Así comenzaba su dolorosa y larga ambulancia por los contornos del
espacioso lago y las corrientes fluviales tributarias del mismo, armado de una fe
capaz de sobrellevar sin flaquezas los más amargos inconvenientes y sin otro
cayado de peregrino que su muda y desamparada fortaleza ante la adversidad y el
cansancio, y esa paciencia casi cósmica, de raíces profundamente indígenas,
frente a la cual la noción del tiempo se humilla y sobrecoge y la fatalidad se
desploma, domeñada por una sobrehumana resistencia a las fatigas.
Ramón Rubín. La canoa perdida.
En su novela La canoa perdida, escrita en 1950, don Ramón Rubín ofrece una
descripción minuciosa y crítica del lago de Chapala y la vida alrededor de él, deteniéndose
en las características de cada grupo étnico, en sus identidades y formas de
enfrentar las dificultades que la lucha por la sobrevivencia les plantea. Todo esto
enmarcado en el relato de la odisea del infortunado Ramiro Fortuna en pos de su
canoa y, con ella, de su propia vida.
El fin de semana entre el 20 y el
21 de julio de 2019 un grupo de 12
autlenses, integrantes del taller de lectura de La canoa perdida que se llevó a cabo entre mayo y julio de este año
en el Museo y Centro Regional de las Artes, visitamos la ribera norte del lago
de Chapala para ver algunos de los puntos más relevantes de la aventura de
Ramiro y, con esto, complementar la experiencia de la lectura.
El viaje en busca de los lugares
que describe Ramón Rubín comenzó pocos minutos después de las 6:00 horas del
sábado 20 de julio, cuando partimos desde la puerta principal de la Presidencia
Municipal de Autlán con rumbo a Ocotlán, donde comenzó un recorrido por cuatro
poblaciones ribereñas, que enseguida narro:
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El Santuario de Ocotlán. |
Ocotlán, la tierra del prodigio: ciudad que en otro tiempo tuvo una
vocación naviera, trocada ahora por una de corte industrial (se autodefine como
la capital del mueble), en la que Ramiro Fortuna comenzó su vida de propietario
y la búsqueda de su canoa. Llegamos aquí alrededor de las 11:15 horas, luego de
detenernos a desayunar en el merendero Los Tepalcates, en la delegación de Palo
Alto, municipio de Tecolotlán. En la plaza principal de Ocotlán fuimos
recibidos por personal de la dirección de Turismo de ese municipio y por don
Javier de la Cruz, un apasionado difusor de la cultura y la historia de su municipio,
quien nos ofreció un recorrido por algunos de los puntos más relevantes de la
ciudad y por algunos de los sitios que Rubín menciona en la novela.
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Don Javier de la Cruz en acción. |
A un costado del Santuario del
Señor de la Misericordia don Javier nos narró el episodio conocido como “el
prodigio”, en el que se asegura que se apareció, en un lugar muy cercano al
santuario y dentro de lo que parecía ser una nube de vapor, una imagen de Cristo
crucificado que confortó a los ocotlenses luego de la casi completa destrucción
del pueblo en el terremoto sufrido el 2 de octubre de 1847. El prodigio, que
tuvo lugar el 3 de octubre, es recordado con un imponente monumento levantado en
el sitio donde ocurrió, consistente en un obelisco rematado por un crucifijo,
en cuya base se encuentra una placa descriptiva y una representaciones en
relieve de las escenas de ese acontecimiento. Por cierto, la dirección de
Turismo nos regaló, a cada integrante del grupo, una representación de este monumento
en mdf.
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El monumento del prodigio. En primer plano, un monumento a la industria mueblera. |
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Uno de los cuadros del prodigio. |
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Interior del Santuario. |
Dentro del santuario vimos cinco
cuadros al óleo, en gran formato, con escenas del prodigio: la destrucción, la
aparición de la imagen y la exposición de los testigos ante las autoridades. Don
Javier nos explicó que, al ingresar al santuario por la puerta lateral en la
que nos encontrábamos y que queda frente al sitio del prodigio, ganaríamos
indulgencias al llegar al altar privilegiado. En este templo la hermana de Ramiro
Fortuna realizó el ritual, recomendado por una cartomanciana, para que se le
secaran las manos al ladrón de su canoa.
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La fachada de la capilla de la Purísima. |
Del Santuario pasamos a la vecina
capilla de la Purísima Concepción, distante unas pocas decenas de metros hacia
el norte. El cronista nos narró la historia de este magnífico templo, cuya fábrica
data de 1537, aunque el sitio donde se encuentra estuvo dedicado al culto desde
1530. Atrás de esta capilla estuvo el ocotal que le da nombre a la ciudad y que
era un sitio sagrado para los indígenas tecos, habitantes de esta comarca. Al lado
de la capilla funcionó el hospital, hoy transformado en cuartel, desde la que
salían en el siglo XIX los moribundos que dejaba la epidemia de cólera para ser
sepultados, algunos aún con vida.
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El retablo de la capilla. |
Esta capilla, según nos contó don
Javier, está entre los templos más antiguos de Jalisco y entre los mejor
conservados. Y yo le creo: todos sus elementos lucen en muy buen estado de
conservación, aunque es notoria su venerable edad. Son varios los detalles
admirables de esta capilla, pero entre ellos se destaca el magnífico retablo
dorado, que cubre todo el fondo de la nave y en el que podemos ver, en un lugar
principal, una imagen de la virgen que, según nuestro guía, tiene 70 años de
antigüedad.
Salimos de la capilla casi a la 1
de la tarde, mientras se preparaba el altar para la misa que se diría a esa hora
y que serviría para celebrar algunos bautizos. Salimos por la calle de Pino
Suárez, que divide el espacio de ambos templos, y el cronista nos llamó la
atención hacia un aparente defecto en las baldosas de la calle, que se repite
en prácticamente todos los alrededores del santuario, formando líneas de baldosas
oscuras entre las más claras del resto del suelo. Nos explicó que esas líneas
marcan los lugares por donde pasaban los túneles que existieron en Ocotlán,
similares a los que la leyenda (aún no confirmada) pretende que existieran en
Autlán. Y, como estos últimos, los ocotlenses también sirvieron para que los
habitantes de la ciudad se ocultaran, junto con sus objetos de valor, durante
las constantes guerras intestinas que ha sufrido nuestro país. Esto es la
llamada zona de túneles, uno de los cuales, según se nos explicó, llegaba hasta
La Moreña. En la parte baja de la Casa de la Cultura, que se encuentra contigua
al Santuario, existen aún algunos tramos de túnel, que próximamente se abrirán
al público.
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Vista del atrio del Santuario. En primer plano, la fuente danzante en el sitio donde estuvo la plaza original. |
En el atrio del Santuario, un
espacio muy amplio y libre de comerciantes ambulantes, está marcado en el
suelo, también con baldosas oscuras en las que se instalaron los surtidores de
una fuente danzante, el espacio que ocupaba la placita de Ocotlán en tiempos
pasados. Era un espacio muy reducido, con apenas cuatro bancas e igual número
de ingresos en sus esquinas, rodeado por completo por el mercado Hidalgo, que
ocupaba la mayor parte del actual atrio.
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Réplica a escala de una canoa de rancho. |
Enseguida visitamos el Museo de
Antropología e Historia de Ocotlán, que se encuentra camino al río Zula. Es un
museo pequeño pero muy bien conservado y organizado. Contiene fotografías
antiguas de Ocotlán, entre ellas algunas de ovnis, fósiles de plantas y
animales, como camellos, venados o llamas. En su sala Otto Schöndube encontramos
una pintura al óleo que muestra una escena de la época indígena, tal como
pudieron haber encontrado este lugar los primeros españoles. Aquí hay piezas utilitarias
de cerámica, como vasijas, y también figuras antropomorfas y zoomorfas, entre
las que encontramos algunas extraídas del centro ceremonial, que se encuentran
organizadas como se encontraron en ese sitio. Sin embargo, lo más notable para
nosotros fue la réplica a escala de una canoa de rancho, con su vela
desplegada, como las que describe Rubín en su novela. En esta sala don Javier
de la Cruz nos narró la leyenda del joven de La Labor que asistió a su propio
funeral…
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Restos del antiguo embarcadero. |
Salimos del museo para caminar unos
cuantos metros y llegar al puente viejo sobre el río Zula, sitio desde el cual
Ramiro Fortuna contempló su canoa el día de la parranda. En un pequeño
parquecito lineal que se encuentra en la ribera derecha del río el cronista nos
narró algunos pasajes de la historia del embarcadero de Ocotlán, que se
encontraba justo en este lugar y cuyas escaleras que dan al el río y que ya
nadie usa para embarcarse hacia el lago siguen en pie. Aquí nos habló del
hundimiento del vapor Libertad, a pocos metros del embarcadero, que causó la
muerte de muchos viajeros y también actos de heroísmo, como el del ocotlense
Policarpo Preciado, quien rescató a cuatro náufragos antes de fallecer ahogado.
También oímos la leyenda de Ricardito, el niño que cayó por accidente dentro
del tercer pilar del puente viejo mientras era construido y quedó sepultado
ahí. Su llanto infantil erizaba el cabello de los que acertaban a pasar por
aquí durante las crecidas del río.
Apenas cruzando la calle sobre la
que desemboca el puente viejo llegamos al sitio donde estuvo el astillero en el
trabajaba el famoso Casquillo, personaje de La
canoa perdida que existió en
realidad, con el nombre de Atanasio Gutiérrez. Aunque ahora el espacio está
ocupado por una calle con su angosta banqueta, pudimos por lo menos imaginar el
sitio en el que Ramiro terminó de detallar su canoa.
Antes de abandonar Ocotlán,
despidiéndonos agradecidos de don Javier, acudimos a comer a la birriería Carlos
Reyes, recomendada por nuestro guía como la mejor de Jalisco. Y puede que no
esté equivocado…
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El Cristo de los pescadores, en Chapala. |
Chapala, la blanca reina del lago: aunque la referencia a Chapala
en la novela es más bien marginal, en la que don Ramón Rubín se lamenta de su
creciente vocación turística y ubica a Ramiro Fortuna siendo despreciado
precisamente por un trío de turistas, no podíamos dejar de visitarla si
estábamos en la ribera del lago que lleva su nombre. Aquí estuvimos la tarde
del sábado 20 y cada uno hicimos lo que nos pareció mejor: hubo quien acudió al
malecón a disfrutar la caída de la tarde, quien fue a tomar un café a la
avenida Madero, quien fue a conocer los diversos sitios históricos chapalenses
y hasta quien acudió a la inauguración de la exposición Viajeros en el tiempo, de la pintora Anna Rosa Pelayo, en el centro
cultural Antigua Presidencia.
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El atrio del templo de Santa Cruz de la Soledad. |
Santa Cruz de la Soledad, cuna de insurgentes: gracias a la
generosidad de una familia autlense, pasamos la noche en Santa Cruz de la
Soledad, una pequeña población muy cercana a Chapala. Aunque solo estuvimos ahí
unas horas, pudimos conocer mejor que en ningún otro lugar el espíritu de la
gente rural de la ribera, en especial de los pescadores, a uno de los cuales encontramos
fileteando el producto de la jornada de la mañana del domingo y quien nos
contó, con amable parquedad, algunas de las peripecias de su oficio. También nos
confirmó, de primera mano, que ya no es posible extraer del lago el famoso
pescado blanco, que fue presa de la depredadora tilapia que ahora se encontraba
preparando para vender en filetes.
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La pesca de la mañana. |
De Santa Cruz nos llevamos un
grato recuerdo de su bonita plaza, del pequeño templo que conserva su cruz
atrial de piedra y de su ambiente lacustre, lo más cercano a lo que describe
Rubín en La canoa…
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Mezcala vista desde el lago. |
Mezcala, la indomable: el último punto de este recorrido en busca
de los pasos de Ramiro Fortuna fue el pueblo y la isla de Mezcala, lugar este
último donde el protagonista de la novela rubinesca por fin encontró lo que con
tanto ahínco buscaba. Llegamos ahí ya a media mañana, luego de un camino de
menos de media hora por una carretera cruzada en varios lugares por pequeñas
corrientes de agua que escurrían hacia el lago, producto de la lluvia nocturna.
Luego de desayunar en un restaurancito en el pequeño malecón (ahí probé el
famoso caldo michi) abordamos la lancha del señor Juan Sánchez, quien nos llevó
a la isla también llamada del Presidio. Para esto ya teníamos al jovencísimo cuanto
enterado guía Emmanuel Santiago, de 14 años.
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Imaginemos por aquí a la cuadrilla de pescadores de don Otón. |
Luego de un trayecto de alrededor
de diez minutos llegamos al atracadero de la isla, situado en su cara noroeste,
justo donde Rubín coloca al campamento de pescadores liderados por don Otón. De
ahí seguimos, bajo la guía de Emmanuel, el camino empedrado que lleva a las
ruinas de la capilla, que según Rubín estuvo siempre inconclusa, y del imponente
presidio, lugar donde Ramiro citó a Amanda para decidir su destino. Emmanuel
nos narraba, en cada sitio del camino donde hacíamos alto, la historia, con
marcados visos de leyenda, dela isla y de sus ruinas, así como episodios del
siempre presente periodo de la guerra de Independencia.
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Vista del imponente presidio. |
Es el presidio un sitio aún
lúgubre, a pesar de la notoria inversión que se le ha hecho para conservarlo; no
es difícil imaginar la angustia de quienes tuvieron la desgracia de purgar
condenas entre las gruesas y altísimas paredes de sus celdas. Desde él puede
verse la isla chica de Mezcala, el cercano islote entre cuyos tulares halló
Ramiro a la otra Amanda. Es posible, entonces, desde el presidio, imaginar el
recorrido que estos dos personajes de la novela hicieron en la isla. Con esto
cumplimos el objetivo de visitar, por lo menos, los lugares donde comienza y
termina la odisea de Ramiro Fortuna.
Luego de una hora estricta de
estancia en la isla regresamos al pueblo de Mezcala para visitar el museo comunitario
Mexcallan, ahora bajo la guía de Daniel Santiago, su encargado. Es un museo
pequeño, de una sola sala, en la que se guardan vestigios de la guerra de
Independencia, como proyectiles, armas y piezas de uniformes; herramientas de
la época en que Mezcala fue productor de mezcal; piezas arqueológicas de lugar;
trajes e instrumentos musicales de las fiestas religiosas de la Santa Cruz,
entre las que se encuentra una chirimía (música tradicional que el pueblo de
Mezcala ha perdido, puesto que ya no hay nadie en el pueblo que la sepa tocar,
como estuvo a punto de ocurrir en Autlán); y un nicho con objetos de la famosa
revolucionaria Adelita, nacida en Mezcala según un documento que ahí se exhibe.
Son la isla y el pueblo de
Mezcala dos sitios interesantísimos, habitados todavía por los indígenas
descendientes de los invictos insurgentes del lago de Chapala, que tienen como
timbre de orgullo su historia guerrera y su autosuficiencia con respecto a lo
que viene de fuera, a pesar de la creciente actividad turística. Con quienes pudimos
platicar en el pueblo coincidieron en recordar la guerra de Independencia como
uno de los momentos más importantes en la historia del pueblo y también en
presentar a la isla como un baluarte contra la intromisión externa, lo que
concuerda bien con la descripción del carácter de estos pueblos que hace Ramón
Rubín. Nuestro guía por la isla nos contó cómo, a pesar de que “Poncitlán” ha
tratado de comprar la isla para instalar ahí restaurantes y hoteles, los
mezcalenses no lo han permitido.
Como dije arriba, es notoria la
inversión que se ha realizado para conservar las ruinas, de gran valor
histórico. Sin embargo, esa inversión está en riesgo de perderse por el
abandono en que se encuentra: las lluvias de esta época hacen evidente la falta
de mantenimiento preventivo que han recibido lo que, sumado a la nula
vigilancia y a la acción del turismo vandálico, que ya tiene forrados de grafitti algunos muros de los más
accesibles, puede ocasionar que las ruinas se deterioren más rápido de lo que
deseamos.
Hay, además, una poco deseable pátina
de artificialidad en la forma en que los prestadores de servicios tratan al
visitante, cuya atención se disputan encarnizadamente, como lo hacen los de
cualquier sitio turístico, con lo que niegan en los hechos su recelo hacia lo
fuereño. Esto no lo alcanzó a ver Rubín en Mezcala, pero sí en sitios como
Chapala y Ajijic.