domingo, 20 de abril de 2025

Una tarde de Viernes Santo en el centro de Autlán

Frente al altar mayor de la Catedral.

 Desde hace más de 60 años, cuando el cardenal José Garibi Rivera erigió la parroquia de Las Montañas, la ciudad de Autlán tuvo más de un templo con esta categoría, lo que propició no solo una mayor cercanía de los feligreses con los servicios de su iglesia sino también la constitución de comunidades alrededor de las diferentes parroquias (ahora hay seis solo dentro de la ciudad), con su propia agenda y actividades. Sin embargo, la parroquia del Divino Salvador, la de los franciscanos, sigue teniendo un lugar de preeminencia, al menos de facto, entre los autlenses que practican la religión católica.

En la Semana Santa que está concluyendo, las diferentes parroquias tuvieron actividades conmemorativas, semejantes entre sí: hubo representaciones del Viacrucis, marchas del Silencio y rosarios de pésame, con mayor o menor convocatoria en cada una. Nosotros estuvimos la tarde-noche del Viernes Santo en el centro de Autlán, donde nos tocó presenciar, aunque sea de manera superficial, la culminación de las actividades del día en la parroquia del Divino Salvador. Hay que decir que, fuera del ámbito religioso, el ambiente en el centro era el de un día feriado cualquiera, con menos movimiento del que ordinariamente se ve en las calles que, sin embargo, no se reflejaba en una mayor disponibilidad de espacios de estacionamiento; los negocios de servicios y venta de alimentos se encontraban abiertos y con un flujo constante de parroquianos, lo mismo que los cajeros automáticos. Eso sí, la gente que andaba en la calle lo hacía en un modo relajado, sin las prisas de un día de trabajo normal.



En un primer momento, alrededor de las 19:00 horas, nos pasamos por la Catedral, donde faltaban unos minutos para el inicio de la misa. Había unos pocos feligreses ocupando algunas bancas y el templo lucía su retablo del altar mayor oculto con un lienzo morado, en señal de luto. Frente al altar había una cruz de madera, formando parte de una composición con una corona de espinas, tres clavos y otros elementos que recuerdan a la Pasión de Cristo. Nos llamó la atención que otras imágenes religiosas, como la Santísima Trinidad que se encuentra en lo alto del retablo, la pintura de Atanasio Monroy que representa a san José y la virgen de Guadalupe no se cubrieron en esta ocasión.

El san José de don Atanasio Monroy en la Catedral.


De aquí, pasamos a la parroquia del Divino Salvador, en el corazón de Autlán. Ahí se estaba celebrando la misa de la Pasión, una larga eucaristía con más de una hora de duración. Al terminar comenzó la Marcha del Silencio, una procesión que arrancó y culminó en la puerta principal de la parroquia y recorrió las calles de Margarito González Rubio, Venustiano Carranza, Ernesto Medina Lima, Pedro Moreno, portal Morelos, José Corona Araiza y Álvaro Obregón, integrada por unas 200 personas, algunas llevando una vela en las manos. La marcha iba encabezada por un carro alegórico en el que iba la representación del ataúd con el cuerpo de Cristo que se encuentra en el crucero sur de la parroquia, flanqueado por una chica caracterizada como la Virgen Dolorosa. Aunque se supone que esta marcha debe ir en completo silencio, el carro llevaba una bocina en la que se reproducía una música ambiental, de la que algunos usan como acompañamiento para meditar. Además, claro, del tambor que lleva uno de los caminantes y que hace sonar cada cierto número de segundos. Por parte de los asistentes, pudimos notar una actitud de respeto y de tomarse en serio la procesión, en la que se representa el dolor después de la muerte de Jesús. Tanto en la misa como en el rezo del rosario, el templo lució lleno, aún en los cruceros.

El carro alegórico para la Marcha del Silencio.


Al llegar la marcha de regreso al templo, el ataúd fue bajado del carro e introducido por la puerta principal, hasta quedar frente al altar mayor, como si se fuera a celebrar una misa de cuerpo presente. Junto a él se colocó una imagen de la Virgen Dolorosa, propiedad de la parroquia, y se procedió al rezo del Rosario de Pésame, una de las actividades clave del Viernes Santo. En la parroquia, pudimos observar, no se cubrió por completo el retablo del altar mayor, sino solo los nichos en los que se encuentran las imágenes, y no se hizo con una tela morada sino con una roja. Otras imágenes, como el Cristo que se encuentra en lo alto del retablo y las de los altares laterales, no fueron cubiertas.

Arranque de la marcha.

Entrada del ataúd.


Aunque nunca hemos sido asiduos celebrantes de la Semana Santa, ni de fiesta religiosa alguna, sí hemos tenido la fortuna de conversar con quienes han participado activamente en estas celebraciones en otros tiempos, de donde hemos podido darnos una idea de cómo era esta conmemoración, la principal del año litúrgico. De ahí y de la observación de lo que ocurrió este año, podemos darnos cuenta de algunos cambios:

Se ha perdido el amplio repertorio musical que acompañaba a las diversas actividades de la Semana Santa y de otras fiestas religiosas del año, que hoy se celebran sin música o con un repertorio mucho más reducido.

No todas las imágenes religiosas de los templos se cubren para expresar el luto de estos días.

Ya no se llama a misa con matracas y hay templos en los que las campanas se usan para convocar a los fieles. Antes, otra muestra de luto era que las campanas permanecían mudas durante los días santos.

Aunque no es una actividad religiosa, se perdió ya hace décadas la quema del Judas, que se realizaba en distintos cruces de calles de la ciudad. Ahí, se leía el testamento de este arquetipo del traidor, que llevaba siempre un guiño de crítica o reproche a alguna figura pública, en un tono humorístico. En la actualidad, esto se sigue haciendo en la agencia municipal de Ayutita y, en este 2025, se hizo también en Ahuacapán, aunque sin la lectura del testamento.

Durante el Rosario de Pésame en la parroquia del Divino Salvador.


Sin embargo, podemos afirmar que la Semana Santa, a pesar de los cambios en el enfoque de estos días que se han observado en las últimas generaciones, sigue siendo una tradición viva, cuyas manifestaciones profundas siguen desarrollándose, ajenas al turismo y a la banalidad.

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