La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí. Imagen tomada de Historia Arte. |
La exposición del doctor Nabor,
de casi una hora de duración, comenzó remontándose a los inicios de la Humanidad,
cuando el Homo sapiens alcanza un
desarrollo intelectual suficiente para tener conciencia de sí mismo y de su
entorno. A partir de entonces descubriría también el tiempo, a partir de la
observación de la luz y el movimiento y de los ritmos de los cuerpos celestes. El
doctor mostró enseguida algunas definiciones de tiempo, según distintos
diccionarios, y la estrofa de un poema de Renato Leduc, famoso por rimar cuatro
versos con la palabra tiempo, que no tiene otra en el idioma español con la que
pueda rimar.
Según la exposición, el hombre
comenzó muy temprano a buscar una forma de medir y registrar el paso del tiempo,
en periodos adaptados a las necesidades de la vida civil y religiosa: desde la
colocación de monolitos, como los de Stonehenge y Aberdeenshire, de
aproximadamente 8 mil años de antigüedad, hasta la creación de calendarios más
complejos, como el sumerio o el egipcio. El doctor Nabor dijo que la mayoría de
las civilizaciones han organizado el tiempo basándose en los movimientos del
sol y la luna (los famosos calendarios lunisolares), para dividirlo en horas, días,
meses y años.
Por cierto, el doctor De Niz
explicó por qué en los calendarios y relojes actuales no se utiliza el sistema
decimal sino el sexagesimal: esto viene desde la civilización sumeria y se debe
a que la circunferencia de la esfera, de 360°, es divisible entre seis, lo que
facilitaba la medición del paso del sol por el cielo. Explicó enseguida algunos
de los calendarios que ha utilizado la Humanidad, como el chino, que es uno de
los más complejos, y el maya, uno de los más exactos.
El doctor profundizó más en el
calendario romano, origen del que se utiliza actualmente en todo el mundo. Creado
por Rómulo, según la tradición, este calendario constaba originalmente de diez meses
de 29 días, 12 horas y 44 minutos, a los que se agregaron después dos meses
extra, januarius y februarius. Su punto de partida era la fundación de Roma.
Para el siglo III se estableció
el calendario cristiano, basado en el romano pero usando el nacimiento de
Cristo como punto de partida. Esta fecha se estableció, por Dionisio el Exiguo,
el día que siguió al 31 de diciembre de 753 del calendario romano. Enseguida,
el expositor narró la historia de este calendario y su evolución: el añadido de
un día cada cuatro años a partir de octubre de 1582, convirtiéndose en el
actual calendario gregoriano, que fue extendiéndose paulatinamente a través del
tiempo hasta que, en la actualidad, es usado en todo el mundo por lo menos en
el ámbito comercial, aunque algunas culturas, como la china y la judía, tengan
el suyo propio.
En la parte final de su
exposición, el doctor Nabor explicó el funcionamiento de algunos artefactos
para la medición del tiempo. Comenzó con el sextante que, aunque ya no se usa
en la navegación profesional, sí se enseña su uso en las escuelas navales y
sirve para determinar la posición en el globo de una embarcación, midiendo la
altura del sol. Nos mostró también los relojes de sol, de agua y de arena, con
sus características particulares.
En el artefacto que se detuvo más
el expositor fue el reloj de pesas y péndulos, una maravilla del ingenio humano
que permitió medir el tiempo sin los inconvenientes de los anteriores aparatos.
Luego de una explicación detallada del funcionamiento de su mecanismo, su
fuente de energía y los cuidados que debe tener, nos mostró imágenes del
mecanismo del famoso Big Ben de Londres y del reloj astronómico de Praga,
basados en este sistema. Pero, lo que más llamó la atención fueron las imágenes
y explicación de la historia del reloj público de Autlán, que el pasado 1 de
enero cumplió 120 años de su inauguración y que estuvo colocado originalmente
en la añorada torrecilla. Su traslado a su nueva sede requirió, por cierto,
seis meses de trabajo para desarmarlo y volverlo a armar en el nuevo lugar.
El mantenimiento del reloj
autlense, que fue adquirido a la compañía La Esmeralda, correspondiente en
México de la alemana Hauser Zivy y Compañía, está a cargo del señor Luis
Ernesto Robles. El reloj obtiene su energía de tres cilindros, de los que
penden pesas de 110 kilos cada una.
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