Las sesiones no tuvieron una
duración muy precisa, pero todas rondaron la hora y media, comenzando a las
16:30 horas. Tuvieron lugar el martes 29 y el jueves 31 de agosto y los martes
5 y 19 de septiembre y fueron eminentemente prácticas: a lo largo de las cuatro
sesiones, pero también en su casa, los participantes en el taller fueron
bordando una crónica bajo el tema general de “Lo que me gusta de vivir en Autlán
o en El Grullo”. Carlos Efrén y Guillermo compartieron con los talleristas
algunos datos, ideas y experiencias para abordar un tema con el fin de escribir
una crónica, como la llamada “engorda” de ideas, el estímulo de los sentidos
del lector a lo largo del texto, el manejo de diversas fuentes para fundamentar
lo que se afirma en la crónica o el manejo de los personajes.
El taller incluyó sesiones en la
Casa Universitaria y una visita al jardín Hidalgo, en la que el cronista
municipal habló de momentos históricos y personajes que han sido protagonistas
en la vida de este sitio, esto con la finalidad de dar elementos a los
talleristas para los trabajos de redacción de su crónica. En la sesión final,
la del 19 de septiembre, tres de los talleristas compartieron el avance de sus
crónicas, tres magníficos textos sobre la vida cotidiana en Autlán y El Grullo
pero también sobre memoria familiar, mudanza y adaptación a un nuevo lugar de
residencia, atmósferas y costumbres ya perdidas.
Patricia Pérez hizo una crónica
titulada Te vas a hacer globera, sobre el cambio en su vida cuando se
mudó a vivir a El Grullo luego de casarse: la rivalidad entre los pueblos, las costumbres
y dinámica social de su pueblo adoptivo, la música, el cooperativismo y el
cambio que todo esto operó en su conciencia sobre el sentido del término “pueblo
globero”. Un argumento en contra de la rivalidad y a favor de la cooperación y
el trabajo conjunto.
Claudia Vargas, con una crónica
titulada Recuerdos de mi infancia, recorrió las calles de Vicente Guerrero
y Guillermo Prieto, describiendo las casas, las familias, el ambiente y las
costumbres del centro de Autlán en la todavía no tan lejana década de 1980,
pero que ya han cambiado radicalmente. Aparecen ahí la casa de la profesora Magdalena
Arias, la soberbia arquitectura de las casas de la calle de Guillermo Prieto,
las fiestas patronales y la estentórea voz del padre Larios, el enorme árbol
que estaba en el jardín Constitución y las travesuras de los zanates que habitaban
en él.
Rubén Figueroa, en su crónica El
nino Félix, recordó el oficio de alfalfero, que desempeñaba su abuelo y que
él vivió de cerca, junto con sus primos, en El Grullo. El autor menciona el
carretón, las mañanas frías en el campo de alfalfa y el reparto de los
entregos, el pan dulce y los juegos en los caminos vecinales, los chapuzones en
el canal y el carácter del nino Félix, para describir de forma entrañable un
oficio ya extinto pero que dejó una huella en toda una generación.
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