¿Por qué un libro más de historia de Autlán?
Y, encima, hecho y publicado por un grullense.
¿Por qué?
Para responder a estas
singulares preguntas habrá que reflexionar sobre dos cosas: la primera es el
concepto de microhistoria o de historia matria, disciplina conocida con esos
dos nombres, y otros más, por su fundador, don Luis González y González. La
segunda es la vieja rivalidad entre El Grullo y Autlán, pueblos hermanos si los
hay en Jalisco.
La microhistoria,
también conocida como historia de campanario, es, como nos lo enseñaron en la
prepa, la historia que refleja la realidad nacional a través del estudio de la
vida de una comunidad. Es el registro de esos elementos, pequeños e
insignificantes para la Historia con mayúscula, la académica, (familias,
edificios, tradiciones, vicisitudes, personajes “locales”) pero que son
valiosos y determinantes para la configuración de la identidad de un pueblo. Los
lectores la entendemos y la sentimos más cercana y así, nos permite entender
los fenómenos sociales y la forma en que reaccionamos ante ellos de una forma
más precisa y concreta que las conjeturas, a menudo erróneas, a que nos orillan
las interpretaciones de la “marcohistoria”, la de bronce. Es, en resumen, la
historia limitada temporal y espacialmente, hecha casi siempre, con minucia,
por los eruditos de la tierra. Autlán de
la Grana al Manganeso puede considerarse una obra de microhistoria que
refuerza y complementa, en muchos sentidos, que veremos más adelante, a la
extensa bibliografía que ya existe en la microhistoria autlense y en eso reside
su importancia. Eso contesta, entonces, la primera pregunta.
La segunda pregunta es
un poco más incómoda… ¿por qué una historia de Autlán contada por un grullense?
Desde hace varias generaciones (me imagino que desde que El Grullo
existe como pueblo), siempre ha existido un pique o competencia entre los originarios de
los dos pueblos. Es casi inevitable que donde se junten autlenses y grullenses
(un salón de clases, una fiesta) comiencen, en cuanto agarren confianza, las
discusiones de cómo en El Grullo hay más comercio, pero en Autlán está el
CUCSur, pero en El Grullo hay más tradición musical, pero Autlán tiene más
historia, pero El Grullo siendo más joven casi tiene los mismos servicios, pero
tienes que ir a Autlán a cualquier trámite, pero su Carnaval es puro vicio,
pero bien que se llena de grullenses… y así ad
nauseam.
Sin embargo, esta es una situación más bien folclórica, limitada al
chiste y a la carrilla entre amigos.
Por lo menos en los últimos años, hemos podido ver cómo existe una franca
cooperación e intercambio entre habitantes de ambos pueblos, señaladamente en
el campo de las artes y la cultura: hay grupos musicales que cuentan con
integrantes de ambos pueblos, alumnos grullenses estudian en el CUCSur mientras
autlenses lo hacen en el Tecnológico de El Grullo, etc. Y aún más: hay familias
cuyos integrantes viven unos en El Grullo y otros en Autlán, abundan las
parejas conformadas por autlense y grullense… más que rivales, nuestros pueblos
son más bien pueblos hermanos. No es de extrañar, entonces, que un cronista que
ha dedicado tanto tiempo y trabajo a la investigación y divulgación de la
historia de esta región, le dedique la más reciente de sus obras a Autlán. Eso
contestaría la segunda pregunta.
Antecedentes
de bibliografía histórica de Autlán:
Como una ciudad
milenaria y de importancia política y cultural durante casi toda su existencia,
Autlán tiene una historia muy rica. Reflejo de esto son los más de veinte
libros que sobre distintos temas de su historia se han publicado: desde el
Carnaval hasta la guerra de Independencia, pasando por sus calles y barrios,
sus ciudadanos distinguidos, sus templos, su vida cotidiana… pero de entre
todos, son tres los que pueden llamarse las obras mayores de la historia
autlense: el Estudio Histórico, Ortográfico y Etimológico de Autlán, publicado
en 1912 por don José María Casillas, Autlán (1988), de don Rubén Villaseñor
Bordes y las Crónicas de Autlán… de don Ernesto Medina Lima, cuyas dos
ediciones salieron entre 2000 y 2005. Con estos tres últimos libros tiene el
que presentamos hoy algunas semejanzas, siendo la más importante su amplitud:
encontramos en él información desde la época prehispánica hasta la segunda
mitad del siglo XX. También se parece a ellos en la importancia de sus fuentes:
los archivos documentales religiosos y civiles investigados por su autor en
repositorios tan importantes como la parroquia del Divino Salvador, el Archivo
del Congreso de Jalisco y otros, la bibliografía existente y entrevistas con
personas que presenciaron o participaron en los hechos.
Pero decía hace un rato
que este libro refuerza y complementa en varios sentidos a esta extensa
bibliografía. La información que don Ignacio obtuvo de los archivos está
presentada de tal forma que sirve como una obra de consulta para conocer los
nombres de las autoridades civiles, militares y religiosas, así como de los
propietarios de las encomiendas y haciendas de la región en cualquier momento
de la historia. Contiene, además, algunos temas poco o nada tratados en obras
anteriores: una amplia y minuciosa genealogía, dividida en sus tres tomos,
donde se describe a algunas de las familias que han habitado el pueblo desde la
llegada de los españoles, así como una extensa galería fotográfica. En los
próximos tomos podremos ver también capítulos sobre la mina de manganeso, el
ingenio Melchor Ocampo, sobre visitas y censos, sobre deportes…
Es, además, la primer
obra grande de historia de Autlán concebida desde su inicio como una unidad y
no como una colección de trabajos publicados previamente, por lo que el trabajo
invertido en ella es francamente meritorio. Y más si tenemos en cuenta que,
como anteriores cronistas de Autlán, se realizó invirtiendo el tiempo que
dejaban libre las ocupaciones remuneradas. Seguramente don Ignacio, como don
Rubén Villaseñor fue “al archivo y a la biblioteca en lugar de ir al café, a la
granja o al Country Club”.
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