Entre el 8 y el 15 de junio de
2021 se está llevando a cabo en Autlán el proceso de vacunación contra el virus
SARS-COV2, vulgo coronavirus, para las personas cuya edad va de los 40 a los 49
años. Otros grupos de población, como mujeres embarazadas y los mayores de 50
años que no recibieron la dosis en su momento también son atendidos, aunque su
número no es tan representativo como el de los integrantes de la llamada
Generación X.
A diferencia de las primeras jornadas
de vacunación, cuando se abrieron puntos de atención en lugares como la
primaria Reforma y el centro comunitario Tiopa Tlanextli, esta vez el único
lugar donde se realiza la inoculación es el Centro Universitario de la Costa
Sur, específicamente en el polideportivo Ramiro Vázquez Gutiérrez, vulgo (otra
vez) IVEX o, más comúnmente, “la cancha fea esa que hicieron en la ex prepa”. Ahí los autlecos nacidos
de 1981 para atrás (los que sí hemos aceptado vacunarnos a pesar de los miedos
irracionales y las teorías conspiranoicas) nos hemos concentrado estos días en cantidades
que no se veían desde el último Callejón del Vicio o desde las legendarias “bienvenidas”
de la prepa o de la Universidad, allá por los 90 o los primeros 2000.
De hecho, los primeros días de la
semana, según quienes acudieron a vacunarse por entonces, fueron bastante
tranquilos, sin demasiada asistencia y con una fluidez notable. Pero el
viernes, día que se anunció como el último en que se estaría aplicando el
biológico (siempre había querido tener un pretexto para llamar así a la vacuna
en algún texto), asistimos varios cientos de chavorrucos en pos de nuestra
primera dosis de la sustancia desarrollada por Astra Zéneca. Yo llegué como a
las 10:40 horas y la fila ya llegaba hasta el Centro Escolar Chapultepec,
aunque en los siguientes minutos crecería aún más.
Bajo el inclemente solazo de los
días previos al temporal de lluvias que, como sabemos, es todavía más quemante que
el de otras temporadas, hubo que esperar un rato sin avanzar porque no había
espacio dentro del también llamado CUCSur II, donde nos esperaba una tierna y
acariciante sombrita. Estoicos, permanecimos en el lugar sin más expresión de incomodidad
que secarnos el sudor de la frente con lo que tuviéramos a la mano o buscar algún
espacio con un mínimo de altura y anchura (20 centímetros ya eran útiles) para
sentarnos y aliviar un poco el incipiente dolor de rodillas.
Pero la fila comenzó a avanzar
pronto, dejándonos bajo el cobijo de las sombras de los ficus de la
Plaza Cívica. Para entonces ya se habían formado algunos corrillos entre los
vecinos de fila, que recitaban los requisitos para tomar la vacuna, revisaban
si los cumplían todos y, dado el caso, buscaban la manera de obtener esa fotocopia
que les faltaba.
A los pocos minutos fuimos ingresados,
previa revisión de los documentos que había que presentar, a una sala de espera
instalada en el callejón que comunica a la Plaza Cívica con la calle de Clemente
Amaya. Allí, cómodamente instalados en sillas “de tijera” y bajo la fresca
sombra de las pingüicas, esperamos con mucha mayor comodidad la aún lejana vacuna.
Aquí hubo que esperar un buen rato, mientras los que llegaron antes completaban
los pasos que nosotros todavía ignorábamos. Pero ya alcanzábamos a oír la playlist
que sonaba en un potente equipo instalado en la cancha y que los encargados de
la logística habían preparado, con la delicada gentileza de haber seleccionado
música de la que era popular cuando los aspirantes a la vacuna éramos jóvenes:
por nuestras bien dispuestas orejas desfilaron Ana Gabriel, Maná, Laura
Pausini, Luis Miguel, Sentidos Opuestos y otros por el estilo. Era como si, por
un momento, hubiéramos viajado 25 años en el tiempo y sintonizáramos Radio
Ambiente en una mañana cualquiera. Justo en la nostalgia.
En esta ya prolongada espera
algunos de los pacientes leían, otros buscaban afanosamente algo en su celular
o atendían mediante el mismo dispositivo asuntos impostergables del trabajo,
otros conversaban recordando viejos tiempos, actualizándose en los chismes de
los últimos años o comentando la música de fondo. Aprovechando la cautividad de
los que esperábamos, un par de los llamados Servidores de la Nación, varones
ambos, distribuyeron una historieta de uno de los moneros del gobierno, El
Fisgón, con consejos sobre alimentación. Inevitable reflexionar sobre la conversión
en seres moralizantes que han experimentado algunos humoristas y rocanroleros, tipo
Cantinflas y Café Tacuba, y la decadencia que eso representa. Pero estos
servidores del gobierno también nos repartieron un curioso folleto titulado
Guía Ética para la Transformación de México, un como catecismo con 20
mandamientos, entre cívicos y religiosos, que los ciudadanos mexicanos debemos
observar. Propaganda oficialista como primera vacuna.
De aquí fuimos conducidos, en un estricto
orden que era garantizado por un número que constaba en la ficha que se nos
entregó a cada uno luego de la revisión de los documentos, a una nueva sala de
espera, ésta ubicada en uno de los pasillos de la ex prepa, justo afuera de
donde estuvo en su tiempo la sala de maestros. Poco tiempo después pasaríamos
ya a la cancha de no solo múltiples sino innumerables usos, a los que desde 2021
se agregará el de sala de vacunación. Ahí estaban ya dispuestas unas 15 filas
de sillas en las que nos instalaríamos, siempre en el orden que ya mencioné, y
donde esperaríamos, ahora sí, que alguien llegara a vacunarnos.
Estas filas estaban “encontradas”,
es decir, una orientada de oriente a poniente y la siguiente en sentido
contrario. Mientras esperábamos llegaron más Servidores de la Nación aunque, en
contraste con sus compañeros que repartían propaganda, éstas eran mujeres jóvenes.
Ellas, además, no repartían sino que recogían información de cada uno de
nosotros: edad, padecimientos o alergias y otros datos útiles de conocer antes
de recibir la dosis. Poco después de estas servidoras llegaba el dueto vacunador:
un soldado transportando una hielera llena de dosis y una enfermera aplicando
una a cada paciente. Un par de minutos después de recibir la inyección, pasaba un
joven a indicarnos los síntomas que posiblemente experimentaríamos en los días
siguientes (malestar general, diversos tipos de dolores, diarrea, náuseas), nos
recomendaba no automedicarnos y tomar, en su caso, solo paracetamol, y nos explicaba
que podíamos hacer nuestra vida normal: no había, como temíamos, que dejar de
beber o comer cosa alguna. Luego de recibir esta información y ya sin el orden
que habíamos conservado en las dos horas y media anteriores, desalojamos el polideportivo
para salir a la Plaza Cívica y a la rutina que algunos ya habíamos olvidado.
Todo este proceso fue muy
ordenado y eficiente y, además, fue evidente el esfuerzo para que también fuera
placentero: además del detalle de la música, todos tuvimos un trato amable y paciente
de parte de quienes nos atendieron, casi todos voluntarios y muy jóvenes, en un
ambiente jovial y relajado.
A todos ellos, enfermeras, estudiantes, soldados, profesores de la Universidad y hasta a las Servidoras de la Nación que sí hacían algo útil, mi reconocimiento y gratitud. Su esfuerzo ayudará a que pronto regresemos a la normalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario