miércoles, 29 de julio de 2020

Un paseo por el Coajinque




El arroyo El Coajinque es uno de los sitios más representativos de Autlán, fue por muchos años el límite del pueblo hacia el sur y la corriente de agua más cercana, aunque la mayor parte del año no corre agua por su cauce. Su continua resequedad se debe a las tierras porosas que componen su cuenca desde que baja de las montañas del poniente del valle. Por esas tierras arenosas se filtra el agua en días u horas hacia el subsuelo, evitando que corra por el arroyo pero permitiendo, en cambio, que se alimenten los mantos freáticos que proporcionan a Autlán el agua potable de que depende su población.


El Coajinque, cuyo nombre significa en náhuatl algo así como serpiente que se oculta o que se esconde, se alimenta de los cauces de otros arroyos más pequeños, como El Cajete y El Cristiano, y de otros escurrimientos de menor importancia que bajan del cerro Colorado o de las alturas pertenecientes a la comunidad indígena de Chiquihuitlán, así como de las aguas pluviales que corren hacia el sur, sin ser aprovechadas, por las calles de Autlán. A su vez, sirve de afluente al río Ayuquila, con el que se encuentra varios kilómetros al este, en el límite con el municipio de El Grullo. Por cierto, antes de llegar a su desembocadura, el curso original del Coajinque fue modificado hace algunos años mediante un canal, en las feraces tierras centrales del valle. 
La importancia que ha tenido el Coajinque para los autlenses se expresa en la cultura popular: los llanos del Coajinque, que estaban en los terrenos que ahora ocupan las colonias Ejidal, Camichines, Echeverría y anexas, fueron un espacio dedicado al ocio y la diversión por los autlenses de finales del siglo XIX y principios del XX. Según don Ernesto Medina Lima, ahí acudían personas de todas las clases sociales a disfrutar días de campo, presenciar partidos de beisbol, escuchar conciertos de bandas musicales, dar un paseo o asistir a verbenas populares, a veces como parte de festividades mayores, como las Fiestas Patrias, pero otras veces solo por el gusto de disfrutar en familia una tarde dominical. También era concurrido el lugar conocido como la sabinera por la abundancia de árboles de sabino, que se encuentra a las orillas del arroyo antes de llegar a su cruce con el camino viejo a Ahuacapán, en las cercanías de donde ahora está el fraccionamiento Villas Taurinas. En ese lugar se conservan todavía algunos sabinos, aunque es cuestión de tiempo para que la ciudad se lo trague. 




Actualmente algunos tramos del Coajinque conservan su vocación de esparcimiento: en la parte alta del cauce, ya en las estribaciones de las montañas donde nace el arroyo, hay agua casi todo el año, en unas espléndidas piletas naturales rodeadas de frondosos e imponentes árboles que crean un ambiente fresco. También existe el espacio conocido como Paseo del Coajinque, que comprende las márgenes del arroyo entre las calles de Francisco González Bocanegra y de Guadalupe Victoria, en el que, además de los únicos tres puentes que lo cruzan, se cuenta con un camino arbolado al que muchos acuden a correr, caminar o simplemente pasar la tarde a la sombra de las parotas, guamúchiles, primaveras y otras especies, disfrutando del famoso viento que baja todas las tardes desde el poniente a refrescar el valle. Allí hay modo de comprar elotes cocidos y otras golosinas para amenizar el rato, aunque hay quien prefiere llevar sus propias bebidas y botanas, cuyas envolturas y envases suelen quedar como constancia vergonzosa de su estancia. 
En contraste, al trasponer la calle de Guadalupe Victoria, el Coajinque sirve como vertedero de las aguas negras de Autlán, de basura en tiraderos clandestinos y de la que dejan sus visitantes, entre otros desechos, que corren sin tratamiento alguno hasta el río Ayuquila. 


El Coajinque ha tenido también sus momentos trágicos: por su cauce han corrido y lo han desbordado las aguas que han traído, en exceso, los huracanes Lily y Jova, en 1971 y 2011, respectivamente, que han causado serios daños en los barrios vecinos, en especial en los de su margen izquierda, que han sufrido graves inundaciones: de esto pueden dar fe los vecinos de la colonia Guadalupe y el antiguo barrio que lleva el nombre del arroyo. Este barrio, por cierto, abarcaba el rumbo de las calles de Santos Degollado, Reforma, Manuel Doblado, Libertad y aledañas, aunque sus límites, como los de todos los barrios, eran imprecisos. Sus habitantes, sobre todo niños y jóvenes, señoreaban sobre ese territorio y "tenían guerra" con sus vecinos, que a veces se manifestaba en batallas campales a pedradas en las inmediaciones del puente de Guadalupe Victoria. Esta guerra era, en cierta forma, amistosa: cuando alguno de los combatientes resultaba con una pedrada más o menos seria terminaba la batalla y todos acudían a auxiliarlo. Otro pasatiempo de los habitantes más jóvenes de este barrio y los vecinos era colgarse del mencionado puente con las manos y luego soltarse para caer dentro del arroyo; en la temporada correspondiente también subían al cerro Colorado a recolectar pitayas, guamúchiles y otros frutos de la tierra.

El puente de González Bocanegra luego del paso de Jova.

Como ocurre con casi todos los ríos y arroyos cercanos a asentamientos humanos, el Coajinque sirve de escenario a leyendas y mitos. La historia más conocida es la que intenta explicar por qué corre agua por su lecho tan pocos días al año: dice que eran tantos los crímenes que se cometían en sus riberas (hay versiones que dicen que a las mujeres que acudían a lavar ropa o acarrear agua las violaban y maltrataban simples borrachos y otras que hablan hasta de un asesino serial que empalaba prostitutas) que unos frailes franciscanos, émulos del mago Frestón, le echaron un encantamiento consistente en enterrar, en distintos y secretos puntos de su cauce, tres cruces que mientras no fueran desenterradas, mantendrían al arroyo condenado a secarse periódicamente. Según algunas personas, ya se han desenterrado dos de esas cruces…


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