Uno de los aspectos negativos del Carnaval, junto con el olor a orines en las calles céntricas y la presencia de borrachos conduciendo vehículos, es la creciente presencia de comerciantes ambulantes en el centro histórico. Esta tarde conté alrededor de 80 entre los portales, los dos jardines y la calle Obregón. A los acostumbrados vendedores de sombreros y artesanías en madera o plata se han ido uniendo los que ofrecen chucherías de plástico, comida, botanas, manualidades (los famosos jipis), videojuegos, plantas vivas, remedios milagrosos, juguetes, libros, bromas, paquetes vacacionales, lentes para el sol, ropa, crucifijos y hasta un cuate que vendía bigotes, barbas y cejas postizas y las instalaba en el rostro del comprador sin cargo extra.
No sé si sea conveniente seguir otorgando permisos a vendedores ambulantes para instalarse durante el Carnaval. Me parece que afean bastante el centro histórico, que podría ser uno de nuestros mayores atractivos turísticos si dejáramos a algunos de los miles de egresados de la carrera de Turismo trabajar en ello. Y si ya se decide recortar su número, sería bueno que se siguieran también con los vendedores de la plaza de toros, que estorban bastante la apreciación de los eventos.
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