En la ladera oriente del cerro de la Capilla, visible desde el barrio de Las Montañas, está la entrada a la famosa cueva del Ermitaño, escenario de algunas de las leyendas de misterio más conocidas en Autlán.
En realidad esta cueva, ubicada más o menos a la mitad de la altura del cerro, no es nada significativa por su tamaño o profundidad: una persona de estatura normal tiene que encogerse para poder entrar y solamente se puede avanzar unos cuantos metros. Lo que sí es importante es la cantidad de murciélagos que habitan ahí y que le dan al cerro su nombre náhuatl, Cinacantépetl. La abundancia de estos animales ha sido también una de las causas de que la cueva haya sido poco explorada, por el miedo que causan en algunos y por la repugnancia que provoca en otros el penetrante olor del guano del que está cubierto el suelo del lugar.
Vista del fondo de la cueva
Son varias las leyendas que se cuentan en el pueblo acerca de esta cueva: hay personas que dicen que en realidad atraviesa todo el cerro y se puede salir por la ladera poniente y hay quienes cuentan que en ese lugar habitaba realmente un ermitaño y por eso se le bautizó de esa forma o que ahí se realizaban aquelarres...
Aunque la única historia documentada sobre la cueva del Ermitaño aparece en el archivo del proceso inquisitorial contra Marcos de Monroy realizado a principios del siglo XVIII y recogido por don Antonio Alatorre en El brujo de Autlán. Según el testimonio de la mulata Juana de la Cruz:
"Una vez, antes de eso, tuve con Marcos una conversación que recuerdo muy bien. Me dijo: "Te tengo que llevar a la cueva que está al pie del cerro del Calvario, donde sin haber luces hay bastante claridad. Hay allí un ídolo, y unos asientos que son culebrones enroscados. Tú, aunque los veas, no tengas miedo; y pide lo que quieras, que todo se te concederá, con tal que hagas lo que veas hacer a las demás que van a ir a la cueva. Y de ninguna manera has de nombrar a Dios ni a la Virgen ni a otro santo alguno. Y también tendrás que besarle el trasero a algo que ya verás". A mí me pareció que eso de no nombrar a Dios era cosa mala, y no le quise oír más, y huía de él y de su conversación".
Así que, como vemos, la fascinación de la cueva del Ermitaño para los autlenses tiene ya más de tres siglos.
Llegar a la cueva no es muy fácil. No está cerca de ninguno de los caminos que llevan a la capilla, además de que está en un lugar muy empinado y formado por piedra desnuda, que resulta muy resbalosa. La forma más sencilla es comenzar a subir desde alguno de los lotes baldíos que hay en la calle Cerrito, en la parte habitada del cerro (desde aquí la cueva ya no es tan visible) y tratar de localizar la entrada dirigiéndose a la parte de la ladera en que se encuentra. Vale la pena el esfuerzo para conocer un lugar significativo en la cultura del pueblo.
La cueva vista desde Las Montañas
No hay comentarios:
Publicar un comentario