Publicado originalmente en Letra Fría.
Los científicos sociales aún no se han puesto de acuerdo sobre las causas de esta práctica. Algunos dicen que se debe a que quienes la realizan han perdido de vista la delgadísima línea que separa la intención de poner a disposición de la mayoría las grandes obras del ingenio humano (“lo mejor para los más”) de la pretensión de obligar a todo mundo a consumirlas (“el arte con horas-nalga entra”).
Otros creen que es solamente una manera de iniciar un evento artístico con sala llena, para dar una buena impresión a los visitantes y, sobre todo, a los diligentes fotógrafos de la prensa. No faltan los que, más pragmáticos, opinan que solo es un sustituto barato y sencillo de una profusa y estratégica campaña de promoción, que permita llenar la sala con personas realmente interesadas en el espectáculo anunciado. Lo cierto es que el acarreo de alumnos para llenar el Aula Magna en conciertos y otro tipo de presentaciones artísticas goza de cabal salud.
A grandes rasgos, funciona así: los alumnos se encuentran en sus aulas tomando tranquilamente su clase hasta que el profesor los convence de asistir al evento que está a punto de comenzar en el Aula Magna (este convencimiento puede implicar promesas de tipo estadístico, sobre las calificaciones de cada uno). Una vez convencidos, acuden en grupo al acontecimiento, que en muchas ocasiones a la mayoría no les es atractivo ni interesante en absoluto, por el motivo que sea.
Los muchachos llenarán la sala y, por unos minutos, permanecerán en silencio observando el desarrollo del espectáculo. Enseguida, ante el nulo estímulo que reciben desde el escenario y obedeciendo a su naturaleza humana, que impide vegetar a alguien con un mínimo de inteligencia, comenzarán a entretener sus mentes con una variedad de actividades: podrán contarse chistes, tomarse selfies, hacer ruiditos con una botella de plástico, jugar con las partes móviles de las butacas, ejercitarse en yoga con complicadísimas posturas que permitan colocar sus pies sobre el respaldo de la butaca de enfrente, comunicarse con el mundo exterior mediante las mil formas que permite un celular moderno… los más honestos y los líderes abandonarán pronto la sala, seguidos lenta pero constantemente por sus compañeros.
Esta práctica es un claro ejemplo de una fórmula “perder-perder”: pierden, desde luego, los muchachos que desperdician valiosos minutos que podrían dedicar a cualquier otra actividad, pierden los espectadores “normales”, a quienes se les dificulta la apreciación del espectáculo, y pierden también los organizadores que, con otro método, podrían llenar la sala de un público atento e interesado, que les agradecería enormemente el traer al pueblo actividades de gran calidad.
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