Autlán era diametralmente distinta, mucho más religiosa. En esos años 1950 la celebración se centraba en los pocos templos del pueblo, a donde la gente acudía la noche del 24 a misa de gallo, que se celebraba justo a la media noche. En las casas no había cena de Navidad, abrazos o intercambio de regalos, la actividad navideña en los hogares era un novenario, en el que desde el día 16 se encendían luminarias (pequeñas fogatas) todas las noches afuera de las casas, alrededor de las cuales se reunía la familia a platicar y botanear cacahuates. En esta década comenzaron a introducirse las posadas ahora llamadas tradicionales (traídas del centro del país como los altares de muerto). Especialmente recordadas por los viejos del pueblo son las que organizaba la señora María Hueso, originaria del DF, en el trapiche que funcionaba donde ahora está el famoso chacuaco.
Como ha pasado con otras actividades, la celebración de la Navidad ha ido cobrando importancia y presencia en Autlán conforme se le han ido integrando elementos de otras regiones o países.
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