Publicado originalmente en Letra Fría.
Con mi admiración para don Ramón Rubín, en una de cuyas columnas publicadas en El Informador está inspirado este texto.
Hoy pensaba cumplir con mi entrega semanal con (Ruuuuuuuuuuun) un comentario sobre una de las efemérides de esta semana. La verdad, aunque tengo a la mano los elementos para redactar (¡Tortillas!) lo que tenía pensado, no me es posible concentrarme lo suficiente (TAN, TAN, TAN) porque tengo la dudosa suerte de vivir (¡Puro plátano de Cihuatlán!) en el que estoy seguro que es uno de los barrios más ruidosos del muy ruidoso pueblo de Autlán de la Grana.
Y es que (…es pura espuma y colorante…) en mi pueblo ya no es posible (¡Cuatro donas por diez pesos!) la convivencia civilizada entre vecinos ni el uso de los espacios públicos de una manera razonable. Todos nos creemos (…no me hace un mal mexicanooooo) con el perfecto derecho de (ratatatatatatatata) imponer nuestra forma de disfrutar el ocio (el gaaaaaaaaas) haciendo que nuestro vecino de enfrente oiga más fácil nuestros discos piratas (…un lugar muy bonito para vivir…) que una conversación con su esposa; que todos los habitantes escuchen la publicidad de nuestros negocios aunque no quieran (piiiiiiiiiiiii) mediante los malhadados perifoneos; o simplemente que todos forzosamente nos oigan pasar (el panadero con el paaaan) en moto o en carro eliminando el necesario silenciador de su sistema de escape.
Ya es muy difícil (Si necesita reguetón, dale), casi imposible, encontrar un lugar dentro del pueblo (puuuuuuum) que esté libre de la nefasta contaminación auditiva que padecemos (¡por solamente veinte pesos!) los autlenses, aún dentro de nuestras casas.
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