martes, 10 de febrero de 2009

Conferencia con Óskar Ruizesparza

Anoche en el salón Ernesto Medina de la Presidencia Municipal, dentro del marco de la II Semana Cultural Taurina del Cículo Taurino Autlán de la Grana, el reconocido fotógrafo taurino Óskar Ruizesparza ofreció una plática acerca de su trabajo, ante una muy pobre entrada de apenas 33 personas, incluyendo los organizadores.

La plática comenzó como a las 20:30, con la presentación por parte de Joselito, donde hizo una breve mención de la trayectoria del fotógrafo: cuarenta años en la profesión, los veinte últimos dedicados a la fotografía taurina, con obra suya expuesta en muchos lugares de México, además de Nueva York, París, Centroamérica y, en este año, en Sevilla.

El fotógrafo contó que hace veinte años, sin saber nada de toros, le nació el gusto por fotografiar todo lo relacionado con las corridas. Por esa época, comenzó a hacer algo que nadie había intentado: convencer a los toreros de dejarse tomar fotos de estudio, en diferentes poses y, en ocasiones, venciendo algunos de sus tabúes y supersiticiones más arraigadas, como el miedo a la muerte: existe una foto de "El Conde" sin el traje completo y acodado en un ataúd.
También mostró algunos montajes que ha preparado, como unas imitaciones de los carteles de toros del siglo XVIII, pero con fotos de toreros actuales, además de algunos collages que muestran las distintas expresiones, gestos y poses de los toreros dentro y fuera del ruedo, además de lo que rodea a la tauromaquia: la afición, los aprendices, entre otras cosas.


Una exposición de parte de su obra puede apreciarse en los pasillos de la Presidencia y en los arcos del portal Morelos, desde el pasado domingo y hasta que termine el Carnaval.

Ah, para los amigos del Cículo Taurino: que no los desanime la falta de público, a veces es difícil convencerlos de asistir. El mejor remedio es la perseverancia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fallecí una tarde de Octubre del 2008, en la ardorosa y desoladora arena de Acho, dicen que fue la fiesta de los toros, todo un espectáculo de arte, jamás fue fiesta para mí, menos existió el arte; un día antes empezó mi desventura, me llevaron donde jamás estuve, la oscuridad, quise descansar pero no me lo permitieron, a palos me hacían saber que tenía que mantenerme despierto y de pie, varias horas después y sin saber porque, me golpearon con palos los testículos y riñones, soy fuerte pero no voy a negar que fue el inicio de mi llanto, a los minutos me llevaron hacía una puerta, ésta se abrió, estaba yo completamente desorientado, vi la luz y me aterré, salí al ruedo tratando de saltar y huir, no había como, la gente clamaba por sangre, sospeché lo peor ¡Pero no! Ellos eran los pensantes seres humanos y yo el animal, jamás permitirían el genocidio; se antepuso un hombre con un extraño capote, me incitaba a la pelea, el ruido del público me puso nervioso, lo embestí para asegurar mi existencia, él esquivaba y gambeteaba mi estrategia, no encontraba explicación a su propósito, al rato un picador clavó un puyazo en mi lomo ¡Qué dolor! Claro, me rompió los músculos de esa zona, la sangre que emanaba y yo cada vez más débil, arremetió nuevamente contra mi con más rabia que antes, a éste señor jamás lo había visto antes, no entendía sus razones para hacerme daño, me pregunté si ¿Yo también tenía Dios? Los aplausos y gritos de la eufórica gente me hicieron entender algo, pedían mi muerte, no sin antes prolongarme el sufrimiento; Sentí los puntillazos de las banderillas, fue indescriptible la tortura, se prolongo la hemorragia pues los ocho arpones que tenía en mi lomo medían 8cm cada uno, ya no levantaba la cabeza, mi espina dorsal estaba muy herida y de eso hacía alarde el torero con pasitos artísticos delante de mi, nuevamente la gente aplaudió premiando su valentía y machismo, mientras yo exhausto agonizaba, esperé el sablazo final, la espada de 80 centímetros de filo y acero me destrozó el hígado y los pulmones, empecé a vomitar sangre, aunque siempre me consideré valiente, di mis últimos pasos de modo vergonzoso, la sangre llenaba mi boca y nariz, me asfixiaba, resistí y resistí, pronto caí, lloraba ¡Sí! Estaba llorando, tuve la esperanza que uno de esos seres que gozaba mi agonía se arrepienta y me salve, me equivoqué, los hombres se matan entre hombres ¡Porqué no matar un animal? Ellos pagaron por ver mi agonía ¿Quién les privaría de ese espectáculo? Pedían el descabello y así fue, una puñalada en mi cabeza dañó mi medula espinal y me dejó paralizado, ante la algarabía del público y la vanagloriosidad del torero, dejé de respirar.
Fallecí una tarde de Octubre, el resto usted ya lo sabe…

Asesinos a sueldo