martes, 22 de diciembre de 2020

Relatos de Autlán, un ejercicio de memoria

Una panorámica de Autlán desde el cerro Colorado.



Una de las formas más eficaces de perpetuar la memoria colectiva es transmitir el recuerdo de las vivencias, de las costumbres, de la fisonomía urbana y, en general, de la forma de vida de la comunidad de una generación a otra. Esto ocurre casi siempre dentro del núcleo familiar, mediante la narración oral de acontecimientos pasados y a través del uso de palabras y expresiones que de esta forma permanecen vivas. Así, las familias resguardan su memoria vital, la que, en unión con la de otras familias, va conformando la memoria de toda la comunidad. Este traspaso de los recuerdos de una generación a otra es una de las formas de la microhistoria.
Casi siempre la memoria se transmite de forma oral. En ese medio se han perpetuado, por ejemplo, las leyendas de la Piedra del Cerrito o del Coajinque, nacidas quién sabe cuándo pero que reviven cada que las volvemos a narrar, o las historias de aparecidos que no faltan nunca en las reuniones familiares. Lo que no es tan común es que alguien se tome el trabajo de reunir los recuerdos de los acontecimientos de la familia, asentarlos por escrito y, aparte, llevarlos a imprimir para ponerlos a disposición de sus descendientes y de sus amigos. Esto es lo que hizo el señor José de Jesús Vargas Reyes en su libro Relatos de Autlán, publicado con la intención expresa de compartir sus recuerdos con su círculo más cercano.
Don Jesús nació en 1950 en Ixtlahuacán del Río, Jalisco, hijo de padre tepatitlense. Pero desde 1953 su familia se radicó en Autlán, donde el autor del libro que comentamos vivió su infancia y primera juventud. Con los recuerdos de esa época, comprendida entre su llegada al pueblo y el año de 1967, redactó los 17 relatos que componen el libro, un trabajo ejemplar de microhistoria.
El libro comienza con un prefacio en el que aclara que los relatos fueron hechos precisamente para capturar los recuerdos antes de que con el tiempo se convirtieran en “nebulosas difíciles de recordar” y para compartirlos con su familia, amigos, ex compañeros de la preparatoria y con los vecinos de Autlán que se interesaran en ellos. A través de las 63 páginas del libro visitamos, en una prosa ágil y clara, el Autlán que vivía el proceso de transformarse en una ciudad moderna, merced a la apertura de las comunicaciones con el resto del país, en forma de carreteras, red telefónica y hasta una estación de radio, y de afirmarse como una ciudad de importancia en el Estado de Jalisco, con la instalación de una escuela preparatoria y la erección de la diócesis Rivoriense. Todo esto lo vemos a través de los ojos de un niño y de un adolescente, que ve con asombro y avidez los cambios que ocurren en su entorno.
Gracias a esta iniciativa de don Jesús Vargas por conservar los recuerdos, conocemos los nombres, personalidades y acciones de algunos ilustres profesores autlenses, como el padre Víctor Cortés en el nivel de primaria, el doctor Jesús Velázquez y el químico Adán Uribe en secundaria (ambos con nombre de calle), así como el doctor Nabor de Niz y don Gabriel Lima en la preparatoria. También recorremos los ríos y arroyos de los alrededores de Autlán que en esa época eran los balnearios familiares (La Caja, el Coajinque…), los días de escuela en el colegio Amador Velasco, los trabajos en los establos familiares que en esa época todavía existían en pleno centro de la ciudad o las excursiones infantiles a la cueva del Ermitaño. Claro, no quedan fuera las evocaciones de las plazas públicas, de las tardes en el cine Lux o en el Mutualista o el servicio eléctrico de la década de 1950, que se prestaba solamente durante cuatro horas al caer la tarde y solo servía para encender los focos de las casas. Hay también anécdotas sabrosas, como la fuga de presos de la cárcel municipal hacia 1959, que cruzaron la casa de don Jesús para salir tranquilamente por la puerta (su casa colindaba, pared con pared, con la cárcel), y descripciones de la parte festiva de la identidad autlense: el Carnaval, como se celebraba en aquellos ya lejanos tiempos, y el Casino Autlense con la función social que mantuvo durante generaciones.
Como ya lo dije, Relatos de Autlán es un ejercicio de microhistoria. No tiene el rigor de un trabajo de historia pero sí la agudeza para rescatar esas minucias que conforman la identidad colectiva.
El libro, aunque lo merecería, no está disponible al público

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