El domingo 16 de junio
emprendimos un viaje a Comala, el pueblo mágico colimense, no porque alguien
nos hubiera dicho que ahí vivía nuestro padre sino solo para hacer un viaje
familiar a manera de festejo del Día del Padre. Salimos de Autlán pocos minutos
después de las 7:00 horas, luego de alguna indecisión sobre la pertinencia del
paseo provocada por la tormenta que se desató sobre aquella región la misma
madrugada del domingo, visible y audible desde Autlán. La vista matutina de los
volcanes luego de la tormenta, recortados en un cielo nublado pero apacible,
nos decidió definitivamente a tomar camino.
Cruzamos los pueblos por
los que pasa la carretera que nos conecta con Ciudad Guzmán mientras en ellos
revoloteaba la animación propia de una mañana de domingo: la fonda de Alicia en
Las Paredes comenzando a llenarse, fritangas de puerco en casi cualquier pueblo,
puestos de pajaretes de vaca o de chiva, el ajetreo en los invernaderos de
Bioparques y el pueblito que se ha ido desarrollando alrededor de esta
agroindustria (que ya cuenta hasta con tianguis), una moderada carga vehicular
en la carretera, todo con un toque más alegre de lo habitual, acaso producido
por la reciente lluvia, la primera abundante del deseado temporal… con este
ambiente cruzamos el valle de Autlán y el llano rulfiano: El Mentidero, Las
Paredes, El Grullo, El Limón, Tonaya, Apulco, La Croix...
Unos cuantos kilómetros
más allá de Cuatro Caminos llegamos al crucero que conecta a la carretera
estatal con la cabecera municipal de Zapotitlán de Vadillo, desde donde se toma
una nueva carretera estatal que lleva directo a Comala. Decidimos tomar este
camino, a pesar de ser más estrecho y plagado de baches que el que rodea por
Ciudad Guzmán, con tal de conocer otra región de Jalisco y otra de sus
fronteras con Colima, una menos conflictiva que la de Cihuatlán y menos
trillada que la del rumbo de Tuxpan.
El Volcán de Fuego, asomándose detrás de un cerro.
Y la elección fue muy acertada: el simple recorrido del camino entre Zapotitlán y Comala es una experiencia estética placentera. La carretera serpentea, en un constante pero suave descenso, entre barrancas labradas por escurrimientos que por milenios han bajado de los volcanes, cuya imponente presencia enmarca el viaje de forma casi continua. A la salida de cada curva, detrás de cada árbol, ora al lado izquierdo, ora al derecho, se ve brotar a las majestuosas montañas que vigilan esta región del país. Pero no solo son los volcanes lo que hay que ver en esta parte de Jalisco: hay una zona arqueológica que se llama Los Cerritos, que desde la carretera luce como una serie de pequeñas cuevas labradas en el paredón de la montaña; la vista del cerro del Petacal como despidiéndose del llano que se va quedando atrás y el paulatino cambio de vegetación conforme se avanza hacia la llanura costera también son elementos atractivos. Fue una sorpresa encontrar pequeños autobuses que hacen la ruta entre Zapotitlán y Comala, prestando un invaluable servicio a los habitantes de Chancuéllar, Mazatán, San José del Carmen y otras poblaciones pequeñas asentadas en estos volcánicos parajes.
El más ancho de los
arroyos que bajan de los volcanes, tributario del río Armería (el Ayuquila de
nuestra región) es el que hace las veces de frontera entre Jalisco y Colima en
estos lares. Se da uno cuenta de esto gracias a los señalamientos que se
encuentran antes de llegar al puente que lo cruza y que lleva el sugerente
nombre de Puente Río de Lumbre. Aquí se entra al estado de Colima y, no sé si
por la realidad o por simple sugestión, se siente un cambio en la calidad de la
carretera, favorable al estado vecino.
Antes de llegar a Comala
hay que manejar algunos kilómetros entre una vegetación exuberante, en una
carretera flanqueada por grandes árboles. Se pasa por Suchitlán, que viene a
ser el espacio fresa de Comala, algo así como lo que es Ajijic a Chapala: hay
restaurantes a orilla de carretera, muchos de ellos con nombres e imagen
basados en el concepto del café. Acaso por ser domingo, a la hora que pasamos
por ahí los dichos restaurantes ya estaban llenos, con cada espacio de
estacionamiento ocupado por algún vehículo. Pero ese no era nuestro destino,
así que no pasó de ser solo un dato curioso.
Llegamos a Nogueras, una
población del municipio de Comala, poco después de las 10:30 horas, dejamos el
carro bajo la sombra de un árbol y pasamos a conocer la parte medular de este
lugar, sobre la calle que se llama precisamente Hacienda Nogueras. Ahí se
encuentran las tres sedes del Museo Universitario Alejandro Rangel Hidalgo y el
Centro Universitario de Gestión Ambiental y Ecoparque Nogueras, administrados
por la Universidad de Colima. Nogueras fue una hacienda azucarera, floreciente
durante el siglo XIX y un tanto venida a menos en el XX, que pasó por las manos
de varias familias prominentes. De ella quedan en pie el chacuaco y la capilla,
entre otros vestigios desperdigados por el pueblo, lo que hace recordar a la
hacienda de Ahuacapán.
La calle que ya mencioné
y sus alrededores tienen la particularidad de albergar algunas casas cuyas
fachadas llevan el sello rangeliano: colores vivos, diseños triangulares en las
pequeñas ventanas y una simbiosis con la naturaleza del lugar, representada por
un árbol frondoso, macetas o jardineras bien cuidadas. La calle es bastante
bonita, todas sus fincas son de arquitectura regional, cuenta con un arbolado
sano y bien cuidado y con elementos sobrevivientes de la hacienda, como un
tramo de acueducto ahora flanqueado por bugambilias. Aquí se encuentra también
la capilla, pequeña y austera pero bien conservada, en un estilo que recuerda a
la de Ahuacapán pero mucho más pequeña. Las campanas de la capilla están ahora
resguardadas dentro del templo, debido a que el último terremoto dejó unas feas
cuarteaduras en el campanario, que esperan a ser reparadas.
Una vista de la capilla de Nogueras.
Entramos a dos de las
sedes del Museo de Alejandro Rangel, la principal y la que fue su estudio,
ambas son pequeñas pero cargadas de objetos de interés. En la primera hay una
sala con obra original del pintor colimense, incluyendo su interpretación del
retablo barroco de Santa María Tonantzintla, el cuaderno donde está su primer
dibujo y algunos muebles diseñados por él. Esta sala desemboca en las que
resguardan la colección de piezas prehispánicas que Rangel fue conformando a lo
largo del tiempo, con figuras que los habitantes de los alrededores de Nogueras
le llevaban a regalar. Hay aquí piezas de gran valor, muy bien conservadas y
dispuestas en vitrinas en una organización basada en lo que las figuras representan:
vasijas de diversos tipos, dirigentes o personas prominentes, escenas de la
vida cotidiana, los famosos perritos colimotes, entre otras.
Desafortunadamente, no se cuenta con fichas técnicas por no conocerse el origen
exacto y el contexto en que fueron halladas las piezas.
Piezas prehispánicas en el Museo Rangel Hidalgo. |
La segunda de las salas
de piezas prehispánicas está diseñada como un horno, sin ventanas e iluminada
con luz roja y con las vitrinas distribuidas en los costados y al fondo de la
sala. El horno tiene que ver con el proceso de cocción de las piezas de barro,
de las que vemos verdaderas maravillas: una mujer llorando, un murciélago,
vasijas cuyas patas son unos pericos, guerreros, cargadores, unos amigos que
caminan abrazados… en los textos curatoriales se advierte que, si bien los
antiguos habitantes de Colima no dejaron escritos en los que describieran sus
costumbres, sí que dejaron una crónica de su vida a través de estas figuras.
Artículos de la vida cotidiana en la hacienda de Nogueras. |
Las demás salas de esta
sede están dedicadas a la vida durante la época de apogeo de la hacienda, incluyendo
una cocina completa con artículos originales, como un filtro de agua, un zarzo
y todo lo necesario para la confección de los alimentos, así como muebles
diseñados por Rangel.
La sede que antes fue el
estudio de Alejandro Rangel está poblada de artículos que le sirvieron en vida.
Muebles, libros, herramientas, reproducciones de su obra, que nos ofrecen un
ambiente cercano al que él mismo creó en vida. Entre sus libros vimos obras de
historia de Colima, de arte y algunas de literatura; también hay fotos
familiares en la hacienda de Nogueras, cuando la familia Rangel vivió aquí.
Artículos de la Tiendita Rangeliana.
En la acera de enfrente
está la Tiendita Rangeliana, en la que se venden toda clase de artículos
estampados con la obra del personaje más relevante de Nogueras: camisetas,
llaveros, separadores de libros, tarjetas, posavasos, las infaltables tazas…
también hay reproducciones de sus cuadros más conocidos, a precios muy
accesibles. Afuera de la tiendita, un señor ofrecía una bebida llamada bate,
hecha a base de chan, una semilla semejante a la chía, que se sirve mezclada
con jarabe de piloncillo. Esta bebida es refrescante y energizante, y tiene una
consistencia muy espesa, como de atole.
Luego de un rato en
Nogueras, pasamos a Comala, a donde se llega siguiendo una calle que lleva el
nombre del escritor Luis Spota. Se trata de un camino empedrado, a cuyas
orillas corren lienzos de piedra y algunas casas, amén de buena cantidad de
árboles, conformando una muy buena escenografía para hacer fotos. Nos
estacionamos muy cerca de la plaza principal; contrario a lo que creímos, no
tuvimos ningún problema para encontrar un espacio, que además estaba a la
sombra de un árbol.
Luego de recorrer los
portales que rodean la plaza, apretados de comercios que ofrecen souvenirs
de todas clases, nos instalamos en el famoso restaurante Don Comalón, que
ofrece carnes, mariscos y cantidades generosas de botanas variadas y completas,
que van desde los tacos de guisados hasta las tostadas de guacamole. El portal
en el que se encuentra este restaurante tiene otros negocios de comida, todos
con mesas y sillas instaladas dentro del local pero también en el portal, lo
que dificulta mucho transitar por ahí. También abundan los músicos que ofrecen
sus servicios a los comensales, de géneros de mariachi y norteño, que tocan al
mismo tiempo y producen un ambiente cacofónico, turístico en el peor sentido,
que contrasta con la imagen de pueblo provinciano, tranquilo, que ofrece
Comala.
El altar mayor de la parroquia de Comala.
La parroquia de Comala,
dedicada a san Miguel, se halla también frente a la plaza, al lado contrario de
la Presidencia Municipal. Es una construcción espaciosa, fresca, bien cuidada, de
un estilo ecléctico con dos campanarios asimétricos. Como la mayor parte del
pueblo, el templo está pintado de blanco y tiene elementos que hablan de su
historia: la tumba del padre Francisco de Sales Vizcaíno se encuentra en el
atrio, junto a una campana fechada en 1873. El altar principal es muy sencillo
y muestra un dorado muy bien conservado, es presidido por una imagen de Cristo
crucificado.
La plaza de Comala es
limpia y cómoda, tiene un buen arbolado que actualmente sirve como soporte a
retratos de personas desaparecidas que son buscadas por sus familiares y que
constituyen un recordatorio de que no todo está bien en nuestro entorno. El elemento
principal es el kiosco, conformado por una estructura metálica sobre una base
de material, coronada por una veleta. El diseño de la estructura recuerda al
moderno kiosco de Autlán, cuando estaba en buenas condiciones. Aunque lo que
más busca el visitante a Comala cuando llega a la plaza es la estatua de Juan
Rulfo, que aparece sentado en una banca en actitud de contar algo a un niño,
que lo escucha absorto sentado en el suelo frente a él, obra del escultor Rubén Hernández Guerrero. Al fondo luce la
torrecilla de la Presidencia Municipal, como en la famosa fotografía que se le
tomó al escritor gabrielense en este lugar en la década de 1960.
En Comala hay que comer pan dulce, en especial picones, la especialidad gastronómica del pueblo. También el café, que se produce aquí mismo, y el ponche son productos que forman parte de la experiencia de visitar este pueblo mágico. Luego de abastecernos de algunos de estos productos, tomamos el camino de regreso a Autlán, a media tarde y por la misma ruta que nos llevó a Comala, la de Colima. Un rato no es suficiente para conocer todo lo que hay aquí, pero es un buen inicio.
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