Ilustración de Santiago Betancourt |
Por Miguel Ángel Spitaletta
Buenos días, buenas noches, un cordial saludo señor Hitchcock.
Después de ver las escenas que construyó para sus películas voy a trazarle una carta. Quisiera –respetuosamente- compartirle mis comentarios e impresiones de lo que fue usted para el cine (o es) y lo que, yo desde acá, sentado junto a mi madre, pienso que es el cine de ahora. Ese que llaman cine industrializado.
Creo que usted no es como los políticos o algunos periodistas de mi país (Colombia) que desgarran el talento y lo convierten en morbo o incluso se dejan manipular por los poderosos. Al contrario, pienso que es magnífico y no tiene nada de enlodado, ese pensamiento, esa técnica, ese estilo que usted dejó estampado para niños, jóvenes y viejos. Quisiera entonces, empezar a desgranar todas estas generalidades de las que le hablo.
Me parece extraordinario que en medio de una guerra mundial no haya cambiado sus ideas, usted tenía claro y pareciese que se hubiera adelantado mucho más que nosotros, a que las películas no necesitaban de exageraciones violentas para ser cine, para ser una obra con bagaje artístico, cultural y sobre todo, cotidiano. Yo acabo de terminar varias de sus cintas y decidí hacer comparaciones con el cine que me acoge. Y a manera de Voyeur indiscreto, voy a expresarle mis disgustos.
Toda la vida colombiana, incluyendo el cine y mucha de su nueva literatura, Sir Hitchcock, es una especie de novelón policiaco mal diseñado y alargado al infinito; creo que usted me entenderá perfectamente. Mi país es todo un montaje, una especie de pueblo que quiere libertad, pero que se condena a no ser libre. Tiene paisajes y formas simbólicas alineadas para el desangre, la violencia y el saqueo particulares en cada región; yo siempre he dicho que es muy fácil volverlo película y ver este escándalo con arte, si tuviéramos personas que como usted que fue amante de ir a los tribunales y a los archivos de Scotland Yard para enterarse de la mentalidad criminal que tanto le atraía, como la que aquí tenemos, y guionistas como los que usted se topaba, y escritores que seguramente le nutrieron su inventiva criminal y policiaca como Dostoivsky, Poe, Kafka y Thomas de Quincey.
Si usted hubiera conocido a Colombia, le hubiera encantado seguramente, la cantidad de pájaros y tipos de aves que planean sobre la región andina, las aguas que abundan a lo ancho del país, las selvas que se desvanecen en un claroscuro todos los días, entre otras cosas, que podrían ser muy llamativas para usted, así como lo son para mí.
Creo que acá sería sencillo crear elementos sorpresa, jugar con la gente, darle mucha información para que no sepa qué hacer con ella, analizar las personas y sus comportamientos, poner una cámara que entre por las ventanas para averiguar chismes, y claro, acomodar señuelos que articulen los misterios que tiene este país, porque ¡Ah! Si tiene. Si no, pregúntele a los políticos. Volviendo al tema que nos convoca, creo que fue usted un hombre justo y disciplinado (como buen jesuita) en el montaje y la formas narrativas del cine, muy ligadas a unos guiones firmes, y poco flexibles. Todo medido. Sencillo y sin necesidad de disfraces. No en vano casi todos los personajes que sus amigos escritores y usted escogieron para las películas , reflejan la inteligencia y poca ignorancia que tienen. Para mí no hay ninguno sin talento. Acá los villanos inteligentes son pocos y también muy peligrosos.
No soy un crítico de cine, soy un joven estudiante que quiere mostrar y hasta crear realidades. Así como alguna vez usted fue un niño tímido, y luego, un gran director, una figura universal. Hay quienes dicen que a través de su lente podríamos explicar la mayoría de las técnicas y conceptos del cine. En mi país, los primeros planos son para los que tienen el poder, o para aquellos que los poderosos proponen para engordar más su poder. Nunca hay un primer plano para ver el sufrimiento, la emoción o la dicha de las gentes del común. Es como si se promoviera la homogenización social y cultural por parte de ellos, muchas veces con el auspicio de escritores, periodistas y por supuesto, guionistas y cineastas, que más que mostrar la belleza y la alegría, muestran el escarnio y la patológica violencia.
Hay una cosa que me gusta mucho de usted, Sir Alfred, y es, que no es un amargado. Se le nota el gusto por su trabajo y no esconde su sibaritismo. Tampoco parece ser un amarrado. Acá en Colombia hay mentalidades ambiciosas, atadas y ligadas a lo material, gente arribista y rigurosa, que cree tener mucho en sus cosas materiales y poco en las sustanciales. Tiene usted el talento de los gordos, el placer en el buen gusto y los buenos gustos, las buenas maneras y las buenas conversaciones hasta para las mujeres, pero sobre todo, la capacidad de reconocer que la vida no solo es de buenas acciones, sino de buenas pasiones y más allá de esto, de buenos humores.
Hay una común identidad entre nosotros dos, pero que la admiro en usted, y es su buen oído musical como director, sabe usted seleccionar sonidos para cada tipo de atmósfera, muestra usted en sus películas las dinámicas adecuadas para acelerar el ritmo en las escenas, y crear las condiciones para que el espectador se suspenda y levite y caiga. Además, tiene el refinamiento para escoger a excelentes asesores musicales como Bernand Herrmann para sus bandas sonoras, igual que lo hizo Orson Welles en su Ciudadano. Especialmente me apasiona esa sobredosis de bajos que dialogan con agudos y que se van acelerando muy en crescendo para darle mayor categoría y rigor a la imagen.
Por último, apreciado Hitchcock, me gusta su capacidad para camuflarse y como los pájaros, ser un ser de paso en las películas. Es usted un hombre fantasma de gran volumen y sabe en qué momento aparecer. Lo que llama la atención en sus filmes, creo yo, es la exploración y la explotación de los seres humanos. Por eso usted está diciéndonos que esos fantasmas ya los tiene dominados, se ríe de ellos, y los mira de frente a la cámara. Mientras tanto nosotros seguimos aquí en Colombia evadiendo los problemas, y huyéndole, sin poder darles la cara y sin entender, que hay que hacerle frente a nuestros fantasmas, para después reírse de ellos.
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