domingo, 10 de mayo de 2020

Por el camino viejo a Ahuacapán


Para trasladarnos de Autlán a Ahuacapán actualmente utilizamos, por comodidad y rapidez, la salida a la Costa por la calle de Guadalupe Victoria y seguimos por la carretera federal 80 hasta pocos metros antes de comenzar a subir hacia la Cumbre. Ahí se encuentra, visible y bien señalado, el crucero que nos lleva a Ahuacapán.
Pero existe otro camino, el viejo, que era usado desde siglos antes de que se abriera la carretera a la Costa. Éste parte actualmente del Periférico, frente a la colonia Las Parotitas, y sigue una trayectoria recta hasta encontrarse con el camino que viene de la ya mencionada carretera federal 80, formando un crucero. De ahí solo resta caminar un tramo más y hace uno la entrada al pueblo de Ahuacapán.

Una sección del muro.

Este camino viejo, como podemos inferir, tiene su historia, de la que quedan aún vestigios físicos. A lo largo de algunos cientos de metros podemos ver, a las orillas del camino, restos del muro de grandes ladrillos que formaba parte del rancho El Terronal, dentro de la hacienda de Ahuacapán en su lindero con el fundo del pueblo de Autlán. En el mejor de los casos el muro ha sido usado como base para construcciones modernas, como tejabanes, en la elemental urbanización que se está desarrollando en ese lugar. En el peor, trozos del muro yacen derribados junto al camino, a donde vienen a recoger ladrillos algunas personas, para reparaciones o construcciones propias. El muro rebasa con holgura los cien años de vida, los ladrillos de que se compone ya son cocidos y no simples adobes. Está coronado a todo lo largo por ladrillos de una forma distinta, semitriangular, con el que se logra dibujar una especie de cresta en lo alto.

Vestigios de una antigua puerta.

También se pueden ver, en algunos puntos, otros restos del rancho, como gruesos pilares o el marco de una gran puerta, por la que ahora entran y salen camiones y tractores hacia los campos de cultivo. Hasta este rancho llegaban, como dije arriba, los límites de la hacienda de Ahuacapán, que a mediados del siglo XIX fueron motivo de un largo litigio entre su propietario, don Pedro Regalado Michel Corona, y el Ayuntamiento de Autlán. De este conflicto se derivó, en 1850, la primera disposición conocida para determinar la antigüedad del pueblo de Autlán y su calidad de pueblo indígena o fundado por españoles.
En el mismo año de 1850 y en el contexto del mencionado pleito, el juez de primera instancia, Jesús Agraz, otorgó a Pedro Michel la legítima propiedad sobre los potreros de Los Terrones y de La Virgen, junto con todos los que estuvieran “como a media legua” al sur del pueblo de Autlán, correspondiente a este rancho de El Terronal.

Un tejabán tomando como base el antiguo muro.

El camino viejo a Ahuacapán, que es todo de terracería, es recorrido en nuestros días, de forma cotidiana, por todo tipo de vehículos relacionados con la actividad agrícola, incluyendo los tráileres de la empacadora Bonanza, que tiene sus imponentes instalaciones en este lugar. Pero esta tierra, hollada ahora por llantas de caucho de bicicleta, moto y otros vehículos, fue en otro tiempo regada con la sangre de gentes arrebatadas de su vida por el remolino de la Revolución.
Por aquí los zamoristas trasladaron a Autlán los cadáveres de los carrancistas, producto de la carnicería que hicieron con ellos en Ahuacapán el 10 de agosto de 1915, en la batalla más cruenta de ese episodio histórico en nuestra región. Los federales, mandados por Simón Cobián, estaban desayunando en la hacienda esa mañana, donde pernoctaron luego del triunfo que sobre el zamorista Domingo Araiza lograron en Autlán el día anterior. En esas les cayó Pedro Zamora con su gente, desbaratándolos por completo. Según Ramón Rubín, Zamora habría mandado traer a la Banda Autlán, dirigida por Feliciano García, para que lo acompañara en su entrada triunfal al pueblo, en un macabro desfile que incluía carretas llenas de los cadáveres de los federales y un burro en el que iba atravesado, desnudo, el cadáver de Cobián.
Por este mismo camino, en mayo de 1918, falleció en circunstancias poco claras el hacendado de Ahuacapán Carlos Valencia. Según una versión oral que se ha conservado desde entonces los de Pedro Zamora lo habrían secuestrado y, previo desollamiento de las plantas de los pies, lo habrían hecho caminar por el camino plagado de piedrecillas hasta causarle la muerte. Su cadáver habría sido abandonado en el camino, previo despojo de todo lo que llevaba de valor, incluyendo la ropa. Según la otra versión, mejor fundamentada, el destacamento militar de Autlán, al mando del capitán Gómez Flores, habría recibido la orden de la autoridad militar del Estado de detener a Valencia por sospechas de estar en contubernio con los bandidos zamoristas. Una escolta de soldados lo habría detenido en la hacienda y, mientras lo trasladaba a Autlán, sufrió el ataque de los alzados para liberar al reo. En la confusión el detenido habría intentado huir y uno de los soldados abrió fuego contra él, dejándolo tendido. Las dos versiones fueron publicadas en El Informador en su momento.
Pero no todo fue sangre y violencia. Por ese camino viejo a Ahuacapán se estableció el vínculo entre la hacienda, ahora pueblo, y Autlán; por ahí vinieron niños a estudiar la primaria a la cabecera municipal y, una vez que hubo, también la secundaria y la prepa. Por ahí circularían los agraristas de Ahuacapán y ranchos circunvecinos a hacer trámites o a llevar sus productos a Autlán y, por fin, no pocos muchachos saldrían de uno u otro pueblo a “noviar” al otro, a riesgo de sufrir corretizas y pedradas de los vecinos de la interfecta.
No pocos de ellos apresurarían el paso en ciertos tramos del camino, temerosos de las apariciones de espantos, producto de todo lo que ocurrió en ese lugar.
El camino viejo a Ahuacapán es perfectamente transitable en la actualidad.


Fuentes:
            * El Informador. Ediciones del 5 y el 8 de junio de 1918.
           * La hacienda de Ahuacapán. Conflictos de límites en 1850, por Ana María de la O Castellanos y Rafael Cosío Amaral. Publicado en la revista Estudios Jaliscienses de febrero de 1994.

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