lunes, 13 de abril de 2015

El abaratamiento del aplauso


Publicado originalmente en Letra Fría.

En la recopilación de ensayos El peatón inmóvil el poeta Luigi Amara dedica un texto a analizar el aplauso como medio de expresión de alegría o reconocimiento y hace algunas especulaciones sobre su origen entre los hombres primitivos. Al terminar de leer el mencionado ensayo uno se queda con las ganas de observar el comportamiento de los públicos en eventos masivos (o no tanto) y de cómo se recurre al aplauso como un comodín para todo tipo de situaciones.
Frases como “el artista vive del aplauso” se han convertido en grandes lugares comunes que intentan expresar un alto valor del aplauso. Sin embargo, en estos tiempos podemos notar un abaratamiento terrible de esta expresión, que debería de ser un justo premio al artista o personaje que demostró un talento o entrega excepcional ante el público.
Ahora es común que se aplauda a todos y cada uno de los integrantes del “honorable presidium” cuando se les presenta, por más que algunos de ellos no sean tan honorables. Se aplaude también cuando uno de esos integrantes termina de hacer uso de la palabra, aunque los nervios o la falta de ideas no le hayan permitido más que balbucear algunas frases hechas, se aplaude cuando el artista sale al escenario y cuando lo abandona, sin importar la calidad de su actuación, se aplaude rabiosamente cuando el torero pide “la de aquí” a la banda de música. Es tal la confusión que se aplaude lo mismo una genialidad que una pifia.
Para acabar de perjudicar la situación, casi todos los presentadores o maestros de ceremonias utilizan también el recurso de pedir “un fuerte aplauso más” como una herramienta para ganar preciosos segundos para pensar una frase ingeniosa que le sirva para despedir al aplaudido. El público, por supuesto, bate las palmas gustosamente.
Ya es muy raro oír un aplauso generalizado, espontáneo, que surja como una respuesta a una actuación fuera de lo común y más raro todavía que un artista salga del escenario en silencio, como mudo reproche a su falta de calidad o profesionalismo.
Aplaudir ya se convirtió, más que en una forma de comunicación entre el público y el artista, en una triste y aburrida rutina.

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