viernes, 26 de febrero de 2016

Para la presentación del tercer tomo de Autlán de la Grana al Manganeso


Por fin, después de casi medio año de que presentamos aquí mismo el primer tomo de esta trilogía de historia de Autlán, don Ignacio Gómez Zepeda nos convoca para presentarnos la culminación de Autlán de la Grana al Manganeso. "El tercero en la frente", dice don Ignacio.
Son siete los temas que en este volumen se ofrecen a nuestra curiosidad, algunos tratados ampliamente en todo tipo de publicaciones históricas y otros que por primera vez se sacan a la luz.
Comenzamos nada menos que con el Carnaval, la más importante de las fiestas autlenses y acaso nuestro elemento de identidad más notorio, en nuestra región y en el país entero. Y, para comenzar con fuerza el libro, don Ignacio se va directo al grano: contradice el débil dato de la fecha de inicio del Carnaval en el año de 1831 y lo recorre casi siglo y medio antes, hasta el año de 1700, en plena época virreinal. Hace enseguida un recorrido por la forma de celebrar corridas de toros en Autlán durante el siglo XIX, para pasar a una descripción detallada de los programas taurinos desde 1922 hasta 2015: precios, matadores, ganaderías, la transcripción de la publicidad de algunos carteles y semblanzas de algunos de los toreros que se presentaron en cada uno de esos Carnavales. Aquí he podido encontrar datos curiosos, como la fecha de la primera alternativa concedida en la plaza Alberto Balderas, la fecha del debut autlense de Pablo Hermoso de Mendoza, uno de los favoritos de la afición local, entre otros. Termina este capítulo describiendo las principales actividades del Carnaval (toros de once, recibimientos, bailes de Carnaval) y mencionando la infaltable lista de las reinas del Carnaval, desde 1928.
Le sigue un breve capítulo sobre músicos y artistas, donde se muestra una semblanza de personajes que a lo largo del tiempo han sido poco atendidos por los cronistas: la Banda Autlán y sus directores, el mariachi Hermanos Michel, la Sinfónica que existió aquí en los años 1940 y seis pintores, desde Bruno Mares hasta José Alfredo Jiménez.
El siguiente capítulo, dedicado a los deportes, es rico en datos ya olvidados: nos habla, sí, de los legendarios Piratas y Titanes, pero también de equipos y clubes como los futbolistas Oro, Victoria, San Francisco y Atlético y una extensa semblanza del equipo de beisbol de la Minera Autlán, que por su calidad llegó a participar en la poderosa Liga Intersindical de Guadalajara, ganándola en dos ocasiones.
Pero no solo nos quedamos en el equipo de la mina: en el capítulo V conocemos la historia de la Minera Autlán desde el descubrimiento de los primeros indicios de yacimientos de mineral hasta su desaparición casi 20 años después, al agotarse la producción. En el viaje sabremos los nombres de los propietarios de los terrenos, de los socios de la minera y su importancia mundial en la producción de manganeso, así como su impacto social y económico en Autlán y la región.
Algo similar ocurre en el sexto capítulo, dedicado al Ingenio Melchor Ocampo, empresa que tomó la estafeta de la mina pocos años después de su mudanza al Estado de Hidalgo: sabremos aquí los vericuetos de la gestión para su instalación en nuestro valle, incluyendo en ella una pintura del sistema político de aquellos lejanos años 1970, protagonizado nada menos que por el general Marcelino García Barragán. En el capítulo se incluyen también datos duros sobre la producción de azúcar en distintos años y los nombres del personal encargado de su operación.
El capítulo VII está dedicado a los servicios que ha tenido Autlán desde el siglo XIX: comercios, hoteles, fábricas, teatros... con los nombres de sus propietarios y el valor de su capital y del pago de sus impuestos.
El libro termina con la tercera parte de la genealogía, donde se ofrecen datos de las familias Martínez a Zamora, desde el siglo XVII, y con la última parte de la galería fotográfica, que hace énfasis, desde luego, en el Carnaval.

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