Según cuentan algunos ancianos, durante el conflicto cristero ocurrió en esta fuente de piedra, que aún se conserva en el jardín de Las Montañas, un acto de burla contra la imagen de san Francisco que se encontraba en el interior del templo contiguo, cometido por soldados federales.
Un grupo de cuatro de estos soldados, que estaban en su día libre, había salido ese día a divertirse en una de las cantinas del pueblo. Después de pasar ahí el día, bebiendo del pulque y mezcal que se ofrecía en el lugar y que acabó haciendo su efecto natural en la conciencia de los militares, salieron a la frescura de la tarde en el barrio de Las Montañas.
Como todavía era temprano, al pasar por el templo, entonces cerrado, se les ocurrió hacerle una visita. Forzaron la cerradura de la puerta que da al poniente y entraron, cometiendo toda clase de estropicios con el mobiliario y los ornamentos del templo. Para terminar, mofándose de la delgadez de la figura de san Francisco que había en ese lugar, la bajaron de su nicho y la llevaron en vilo hasta la fuente de piedra, donde la arrojaron al agua.
Al grito de "¡´Tas muy flaco, has de tener sed!", "¡´Ora sí, hártate de agua!", y otras exclamaciones similares, sumergían una y otra vez al santo, hasta que se aburrieron y lo abandonaron, maltrecho y empapado.
Ese fue el último día franco de los alegres soldados y la última vez que se divirtieron tanto. En pocos días los cuatro perdieron la vida en circunstancias extrañas y penosas: como ejemplo ponemos la muerte de uno de ellos, que un día amaneció con una terrible sed que no se calmaba por más cántaros de agua que bebió y que ocasionaron que, antes de que se apagara su sed, reventaran sus órganos internos por la enorme cantidad de líquido.
Basado en la historia referida por doña Esther Gómez Lazareno, nacida en 1917.
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