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Durante el Coloquio de Cultura Funeraria. De izq. a der.: Isabel Méndez, Guillermo Tovar, Laura Jiménez y Antonio Gutiérrez. |
Fueron presentadas en el coloquio
cuatro ponencias acerca de la relación de los jaliscienses con la muerte y cómo
se manifiesta de diversas formas: rituales funerarios, el manejo e historia de
cementerios y hasta la publicidad y funcionamiento de las agencias funerarias.
La primera ponencia se tituló La
corona funeraria o el modelo cementerial franciscano y fue presentada por
la misma coordinadora del coloquio, Isabel Eugenia Méndez Fausto. Producto de
la indagación en documentos de archivos parroquiales, la ponente presentó un
análisis de las instalaciones y costumbres funerarias en los conventos franciscanos:
costos, lugares específicos para sepultar dentro de los conventos y el hecho de
que los entierros, igual que otros rituales, como bautizos y bodas, se
realizaban dentro del convento como una forma de lograr que participaran en
ellos los familiares que se encontraban enclaustrados. También habló sobre la
distribución de las edificaciones funerarias de la orden franciscana, como las capillas
y las puertas de los cementerios, que tenían un orden establecido, conocido
como corona franciscana.
El cronista de Autlán, Guillermo
Tovar Vázquez, presentó el trabajo Chacaltepec, el cementerio de un pueblo fantasma,
cuyo punto medular es la existencia de un cementerio activo, con inhumaciones
más o menos constantes, en una localidad del municipio de Autlán que ya no
tiene habitantes con vida. El cronista comenzó dando un repaso de la historia
de Chacaltepec, rancho ubicado al noreste del municipio, entre El Chacalito y
El Corcovado y muy cerca del río Ayuquila, frontera municipal con El Grullo. Es
un lugar que ya se menciona en documentos del siglo XVIII y que, durante el
Porfiriato, fue una próspera hacienda propiedad del señor Alejo Arias, quien
construyó capilla con todas las formalidades eclesiásticas y un cementerio,
donde fueron sepultados sus trabajadores, con un repunte importante durante los
años de la epidemia de influenza española. La hacienda desapareció con el
reparto agrario, pero el cementerio sigue activo, administrado por el señor
Elías Valdez, vecino de El Chacalito y propietario del terreno donde se
encuentra el cementerio; su funcionamiento es irregular debido a que el gobierno
de Autlán permite las inhumaciones en ese lugar, pero no lleva un registro de ellas.
El cementerio sigue en funcionamiento debido al arraigo familiar de don Elías,
quien se ha empeñado en que no desaparezca porque ahí se encuentran sepultados
sus padres, pero su irregularidad legal también supone un riesgo.
Laura Cristina Jiménez Estrada
expuso Panteón de Teocuitatlán; su historia y construcción: 1842-1880,
donde describe la historia del primer cementerio que tuvo el municipio sureño
de Teocuitatlán de Corona, construido gracias a las gestiones del sacerdote
Guadalupe Mancilla, quien llegó en 1841 a hacerse cargo de la parroquia,
tocándole enfrentar una epidemia de viruela. En un terreno a las afueras del
pueblo en 1842 fue construido el cementerio, que ya funcionaba en 1845, según
evidencias que la investigadora recolectó en campo, aunque se tuvo que construir
uno nuevo en 1850, debido a la epidemia de cólera, que causó de 16 a 20
fallecimientos por día. La ponente también describió el proceso de compra de
secciones del atrio de la parroquia de Teocuitatlán luego de la nacionalización
de los bienes del clero, lo que incluyó la adquisición de lo que había sido el panteón
original del pueblo, terreno donde hoy funciona una escuela.
Antonio Gutiérrez Cruz, del Archivo
de la Arquidiócesis de Guadalajara, presentó Rescate de las agencias
funerarias pioneras de Guadalajara, un trabajo que analiza el surgimiento
de este giro comercial, a partir de la laicización de la muerte y su
comercialización, así como la expansión del negocio gracias a los medios de comunicación.
Otros giros que ya existían, según explicó el ponente en su introducción, como
la carpintería, la cantería, el de los arreglos florales o el del transporte en
carruajes, también comenzaron a especializarse en ofrecer servicios para los
nuevos rituales funerarios que comenzaron a surgir a partir de que la Iglesia
perdió el monopolio de esta actividad. El ponente presentó una evolución de las
primeras agencias funerarias tapatías, a partir de los anuncios de sus
servicios que aparecieron en publicaciones como las revistas Atenas y Guadalajara
o los periódicos La Época, Juventud, La Crónica, Boletín Eclesiástico y El Eco
Guadalupano, de los que hay ejemplares en el Archivo en que él trabaja. El empresario
funerario más antiguo fue Carlos Navarro Mora, del que comienza a haber anuncios
a finales del siglo XIX y quien tuvo su negocio en la calle de Hidalgo, pero
luego surgirían otros, como Alberto Renaum, quien ofrecía un servicio que,
según su publicidad, era aceptado en las ciudades más civilizadas; T. Martínez
del Toro, quien abrió la primera capilla de velación en 1950; la Funeraria
Occidental, Inhumaciones Corona, que presumía en sus anuncios haber vendido el
ataúd en que fue sepultado el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, entre otras
agencias que competían entre sí mediante el precio, la variedad de sus
servicios y la sección de la sociedad tapatía al que iban dirigidos.
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