La Semana Santa es la festividad más importante para quienes profesan la religión católica, como la mayoría de los habitantes de Autlán. Por esta razón, aquí esta conmemoración de la muerte y resurrección de Jesucristo llegó a tener un lugar de mucha importancia en la vida cotidiana.
En sus Crónicas de Autlán don Ernesto Medina Lima nos recuerda que en la década de los años 1920 la semana entera era de luto entre los católicos (prácticamente la totalidad de la población de Autlán), con las imágenes de los templos cubiertas con lienzos morados, la gente vestida de luto y todas las actividades cotidianas girando alrededor de los servicios religiosos correspondientes a la época. Nada de diversiones, pláticas o distracciones de ningún tipo; incluso las campanas de los templos permanecían en silencio. Todo esto terminaba el sábado, cuando a las 8 de la mañana se abría la Gloria con música y repique de campanas y el ambiente se tornaba festivo, con quema de Judas y la lectura de un testamento bufo, en el que el traidor dejaba a algunos personajes un regalo, como un puesto público, por ejemplo. Esto, a quienes supuestamente le habían hecho llegar sus peticiones por anticipado.
Para mediados del siglo XX la forma de vivir la Semana Santa no había cambiado gran cosa entre los autlenses. Según la señora Teresa Vázquez, quien vivió su infancia en los años 1950, desde que iniciaba la Cuaresma se participaba en los ejercicios espirituales, una semana para cada segmento de población: niños, niñas, jóvenes, señoritas, señoras y señores. Estos ejercicios se realizaban en los templos y eran una especie de cursos impartidos por sacerdotes, sobre diversos asuntos relativos a la religión y cómo debían vivirla los católicos. Al final de cada semana, todos se confesaban y comulgaban.
Ya durante los días santos, el común de los autlenses asistía a todos los servicios religiosos, como el lavatorio de pies, las tres caídas, las siete palabras y otros. Aunque el ambiente seguía siendo de riguroso luto, incluso en las casas, donde no se podía tener ninguna diversión o placer (no se debía encender el radio, contar chistes o tener una plática, por ejemplo), los autlenses acudían a los barrios o a los templos a presenciar los "incendios", altares de luto con profusión de velas, y las representaciones de la pasión de Cristo. Estas representaciones, aunque eran realizadas por actores elegidos entre los habitantes de cada barrio, no eran precisamente una obra de teatro, como las pastorelas: se trataba del montaje de las distintas escenas del Viacrucis, inmóviles, a la manera de un nacimiento navideño viviente.
El punto culminante de la semana era el viernes a las tres de la tarde, momento en que, según la tradición, falleció Jesús. A esa hora todos, en el lugar que estuvieran, se hincaban a rezar. En ese día la gente andaba vestida de luto y se cubría la cabeza.
Hay un par de datos curiosos relacionados con el luto de estas fechas: las llamadas a los distintos servicios religiosos se hacían con matracas accionadas desde el campanario de los templos, debido a que las campanas debían permanecer mudas. Tampoco estaba permitido bañarse el jueves ni el viernes santos, ante la amenaza de convertirse en pescado a quien contraviniera esta disposición.
En esta época todavía se quemaban Judas en el jardín Constitución y, ocasionalmente, en alguno de los barrios del pueblo. No se acostumbraba todavía salir de vacaciones o a pasear a alguno de los balnearios cercanos. En la comida se manifestaba el luto prescindiendo de las carnes rojas, aunque las familias que podían se agasajaban con comidas relativamente lujosas y elaboradas, como la capirotada.
Actualmente pocos autlenses guardan luto en estas fechas, que con el tiempo pasaron a convertirse en días de asueto, propicios para salir a vacacionar en las playas cercanas o en algún otro centro turístico. La importancia del aspecto religioso ha ido difuminándose.
Las representaciones del Viacrucis se han mantenido de forma más bien discreta: en las colonias del sur, "de aquel lado del Coajinque", se realiza desde hace un par de décadas una representación que arranca en el templo de la colonia Ejidal y culmina en el cerro de la Loma del Aire. En Ahuacapán, desde hace un lustro y con financiamiento del municipio, se realiza también una representación, con actores profesionales y eventos culturales alternos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario