Ave Fénix en un bestiario medieval. Foto de La Fuente. |
Por el doctor Rodrigo Ramos Zúñiga
Los desastres,
por definición, representan condiciones ambientales de carácter natural o
provocadas por el humano, que tienen consecuencias catastróficas para la
sociedad, y especialmente para la salud de la población. Lo inesperado de estas
circunstancias, asociado la falta de previsión y planeación sobre los riesgos
de estos eventos que tienen un impacto masivo, da lugar a que la infraestructura
y mecanismos de respuesta sean rebasados y son generalmente insuficientes,
acrecentando las repercusiones de la catástrofe original.
Por fortuna,
cada vez se han tomado decisiones para conformar una estructura gubernamental,
de organizaciones sociales y organizaciones colegiadas, para analizar los mapas
de riesgos, implementar medidas preventivas y establecer mecanismos de reacción
y mitigación de los daños ante estas condiciones. Aun así, ante situaciones de un
impacto global, este mecanismo ha sido insuficientes por una serie de factores
y variables de tipo socio cultural, técnico y de capacidad instalada de
recursos aplicados para su manejo integral.
Las condiciones de falta de equidad, explican solamente en parte, porque
algunos países cuentan con toda una estructura sólida y financiada de
organismos de protección civil, y otros no tienen lo más elemental como son los
botiquines de emergencias.
Esta diversidad
socio-económica define en gran parte la misma diversidad en la respuesta ante estos
eventos masivos, lo que genera desbalances en el abordaje en la etapa aguda, y
resultados distintos en la eficacia y consecuencias a mediano y largo plazo.
Podemos dividir
dos grandes grupos de condiciones que se han denominado técnicamente desastres
por la OMS (Organización Mundial de la Salud), o también denominadas como
lesiones provocadas por accidentes masivos. Los desastres naturales son
variados y tienen una estrecha relación con las condiciones geográficas y de
los ecosistemas donde se encuentran insertas comunidades humanas: la naturaleza nos comparte temblores,
incendios, deslaves, ondas de calor, huracanes, tormentas, tornados y tsunamis.
Pero los humanos también provocamos
ciertas catástrofes, de manera accidental o de manera intencional e
incluso perversa: desastres químicos,
biológicos, accidentes nucleares, explosiones, caídas de edificios y presas por
una construcción deficiente, disturbios civiles masivos (mitin, concierto,
estampidas humanas, protestas masivas, fiestas populares masivas), accidentes
mecánicos, violencia (civil o militar), o terrorismo.
Ante este
panorama potencial, solo nos queda el discernimiento reflexivo y crítico que
nos conduzca a la prevención y a la toma de decisiones ordenadas ante las crisis
ambientales y por ende ante las crisis sociales.
No obstante, el
entorno que vivimos, tal vez exista una condición que podemos hacer más genérica
y democrática, que pueda coadyuvar a que las consecuencias sean menos
desastrosas: la educación y la capacitación informada.
Es aquí donde
entran en escena los liderazgos y su rol proactivo en las comunidades y
organizaciones civiles. La actitud, la educación y el acceso al menos a la
información básica, puede seguir siendo viable a través de grupos de liderazgo.
No me referiré a
los estereotipos de los líderes convencionales y publicitados, en donde
prevalece el ego, la megalomanía y la corrupción. Me referiré al líder
intrínseco, al que podemos desarrollar a través de la educación y los valores
de una sociedad, cualquiera que sea su representación moral en el fuero interno
El acceso a la
educación lleva implícita una responsabilidad proactiva, de carácter
transformativo. Por mucho tiempo diseñamos la educación informativa, y
pensábamos que solo era necesario proveer información sin cuestionamientos ni
análisis crítico. Luego apostamos por la educación formativa, en donde
incorporamos una escala de valores y actitudes para complementar la
información. Pero en estos escenarios, siempre los resultados fueron cortos si
evaluamos el impacto social de la educación
y la realidad.
Por ello fue
necesario sustentar la educación transformativa, la que forma líderes que
puedan transformar la información en conocimiento, que gestionen ese
conocimiento a favor de la sociedad, y que de forma proactiva promuevan la toma
de decisiones para que las comunidades se transformen.
Ese liderazgo es
el que se hace tan indispensable hoy. El del ejemplo, el de la orientación
informada correctamente, el de la evidencia científica al servicio de las
personas, el del acceso a condiciones de bienestar ejerciendo con libertad y responsabilidad,
sus ideas, sus creencias, su trabajo, o su esparcimiento.
Desde la
perspectiva macroeconómica, se ha postulado que los líderes son gerentes para mover
a otros y lograr objetivos financieros y de desarrollo empresarial, pero esta
visión ha dejado de largo las cualidades fundamentales del líder, que implican
la capacidad de servir a otros. El verdadero líder nace y se le identifica, no
por lo que hace solamente en un sentido pragmático, o por lo logros que
consigue, sino por lo que es capaz de inspirar a otros.
Si logramos
entonces conjugar esta mezcla del destino, de los liderazgos ante las crisis
ambientales y sociales, podemos identificar distintos escenarios. Es tal la
libertad, que sigue siendo viable tomar decisiones equivocadas, e inducir a
otros a que también lo hagan; o bien también tenemos la opción de buscar las
mejores alternativas y rutas para que todos juntos podamos enfrentar el periodo
crítico del impacto, resistir la sacudida inicial, cuantificar los daños y
resolver lo inmediato. (Ejemplo del
alpinismo)
Pareciera que el
objetivo terminal siempre había sido Existir-Resistir-Existir, pero la
búsqueda de espacios de conciliación personal y social, nos han llevado a otros
retos desde la perspectiva del futuro y no solo quedarnos a resolver los
duelos. El homo sapiens se caracteriza por su capacidad de anticiparse a
los hechos, por la predicción, por la planeación y por el diseño de las
decisiones ejecutivas. Existe de hecho un circuito neuronal en la parte frontal
del cerebro que se vincula exactamente con la recompensa, el placer y la
expectativa. Pero la expectativa ha evolucionado, porque le agregamos el
componente moral (moral filosófica), que la ha convertido en esperanza. La expectativa
es esperar a que algo resulte bien, la esperanza es esperar a que ese algo
tenga sentido para la vida.
De este
entramado aparece en escena un concepto innovador que vincula un momento crítico,
con la historia de la resistencia, pero además lo compromete a ir mas allá: es
la resiliencia.
Del latín resalió, resaliere, (rebotar, saltar), es una idea que ha tenido
aplicaciones prácticamente en todos los escenarios de la vida y de la ciencia (biología,
física). Por ejemplo, en el plano biológico y evolutivo, Darwin se refería a
que las especies que sobreviven, no son las más fuertes, ni necesariamente las
más inteligentes, sino las que tienen mayor capacidad de adaptarse. Y este
fenómeno sustenta el principio de la resiliencia biológica, que dio lugar a la
resiliencia emocional y cognitiva en el humano. En la física es la habilidad de
una materia de recuperar su volumen y masa posterior a una compresión mecánica.
De esta forma
aspiramos a que la resiliencia no solo resida en la capacidad de resistir, sino
en la capacidad de abordar, confrontar un proceso complejo y eventualmente
doloroso, aprender, desaprender, y aún más, de resultar fortalecidos de esa experiencia con
una nueva visión del futuro.
Seguramente
serán los formatos educados en la vía emocional y cognitiva, en la empatía de
reconocer lo que el otro siente, y de entender lo que siente; la que nos pueda
conducir a tejer un hilo virtuoso y sólido, que nos permita vincular al
liderazgo y la resiliencia como ejes centrales en la toma de decisiones en los
periodos críticos del individuo y de la sociedad.
Ese liderazgo
comprometido, sin conflicto de interés, proactivo y procurador del bienestar
social, es el más urgentemente necesario. Las sociedades científicas con
interés en las personas y sus comunidades y con compromiso social, son las que realmente
pueden trascender, cuando logran incorporar sus voluntades proactivas con los
principios fundacionales de servicio y bienestar común de manera responsable y
sustentable.
En tiempos de Pandemia. Junio del 2020.
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