viernes, 8 de marzo de 2024

Hallazgos detrás de cada piedra. Crónica de una caminata por el alto Coajinque

El pájaro coa o pájaro bandera en la rama de un sabino. Foto de Ana Arciniega.

 Ya hemos dicho aquí cómo el arroyo El Coajinque es un elemento cultural de mucha importancia para los autlenses y para su identidad colectiva. Sin embargo, quienes lo conocemos solo a su paso por el pueblo o en sus cercanías estamos acostumbrados a verlo casi siempre seco. Y, a veces, esa sequedad es confundida con falta de vitalidad, lo cual no es completamente cierto: aún en sus tramos más maltratados existen formas de vida, que se adaptan a la adversidad. Sin embargo, el pasado fin de semana un grupo de amigos de este arroyo pudimos comprobar cómo en su parte alta no solo no falta el agua, sino que la diversidad de formas de vida en sus alrededores es vasta y sorprendente.

Convocados por el grupo Amigos del Coajinque, un total de diez personas nos reunimos la mañana del domingo 3 de marzo en la ribera norte del Paseo del Coajinque, muy cerca del puente de la calle de González Bocanegra. De aquí partimos en un par de vehículos, por la carretera nueva a Villa Purificación, hasta el sitio conocido como Las Nueces, en terrenos de la comunidad indígena de Chiquihuitlán. Aquí descendimos al cauce del arroyo, por un bien marcado camino que baja un par de decenas de metros desde la carretera para llegar a una pequeña represa construida en el lecho del arroyo. Este lugar ya lo habíamos visitado durante la jornada del Home River Bioblitz, en septiembre del año pasado, y desde aquí ya comenzamos a observar algunos cambios importantes en el lecho del arroyo, con respecto a lo que observamos en aquella ocasión: al pie de la represa vimos un par de montones grandes de arena, quizás producto del desazolve que se habría tenido que hacer luego del impacto del huracán Lidia, el 10 de octubre, que fue la única ocasión en el temporal de 2023 en que el Coajinque tuvo una buena cantidad de agua. Más arriba notamos que la vegetación que nos había dificultado el paso cinco meses antes ya no estaba, lo mismo que algunas islas de arena y piedras que habíamos visto al centro del cauce y, en cambio, había más piedras grandes y una mayor erosión de las riberas.



Luego de una pequeña plática de Lanci Amapola Duque Zepeda en la que explicó la finalidad de este paseo, que se organizó para conocer y difundir la biodiversidad y el valor ambiental que tiene el arroyo El Coajinque, partimos desde Las Nueces arroyo arriba, siempre sobre el cauce del arroyo, comenzando una caminata de alrededor de dos horas, hasta que llegamos a unas piletas situadas más allá de Los Mezcales. Una caminata llena de sorpresas, detrás de cada piedra y de cada árbol.



Desde el inicio de la caminata pudimos notar cómo a lo largo de prácticamente todo el recorrido había agua, ya sea corriendo por el arroyo, estancada en forma de albercas naturales entre las piedras o en charcas situadas en algún rincón, rodeadas de árboles. Dentro de estos cuerpos de agua la vida bulle: ahí habitan peces, tepocates, cangrejos y otros animales, que pudimos observar a simple vista. Fue interesante observar el fenómeno que podría ser el origen del nombre del Coajinque (serpiente que se esconde): en ciertos tramos arenosos el agua corre libremente hasta desaparecer entre la arena, resurgiendo nuevamente a la superficie metros más adelante. El agua sería la serpiente que se oculta bajo la tierra, tal y como lo hace antes de llegar al pueblo de Autlán.



Entre los miles de piedras dentro del lecho del arroyo vimos una cantidad grande de piezas teñidas de verde, lo que sería indicador de la presencia de cobre; también encontramos piedras de cuarzo y con restos de diversos cristales. También hallamos un trozo de viga de madera, en muy buenas condiciones de conservación y muy pesada, que podría tener más de un siglo de existencia, a juzgar por la forma en que fue labrada, al parecer con hacha. Es posible que formara parte del tejado de alguna casa derribada por el agua.

La vegetación a lo largo del camino es abundante y diversa. Entre las especies que pudimos identificar hay cabeza de negro, parotas, una palma de coyules, zalates y sabinos; algunos de los árboles grandes muestran todavía los estragos de la gran avenida del 10 de octubre, con ramas desgajadas. En una de ellas encontramos un espectáculo sorprendente: un nopal “aéreo”, arraigado en el hueco de una rama desgajada y cuyas pencas crecen satisfactoriamente a partir de las raíces colgantes. Un acto de contorsionismo vegetal digno de verse.

El nopal aéreo.

Abrazo vegetal.

Sin embargo, quizás fueron las aves las que se llevaron el protagonismo esa mañana. Claudia Esmeralda Campos Martínez, coordinadora del Programa de Aves Urbanas de Autlán, identificó 25 especies, entre ellas dos de zopilotes y dos de calandrias y una de cuervo, de tecolote y de carpintero. Pero la especie que más nos emocionó ver y que parecía posar para nosotros sobre una rama de sabino, fue la coa elegante (Trogon elegans), que todos pudimos apreciar a placer y que Ana Arciniega pudo fotografiar muy bien. Esmeralda nos explicó que esta es una de las dos especies de pájaro coa y es la que se puede observar en tierras más bajas, como Cuzalapa. La otra especie, coa mexicana, es la que se ha convertido en especie insignia de la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán y habita en tierras más altas. Sin embargo, fue para todos una sorpresa poder observar en este sitio a esta ave; algunos de nosotros nunca habíamos visto un ejemplar vivo.

Un grupo de zopilotes.



Colonia de coconitos.

A lo largo de todo el recorrido estuvimos cerca de asentamientos humanos y de manifestaciones del progreso: en todo este tramo el arroyo corre paralelo a la carretera, así que podíamos oír el ruido de los vehículos que transitan por ella, pero también tropezamos con una buena cantidad de mangueras utilizadas para llevar agua a ranchos y casas cercanos, nos topamos con algunos perros y otros animales domésticos y hallamos instalaciones como alambrados, hornos y hasta un pequeño altar a la virgen de Guadalupe. También pudimos platicar brevemente con la señora Digna, de Los Mezcales, quien nos contó sobre su proyecto de instalar colmenas en su propiedad, que tendrán como base a cuatro reinas.



Aunque la huella por la actividad humana es muy evidente, en este tramo del Coajinque parece haber un cierto equilibrio entre la presencia de personas y la de las especies silvestres. Ojalá que se conserve el equilibrio y que las generaciones que vienen también puedan sorprenderse con lo que encuentren en el Coajinque.



1 comentario:

Liduvina Padilla en Autlan me conocen cómo Luz mi Abuela me llamo así dijo...

Que bonito debe haber sido el caminar y ver la variedad de aves que casi están extintas . Gracias por compartir me recuerda La Caja cuando mi tía me llevaba Ella a lavar y yo a jugar en el agua y juntara guiñotes