jueves, 27 de junio de 2024

Bitácora de viaje 10: Día del Padre en Comala

 


El domingo 16 de junio emprendimos un viaje a Comala, el pueblo mágico colimense, no porque alguien nos hubiera dicho que ahí vivía nuestro padre sino solo para hacer un viaje familiar a manera de festejo del Día del Padre. Salimos de Autlán pocos minutos después de las 7:00 horas, luego de alguna indecisión sobre la pertinencia del paseo provocada por la tormenta que se desató sobre aquella región la misma madrugada del domingo, visible y audible desde Autlán. La vista matutina de los volcanes luego de la tormenta, recortados en un cielo nublado pero apacible, nos decidió definitivamente a tomar camino.

Cruzamos los pueblos por los que pasa la carretera que nos conecta con Ciudad Guzmán mientras en ellos revoloteaba la animación propia de una mañana de domingo: la fonda de Alicia en Las Paredes comenzando a llenarse, fritangas de puerco en casi cualquier pueblo, puestos de pajaretes de vaca o de chiva, el ajetreo en los invernaderos de Bioparques y el pueblito que se ha ido desarrollando alrededor de esta agroindustria (que ya cuenta hasta con tianguis), una moderada carga vehicular en la carretera, todo con un toque más alegre de lo habitual, acaso producido por la reciente lluvia, la primera abundante del deseado temporal… con este ambiente cruzamos el valle de Autlán y el llano rulfiano: El Mentidero, Las Paredes, El Grullo, El Limón, Tonaya, Apulco, La Croix...

Unos cuantos kilómetros más allá de Cuatro Caminos llegamos al crucero que conecta a la carretera estatal con la cabecera municipal de Zapotitlán de Vadillo, desde donde se toma una nueva carretera estatal que lleva directo a Comala. Decidimos tomar este camino, a pesar de ser más estrecho y plagado de baches que el que rodea por Ciudad Guzmán, con tal de conocer otra región de Jalisco y otra de sus fronteras con Colima, una menos conflictiva que la de Cihuatlán y menos trillada que la del rumbo de Tuxpan.


El Volcán de Fuego, asomándose detrás de un cerro.

Y la elección fue muy acertada: el simple recorrido del camino entre Zapotitlán y Comala es una experiencia estética placentera. La carretera serpentea, en un constante pero suave descenso, entre barrancas labradas por escurrimientos que por milenios han bajado de los volcanes, cuya imponente presencia enmarca el viaje de forma casi continua. A la salida de cada curva, detrás de cada árbol, ora al lado izquierdo, ora al derecho, se ve brotar a las majestuosas montañas que vigilan esta región del país. Pero no solo son los volcanes lo que hay que ver en esta parte de Jalisco: hay una zona arqueológica que se llama Los Cerritos, que desde la carretera luce como una serie de pequeñas cuevas labradas en el paredón de la montaña; la vista del cerro del Petacal como despidiéndose del llano que se va quedando atrás y el paulatino cambio de vegetación conforme se avanza hacia la llanura costera también son elementos atractivos. Fue una sorpresa encontrar pequeños autobuses que hacen la ruta entre Zapotitlán y Comala, prestando un invaluable servicio a los habitantes de Chancuéllar, Mazatán, San José del Carmen y otras poblaciones pequeñas asentadas en estos volcánicos parajes.


Cerca de Los Cerritos.

El más ancho de los arroyos que bajan de los volcanes, tributario del río Armería (el Ayuquila de nuestra región) es el que hace las veces de frontera entre Jalisco y Colima en estos lares. Se da uno cuenta de esto gracias a los señalamientos que se encuentran antes de llegar al puente que lo cruza y que lleva el sugerente nombre de Puente Río de Lumbre. Aquí se entra al estado de Colima y, no sé si por la realidad o por simple sugestión, se siente un cambio en la calidad de la carretera, favorable al estado vecino.

Antes de llegar a Comala hay que manejar algunos kilómetros entre una vegetación exuberante, en una carretera flanqueada por grandes árboles. Se pasa por Suchitlán, que viene a ser el espacio fresa de Comala, algo así como lo que es Ajijic a Chapala: hay restaurantes a orilla de carretera, muchos de ellos con nombres e imagen basados en el concepto del café. Acaso por ser domingo, a la hora que pasamos por ahí los dichos restaurantes ya estaban llenos, con cada espacio de estacionamiento ocupado por algún vehículo. Pero ese no era nuestro destino, así que no pasó de ser solo un dato curioso.

Calle Hacienda Nogueras.


Llegamos a Nogueras, una población del municipio de Comala, poco después de las 10:30 horas, dejamos el carro bajo la sombra de un árbol y pasamos a conocer la parte medular de este lugar, sobre la calle que se llama precisamente Hacienda Nogueras. Ahí se encuentran las tres sedes del Museo Universitario Alejandro Rangel Hidalgo y el Centro Universitario de Gestión Ambiental y Ecoparque Nogueras, administrados por la Universidad de Colima. Nogueras fue una hacienda azucarera, floreciente durante el siglo XIX y un tanto venida a menos en el XX, que pasó por las manos de varias familias prominentes. De ella quedan en pie el chacuaco y la capilla, entre otros vestigios desperdigados por el pueblo, lo que hace recordar a la hacienda de Ahuacapán.

Una fachada de Nogueras.


La calle que ya mencioné y sus alrededores tienen la particularidad de albergar algunas casas cuyas fachadas llevan el sello rangeliano: colores vivos, diseños triangulares en las pequeñas ventanas y una simbiosis con la naturaleza del lugar, representada por un árbol frondoso, macetas o jardineras bien cuidadas. La calle es bastante bonita, todas sus fincas son de arquitectura regional, cuenta con un arbolado sano y bien cuidado y con elementos sobrevivientes de la hacienda, como un tramo de acueducto ahora flanqueado por bugambilias. Aquí se encuentra también la capilla, pequeña y austera pero bien conservada, en un estilo que recuerda a la de Ahuacapán pero mucho más pequeña. Las campanas de la capilla están ahora resguardadas dentro del templo, debido a que el último terremoto dejó unas feas cuarteaduras en el campanario, que esperan a ser reparadas.

Una vista de la capilla de Nogueras.


Entramos a dos de las sedes del Museo de Alejandro Rangel, la principal y la que fue su estudio, ambas son pequeñas pero cargadas de objetos de interés. En la primera hay una sala con obra original del pintor colimense, incluyendo su interpretación del retablo barroco de Santa María Tonantzintla, el cuaderno donde está su primer dibujo y algunos muebles diseñados por él. Esta sala desemboca en las que resguardan la colección de piezas prehispánicas que Rangel fue conformando a lo largo del tiempo, con figuras que los habitantes de los alrededores de Nogueras le llevaban a regalar. Hay aquí piezas de gran valor, muy bien conservadas y dispuestas en vitrinas en una organización basada en lo que las figuras representan: vasijas de diversos tipos, dirigentes o personas prominentes, escenas de la vida cotidiana, los famosos perritos colimotes, entre otras. Desafortunadamente, no se cuenta con fichas técnicas por no conocerse el origen exacto y el contexto en que fueron halladas las piezas.




Piezas prehispánicas en el Museo Rangel Hidalgo.


La segunda de las salas de piezas prehispánicas está diseñada como un horno, sin ventanas e iluminada con luz roja y con las vitrinas distribuidas en los costados y al fondo de la sala. El horno tiene que ver con el proceso de cocción de las piezas de barro, de las que vemos verdaderas maravillas: una mujer llorando, un murciélago, vasijas cuyas patas son unos pericos, guerreros, cargadores, unos amigos que caminan abrazados… en los textos curatoriales se advierte que, si bien los antiguos habitantes de Colima no dejaron escritos en los que describieran sus costumbres, sí que dejaron una crónica de su vida a través de estas figuras.


Artículos de la vida cotidiana en la hacienda de Nogueras.


Las demás salas de esta sede están dedicadas a la vida durante la época de apogeo de la hacienda, incluyendo una cocina completa con artículos originales, como un filtro de agua, un zarzo y todo lo necesario para la confección de los alimentos, así como muebles diseñados por Rangel.



La sede que antes fue el estudio de Alejandro Rangel está poblada de artículos que le sirvieron en vida. Muebles, libros, herramientas, reproducciones de su obra, que nos ofrecen un ambiente cercano al que él mismo creó en vida. Entre sus libros vimos obras de historia de Colima, de arte y algunas de literatura; también hay fotos familiares en la hacienda de Nogueras, cuando la familia Rangel vivió aquí.

Artículos de la Tiendita Rangeliana.


En la acera de enfrente está la Tiendita Rangeliana, en la que se venden toda clase de artículos estampados con la obra del personaje más relevante de Nogueras: camisetas, llaveros, separadores de libros, tarjetas, posavasos, las infaltables tazas… también hay reproducciones de sus cuadros más conocidos, a precios muy accesibles. Afuera de la tiendita, un señor ofrecía una bebida llamada bate, hecha a base de chan, una semilla semejante a la chía, que se sirve mezclada con jarabe de piloncillo. Esta bebida es refrescante y energizante, y tiene una consistencia muy espesa, como de atole.



Luego de un rato en Nogueras, pasamos a Comala, a donde se llega siguiendo una calle que lleva el nombre del escritor Luis Spota. Se trata de un camino empedrado, a cuyas orillas corren lienzos de piedra y algunas casas, amén de buena cantidad de árboles, conformando una muy buena escenografía para hacer fotos. Nos estacionamos muy cerca de la plaza principal; contrario a lo que creímos, no tuvimos ningún problema para encontrar un espacio, que además estaba a la sombra de un árbol.

Portales de Comala.


Luego de recorrer los portales que rodean la plaza, apretados de comercios que ofrecen souvenirs de todas clases, nos instalamos en el famoso restaurante Don Comalón, que ofrece carnes, mariscos y cantidades generosas de botanas variadas y completas, que van desde los tacos de guisados hasta las tostadas de guacamole. El portal en el que se encuentra este restaurante tiene otros negocios de comida, todos con mesas y sillas instaladas dentro del local pero también en el portal, lo que dificulta mucho transitar por ahí. También abundan los músicos que ofrecen sus servicios a los comensales, de géneros de mariachi y norteño, que tocan al mismo tiempo y producen un ambiente cacofónico, turístico en el peor sentido, que contrasta con la imagen de pueblo provinciano, tranquilo, que ofrece Comala.

El altar mayor de la parroquia de Comala.


La parroquia de Comala, dedicada a san Miguel, se halla también frente a la plaza, al lado contrario de la Presidencia Municipal. Es una construcción espaciosa, fresca, bien cuidada, de un estilo ecléctico con dos campanarios asimétricos. Como la mayor parte del pueblo, el templo está pintado de blanco y tiene elementos que hablan de su historia: la tumba del padre Francisco de Sales Vizcaíno se encuentra en el atrio, junto a una campana fechada en 1873. El altar principal es muy sencillo y muestra un dorado muy bien conservado, es presidido por una imagen de Cristo crucificado.

El kiosco.


La plaza de Comala es limpia y cómoda, tiene un buen arbolado que actualmente sirve como soporte a retratos de personas desaparecidas que son buscadas por sus familiares y que constituyen un recordatorio de que no todo está bien en nuestro entorno. El elemento principal es el kiosco, conformado por una estructura metálica sobre una base de material, coronada por una veleta. El diseño de la estructura recuerda al moderno kiosco de Autlán, cuando estaba en buenas condiciones. Aunque lo que más busca el visitante a Comala cuando llega a la plaza es la estatua de Juan Rulfo, que aparece sentado en una banca en actitud de contar algo a un niño, que lo escucha absorto sentado en el suelo frente a él, obra del escultor Rubén Hernández Guerrero. Al fondo luce la torrecilla de la Presidencia Municipal, como en la famosa fotografía que se le tomó al escritor gabrielense en este lugar en la década de 1960.




En Comala hay que comer pan dulce, en especial picones, la especialidad gastronómica del pueblo. También el café, que se produce aquí mismo, y el ponche son productos que forman parte de la experiencia de visitar este pueblo mágico. Luego de abastecernos de algunos de estos productos, tomamos el camino de regreso a Autlán, a media tarde y por la misma ruta que nos llevó a Comala, la de Colima. Un rato no es suficiente para conocer todo lo que hay aquí, pero es un buen inicio.



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