Esta noche, según el programa de la V Semana Cultural Taurina, se presentaría en la sala Rubén Villaseñor Bordes del CUCSur el libro Ferias Taurinas de Jalisco, del ex matador jalisciense Alfonso Hernández el Algabeño, presentación que correría a cargo de él mismo. Sin embargo, debido a que la editorial no alcanzó a entregarle los ejemplares impresos, la presentación no pudo realizarse y se reemplazó con una sabrosa plática sobre algunas de las tradiciones taurinas de Jalisco.
El Algabeño comenzó platicando sobre sus inicios en el toreo en su adolescencia, durante los años 70. De esa época nos contó sobre su participación en las llamadas choneadas, un tipo de corrida generalmente realizada por toreros bisoños, donde se lidiaban toros cebú de una manera un tanto folclórica: se lazaba al toro en el ruedo para permitir que fuera montado por un jinete (chofer, le llamaban) para después hacerle los pases que pudieran aunque, eso sí, vestidos de luces. En este tipo de choneadas nuestro comentarista participó en diferentes estados del occidente y sur del país e incluso en Guatemala y Belice, llegando a tener un buen cartel. En estos últimos países, dijo, había ciertas variantes como amarrar un gato en la joroba del cebú para que lo arañara y lo enfureciera, con el incentivo de un pago de 50 pesos para aquel torero que lograra matar al gato con una banderilla.
A pesar de esta crueldad y de la falta de seguridad y garantías que sufrían los jóvenes toreros que participaban en las choneadas (en ocasiones tenían que ir a ranchos remotos donde no tenían acceso a ningún auxilio médico) el Algabeño sostiene que estos eventos, junto con las vivencias que un novel torero tenía en aquella época (tener que viajar de aventón, llevar su equipaje en un lío, dormir y comer donde se pudiera) ayudaban a forjar el carácter y la personalidad de las grandes figuras del toreo, además de que fortalecían su sitio escénico. Esto, junto con el romanticismo y la verdadera vocación taurina de las ferias de Jalisco poco a poco se ha ido perdiendo, por lo que también propuso incluir un día de chonadas en el Carnaval de Autlán.
Para cerrar la velada, el matador cantó algunas canciones acompañado de una guitarra. Haciendo gala de muy buena voz y excelente técnica con el instrumento, cantó una canción ranchera y tres más con ritmo flamenco, entre ellas la famosa Toda una vida y su composición Caminé.
Don Alfonso Hernández se despidió con el compromiso de que, cuando la editorial cumpla con la entrega de su libro, vendrá a presentarlo a la sala Rubén Villaseñor.
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