El doctor Solorio comenzó su exposición
explicando que en ella abordaría la ausencia de mujeres en las crónicas y
documentos relacionados con el piano en el siglo XIX, donde abundan las
menciones de hombres compositores y ejecutantes. En este sentido, contextualizó
el papel de las señoritas en la sociedad mexicana de esa época y el control
social que se ejercía sobre las mujeres de las élites a través de los elementos
que componían el concepto de educación, como las buenas maneras, las costumbres
en el vestir y las habilidades que ellas debían adquirir en su formación, como
tocar el piano. Las mujeres de esta clase social estaban restringidas al ámbito
del hogar, mediante elementos como la máquina de coser, el piano y otros.
El ponente explicó que, en los
años del Porfiriato, México fue el segundo país importador de pianos de los Estados
Unidos, merced a la extensión de la red ferroviaria y a su conexión con el país
del norte, además de a la necesidad de las familias que detentaban el poder
económico y político, incluso regional, que tenían la necesidad de acumular
capital cultural, simbolizado en buena parte por la existencia de un piano en
sus casas y de alguien que supiera tocarlo. En la formación de las mujeres de
estas clases sociales se incluía el aprendizaje del piano, que se obtenía en
academias o con profesores particulares y en el que se les exigía un nivel
similar al de una licenciatura actual: música de Schumann, sonatinas, Campanella,
la Rapsodia húngara de Liszt y un concierto de piano, eran algunas de las
piezas musicales que debían dominar al décimo año de su formación musical.
A pesar de existir muchas
composiciones para piano de mujeres en esa época, no se encuentran clasificadas
ni estudiadas por la musicología. Un ejemplo de esto es el caso de Cuquita
Ponce, autora de una obra extensa y variada pero recordada solo como la hermana
de Manuel M. Ponce. El doctor Hirepan explicó que la autlense Áurea Corona se
formó en la Academia Serratos de Guadalajara, aunque no fue atendida por su
director, Ramón Serratos, sino por una de sus hijas, Guadalupe. Posteriormente abriría
su propia academia, en la que había una alta exigencia, al igual que en la de
Serratos, en la tradición decimonónica. La maestra Corona, dijo, ayudó a
perfilar el rostro cultural de Guadalajara.
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