Mercado Juárez, años 1940. |
Por Enrique Herrera González
Publicado originalmente en un periódico de Colima.
No digas que el tiempo pasado fue mejor que el presente. Las virtudes son las que hacen los buenos tiempos y los vicios los que los vuelven malos.
San Agustín.
Ahora recuerdo ese dolor de muelas que me despertó ¿a las 4, 0, a las 5 o... de la mañana? y al levantarme para ir en busca de mi mamá me tropecé con unos paquetes envueltos de regalo, maravillosos; mi carrito que tanto deseaba, el tren, los caballos, una bolsa enorme de dulces para mí solo, y así ese 25 de diciembre de 1949 encontré accidentalmente la cura espontánea del dolor de muelas.
Ahora recuerdo esos días previos a nuestro viaje a Ciudad Juárez, Chihuahua, a donde iríamos a visitar a las hermanas y el hermano de mi papá, así como a los sobrinos que tanto amor le profesaban. Días que se llenaban de olores a comida, frutas, quesos, mermeladas y sin faltar el mezcal de Tuxcacuesco que siempre que viajábamos preparaban cual ritual de viaje y que significaba el gusto y la alegría de llegar con ellos para compartir y, en reciprocidad, las atenciones y afecto de los visitados se elevaban al infinito.
Ahora recuerdo esa mañana en que mi papá temprano me despertó para irnos a Manzanillo, Colima, donde pasaríamos él y yo solos unas vacaciones bellísimas. Yo tendría como ocho años de edad y mi asombro en el puerto ante la majestuosidad del mar y tanto embarcaciones pequeñas como grandes barcos formaban un paisaje de ensueño. Luego el ir a la playa Santiago y luego a la Audiencia, culminaban aquella emoción que impregnó mi ser de alegría infinita.
Ahora recuerdo a mis primos y amigos vecinos con quienes jugaba a ser personajes diversos que en su momento sentía y vivía profundamente, olvidándome de mi entorno o condición, existiendo esas experiencias profundas lejos de temores y preocupaciones en un estar ahí solamente. Días enteros de ausencia de objetivos y de dudas sobre el futuro, solo diversión al máximo.
Ahora recuerdo también esa etapa dulce amarga de cuando cursé la turbulenta enseñanza secundaria, en la única institución que existía para atender a la población estudiantil local y de las poblaciones aledañas a Autlán, Jalisco. Ahí descubrí que existían rangos sociales y económicos y que de no pertenecer a los de mayor jerarquía significaba marginación y hasta bullying. Lo más grave que entendí es que esa segmentación venía principalmente del cuerpo magisterial que componía el grupo de maestros, la mayoría apáticos y amargados que venían de fuera de la ciudad. Fue una revolcada a mi espíritu que por fortuna logré recomponer.
Aún recuerdo esas tardes maravillosas en que la casa se llenaba de olor a tamales de elote que mi madre se instalaba a preparar desde temprano, pues sus hermanos (mis tíos), todos agricultores, le llevaban en época de cosecha grandes cantidades de elotes con los que confeccionaba tamales con nata y leche, amén de los colados y elotes cocidos, una delicia de recuerdo.
Ahora recuerdo también el olor a chacales, que igualmente mi madre preparaba en abundancia en la época de lluvias que era cuando su captura era exuberante.
Ahora recuerdo los nueve días previos al primer domingo de octubre en que se celebraba el día de la virgen del Rosario. Desde las cuatro de la mañana mi mamá me despertaba y aunque, te soy franco, había resistencia de mi parte, al salir de casa veíamos al río enorme de gente que acudía al llamado de las campanas de la parroquia, amén de lo cohetes y la música de la banda que inundaban el ambiente cual espíritu del bien que hacía del madrugar una fortuna. En misa me dormía plácidamente y, de no ser por los cánticos a todo pulmón de los participantes, mis ronquidos sin duda llamarían la atención. Al salir de misa venía lo mejor, pues el ambiente se tornaba de fiesta, las chirimías tocando por las calles, la banda de música municipal y los cohetes anunciaban el día bendecido por el fervor humano, que iniciaba lleno de esperanza y de paz. De ahí íbamos mi mamá y yo al mercado, donde una enorme canasta que le acompañaba era insuficiente para contener tantas delicias que de ahí surtía: calabaza, camote enmielado, churros, tamales de carne, pan de natas, quesos, panela, carne, pescado, barbacoa, jugos. Mi papá nos alcanzaba justamente ahí para ayudarnos con semejantes viandas que hacían de las mañanas un verdadero banquete y del día un festín.
Ahora recuerdo aquellas tardes en la Alameda frente a la Escuela Preparatoria Regional de Autlán, donde nos sentábamos entre clases en los amplios jardines grupos de amigos, compañeros de aula, a filosofar sobre los temas de las materias de ese día, y ahí están Javier Regla, Enrique Ayala, Ramón Fuentes, Miguel Beas, Antonio Villaseñor, todos en torno a cuestiones serias y jocosas, que daba gusto formar parte de ese grupo.
Ahora recuerdo el día aquel de 1962 que, estando yo leyendo en la sala de mi casa, escuché el silbato del correo y recibir un sobre enorme a mi nombre con remitente de la Secretaria de Educación Pública, anunciándome el otorgamiento de una beca para estudiar mi primer carrera profesional. El impacto fue tal que quería gritar de júbilo, pues ese día comenzó mi gran aventura que me lleva donde hoy mismo voy.
Ahora mismo recuerdo a mi prima querida Lidia que me enseñó a confrontar la vida con todos sus desafíos. Ella, sin pretenderlo quizás, supo mostrarme un camino de ascenso continuo a pesar de las dificultades, con su ejemplo de mujer de lucha, de derrotas y triunfos, con su carácter fuerte e imbatible me trasmitió esa confianza de quien ve los problemas como simples desafíos y sabe cómo superarlos contra todo pronóstico adverso. En su casa generosa viví mientras me formaba profesionalmente y ahí justamente empecé a comprender a Dios, pues gracias a su ubicación tuve la fortuna de coincidir y conocer el amor en la presencia de ese ser extraordinario toda ternura, fortaleza y bondad que es mi compañera desde hace 47 años, que vivía a solo media cuadra de su casa.
Ahora mismo recuerdo.. Tantas cosas que luego te las platico porque ahora mismo ya te saturé a ti y a la redacción del mejor periódico de Colima que tienes en tus manos, de esas vivencias que son mías, pero que bien pueden resonar en alguna parte de tu alma de búsqueda y camino por la vida.
Por eso no desfallecemos. Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando día en día.
Corintios 4.16
eherrera314@gmail.com
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