Las ruinas de lo que fue la Escuela Superior para Niños. |
Bajo la guía del cronista de
Autlán, Guillermo Tovar, el recorrido comenzó alrededor de las 10:10 horas en el
atrio de la parroquia del Divino Salvador y tocó seis puntos sobre las calles
de Margarito González Rubio y Antonio Borbón, con duración de poco más de una hora.
En cada uno de estos puntos el cronista daba una explicación de lo que hubo en
ese sitio y cómo se relaciona con Alatorre y su obra.
En el atrio de la parroquia del Divino Salvador. |
La primera estación fue al
arranque, en el atrio de la parroquia, donde se explicó que el conjunto arquitectónico
compuesto por la parroquia y el curato son parte del núcleo original de la traza
moderna de Autlán, sitio donde se asentaron los franciscanos en 1543 para catequizar
a los indígenas autlecos, que vivían en barrios separados de lo que ahora es el
centro de la ciudad. Además, en este lugar estuvo el cementerio de Autlán,
lugar donde en 1706 fue sepultado, en paz con la Iglesia, el curandero Marcos
de Monroy, personaje principal del libro El brujo de Autlán, de
Alatorre. Puede ser que en algún sitio cercano todavía se encuentren sus restos.
Aquí estuvo El Gran Número 8. |
De aquí partimos hacia el norte,
para llegar a la esquina donde actualmente se levanta la sucursal del banco
BBVA. En ese mismo lugar estuvo, hace un siglo, la tienda El Gran Número 8, de
don Gumersindo Alatorre, una de esas tiendas de abarrotes que surtían a los
habitantes de Autlán pero también a quienes venían de poblaciones cercanas a
llevar su mandado. Don Gumersindo, además, vendía aquí sus famosas tablillas de
chocolate, que él mismo preparaba en su casa. La tienda cerró a finales de la
década de 1920 y, años después, en ese mismo sitio funcionó la central
camionera.
El tercer lugar que visitamos fueron las ruinas de la finca que hace un siglo albergó a la Escuela Superior para Niños, en la esquina de las calles de Antonio Borbón y Mariano Escobedo. En esa finca, que dentro de poco ya no va a existir, dado el estado en que se encuentra, Antonio Alatorre inició su vida académica, a los cuatro años de edad, como alumno de primaria: ahí aprendió lo que se aprende hoy en una escuela de ese nivel, más nociones de astronomía, de física, de electricidad, oficios… pero, sobre todo, contrajo el amor al conocimiento y a las palabras, que no lo abandonaron en toda su vida. En la Escuela Superior para Niños se formaron, además, otros grandes personajes autlenses: Efraín González Luna, Ernesto Medina Lima, Marcelino García Barragán…
En la casa que fue de los Alatorre Chávez. |
Siempre hacia el norte, caminamos
una cuadra más, para llegar al lugar donde arranca la calle de Ignacio López Rayón.
Justamente en la esquina norte de este cruce se conserva, en buenas condiciones,
la casa en la que nació Antonio Alatorre, el 25 de julio de 1922. La casa, ya
dividida en varias propiedades, mantiene las líneas originales de su fachada, cuya
continuidad demuestra que se trataba originalmente de la misma finca. Esta es
la casa en la que Antonio Alatorre vivió sus primeros doce años de vida y de la
que dejó recuerdos en varios lugares: en La migraña, donde describe el
patio central de la casa, en la entrevista con Jean Meyer en la que recuerda
algunas de las aventuras que corrió con sus hermanos, entre otros textos. Gracias
a la generosidad de la familia Esparza Guzmán, que habita una de las propiedades
en que está dividida la casa, pudimos conocer parte del antiguo patio, que
conserva instalaciones como un lavadero y una pila, algunas de las bardas de adobe
originales, el antiguo mango y, lo más impactante: un jarrón de barro,
posiblemente de Tlaquepaque, que tiene escrito el nombre de Celia Alatorre (la hermana
mayor de Antonio) y la fecha 26 octubre de 1934. Es decir, pocos meses después
de que Antonio saliera de Autlán. El jarrón se conservó sobre una de las paredes
de la casa y fue rescatado, completo, hacia 1992.
El jarrón de Celia. |
Cruzando la calle de Borbón desde
la casa que fue de los Alatorre está la llamada Casa de la Iglesia, una
construcción moderna que se levantó donde hace 100 años vivía la maestra María
Mares y en la que el niño Antonio pasaba tardes enteras leyendo los libros de
su maestra, que además le prodigaba un cariño maternal. Según la entrevista con
Jean Meyer, hasta allá tuvieron que ir a recogerlo de su casa en varias
ocasiones porque se quedaba dormido.
En el jardín de Las Montañas. |
El recorrido terminó en el jardín
Atanasio Monroy, mejor conocido como jardín de Las Montañas, centro neurálgico
del barrio de Las Montañas, el más antiguo y de mayor tradición en Autlán. En
las actividades sociales de este barrio, entre las que se cuentan grupos de
teatro, coros y las que corresponden al calendario litúrgico, la familia Alatorre
participaba activamente: la señora Sara Chávez llegó a proporcionar obras de
teatro de su biblioteca a algunos de los grupos, por ejemplo. Según explicó el
cronista, en el lugar donde ahora están la parroquia y el hospital de Las
Montañas ha habido hospital de indios y capilla desde el siglo XVI, conectado
con el convento franciscano por la calle de Borbón, que podría ser la más
antigua de Autlán.
Luego de terminar el recorrido y
con la presencia de unas 20 personas (para entonces ya se habían unido al grupo
los integrantes del colectivo Bestiario), comenzó una plática con el título Antonio
y La migraña, en la que Miguel Ventura y Ernesto Reséndiz explicaron
algunos detalles de la novela de Alatorre y de cómo fue publicada.
Escuchando a Miguel y a Enrique. |
Miguel nos compartió recuerdos y
comentarios personales sobre su vida con Antonio, que nos permitieron conocer
su forma de pensar y parte de su personalidad. Explicó cómo, al salir del Seminario,
Alatorre tenía una cierta necesidad de “entrar en el mundo”, de adoptar
actitudes y costumbres de moda en la sociedad. De esta forma comenzó a fumar, a
beber whisky (aprender a fumar y a beber alcohol “le costó un huevo y medio”), y
a experimentar con LSD. En esta etapa se aficionó a la mariguana, de la que
durante muchos años fumaba constantemente e, incluso, llegó a tener un plantío
particular en su propia casa. En palabras de Miguel, Alatorre llegó a creer que
la mariguana le ayudaba a vencer el bloqueo creativo que sufrió durante algún
tiempo, aunque cuando el médico le prohibió fumar se dio cuenta de que no la
necesitaba para nada. Antonio Alatorre también habría experimentado con otras drogas,
como peyote y hongos; las visiones relacionadas con ellas estarían relacionadas
con las descripciones que hace en La migraña de la “amiba” que tiene en
un ojo y del chorro de luz que anuncia el acceso de migraña. A propósito de
esta novela, entre las carpetas con documentos que dejó Alatorre al morir,
encontró el manuscrito de La migraña, mismo que entregó a sus hijos para
que ellos lo publicaran.
De Ernesto Reséndiz supimos
detalles como las modificaciones que se hicieron al manuscrito original en la
publicación: se eliminó la fecha 1 de mayo de 1973 con la que comenzaba la
novela y se añadió un párrafo al final, redactado por los hijos de Alatorre. Estos
cambios, dijo, son indebidos desde el punto de vista filológico, puesto que
debe respetarse el manuscrito que dejó el autor. La novela, dijo, está escrita
para que, desde la ficción, podamos ver la realidad del autor. La calificó
también como una “novela de formación”, un género que existe desde el siglo XIX
para mostrar cómo un personaje nace, crece, se educa y tiene un trayecto vital.
Ernesto compartió algunas claves
y opiniones de La migraña que pueden resultar útiles para quien se
adentra en su lectura: algunos guiños a obra de autores como san Juan de la
Cruz, un desdoblamiento del autor y el personaje a la manera del cuento Borges
y yo y una influencia de Proust en la meticulosidad de la descripción y el
detalle. Hay, también, a juicio de Ernesto, una mirada homoerótica en el pasaje
de la secundaria de General Anaya y un reflejo de su afición al cine en las “películas”
que produce en sus sueños.