sábado, 2 de noviembre de 2024

El Hospital de Las Montañas en el VII Coloquio de Cultura Funeraria

Foto de Gerardo Molina, cronista de Etzatlán.

 En el auditorio Xabier Torres Ladrón de Guevara del Museo de la Ciudad de Guadalajara se celebró, la tarde del pasado miércoles 30 de octubre, el VII Coloquio de Cultura Funeraria, una actividad organizada por la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco y que tuvo como tema general “Cementerios, hospitales y beneficencia”. Una de las tres ponencias que se presentaron fue sobre la historia del Hospital de Las Montañas.

El coloquio comenzó a las 17:30 horas, con la asistencia de unas 30 personas y la moderación de Carlos Martín Boyzo Nolasco, vicepresidente de la Asociación. En el presídium estuvieron él y los tres ponentes: Isabel Eugenia Méndez Fausto, cronista de Tototlán, quien además fue la encargada de la organización y convocatoria del coloquio; Francisco Javier Sánchez Muñoz, cronista de San Miguel el Alto; Juan Frajoza Ramírez, cronista de Yahualica de González Gallo, y Guillermo Tovar Vázquez, cronista de Autlán de Navarro.



La primera exposición fue de la profesora Isabel Méndez, bajo el título Un palacio para la beneficencia en Tototlán, Jalisco, México, una historia de la Casa de Ejercicios de esa localidad, al que la ponente define como “palacio tototlense de la beneficencia”. En este trabajo se aborda el desarrollo de este lugar, desde la capilla preexistente y que fue dañada por el terremoto del 2 de octubre de 1847, dejándola inservible. Con un nuevo uso como casa de ejercicios, ya a finales del siglo XIX, a lo largo de la siguiente centuria se ofrecerían en este lugar otros servicios de beneficio a la comunidad, incluyendo el de escuela. En este siglo, la casa conoce una etapa de crecimiento, con el agregado de nuevos espacios y usos, de los que la ponente dio una relación pormenorizada, así como de sus remodelaciones y cambios en su fisonomía.

Guillermo Tovar. Foto de Gerardo Molina.


El segundo turno fue para Guillermo Tovar, quien presentó el trabajo El Hospital de Las Montañas y la modernización de los servicios médicos en Autlán, que comenzó con los antecedentes de la existencia de hospitales en el barrio autlense de Las Montañas que, según autores como Lilia Oliver, se remonta hasta mediados del siglo XVI. Con periodos en los que el hospital estuvo cerrado, en ese barrio hubo hospital hasta el siglo XX, cuando cambió su uso al de asilo de ancianos. Otro antecedente nace a finales del siglo XIX, cuando se abre al público un hospital municipal, en el mismo terreno que ahora ocupa el Hospital de Las Montañas. Las gestiones para la construcción de éste comenzaron en 1937, cuando Jaime Llamas y Luis Enrigue convocaron a vecinos de Autlán para conformar un Comité Pro Hospital Paulino Navarro, cuyas gestiones, apoyadas por los habitantes de Autlán pero también por funcionarios de alto nivel en los gobiernos estatal y federal y por los autlenses radicados en la Ciudad de México, culminaron en 1950, cuando se abre al público el hospital. Aquí comenzaría una etapa de consolidación, con la adquisición de equipos y materiales y, sobre todo, de personal médico capacitado. En 1960 se hace cargo de su dirección el doctor Nabor de Niz, en cuya gestión se consigue la declaratoria como hospital universitario, mejora sustancialmente su equipamiento y organización y se abre una escuela de auxiliares de enfermería, con lo que se convierte en el hospital más importante de Jalisco fuera de la capital. Sin embargo, en 1974 hay un cambio en la dirección del hospital y en la presidencia del patronato, con lo que comienza una época de decadencia que culmina con el otorgamiento del hospital, por parte del municipio, en comodato a una asociación civil. A la fecha, el hospital sigue en funcionamiento, pero ya como una clínica privada más, sin el servicio de beneficencia para el que lo fundaron sus gestores.

Isabel Méndez y Francisco Sánchez. Foto de Gerardo Molina.


El cronista de San Miguel, Francisco Sánchez, presentó un trabajo titulado Cementerio del Señor de la Misericordia. Patrimonio de la Humanidad en la Ruta de la Plata, sobre la historia, el valor arquitectónico y patrimonial del cementerio de Encarnación de Díaz. La exposición incluyó una relación de la historia de este recinto, desde los inicios de su construcción en la década de 1820, con la relación de los encargados de la obra y de los cambios y mejoras que ha experimentado a lo largo del tiempo. Datos como el primer entierro en este cementerio, ocurrido el 29 de abril de 1829 luego del fallecimiento de María Toribia, y de la situación durante la epidemia de cólera morbus pocos años después, sirvieron para conocer mejor la vocación y el servicio de este sitio. En la segunda parte de su exposición, el ponente habló del marco legal y las declaratorias de protección que tiene este cementerio: fue declarado parte de la ruta Camino Real de Tierra Adentro en 2010, es parte de la Delimitación de Zonas de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura en 2015 y del Perímetro de Protección de la UNESCO. Sin embargo, el Reglamento de Cementerios de Encarnación no incluye disposiciones tendientes a su protección, en armonía con estas declaratorias. En opinión del cronista, hay acciones pendientes en el ámbito legal, para asegurar la protección de este cementerio que, por otro lado, guarda un buen estado de conservación.

Juan Frajoza. Foto de Gerardo Molina.

Juan Frajoza, cronista de Yahualica, presentó el tema titulado El velorio de angelitos a través de las fuentes judiciales. San Miguel el Alto (1835), Las Ánimas (1866), una interesante relación de los ritos funerarios de niños en la región de los Altos y sus alrededores. Explicó el sentido de las fotografías mortuorias, llamadas penates, como santo familiar y protección para las familias, sustituto de la memoria a quien se le pide su intercesión ante Dios. Cada elemento de estas fotografías, como la posición de las manos, el lugar sobre el que se colocaba el cadáver y los objetos y personas que lo acompañaban tenían una razón de ser, que fue explicada por el ponente: como se trataba de personas que no habían ejercido su libre albedrío, se consideraban puras, capaces de interceder ante Dios por sus familiares. Se les colocaba con las manos juntas, en actitud de ruego, se tendían sobre una mesa y no sobre el suelo, como a los adultos y, en ocasiones, se les acompañaba con hojas de palma que se quemarían, en lugar de sus alas, al pasar por el purgatorio. En el velorio se tocaban minuetes, género musical llegado a América en el siglo XVII, y los conocidos como parabienes, al momento del entierro. La muerte de niños era motivo de gozo porque pasarían directo al cielo, por lo que en algunos lugares se hacían verdaderas fiestas, fandango incluido, durante el velorio, lo que resultó escandaloso ya a finales del siglo XIX, cuando comienzan las prohibiciones de estas prácticas o “bailes inmorales que se llaman velorios”, esto fue explicado con citas de disposiciones emitidas por distintos gobiernos ya en la década de 1860. El cronista resumió el proceso de este ritual de la siguiente forma: defunción-vestimenta del cadáver-minuetes-parabienes-fandango. Un rito mortuorio que es necesario conocer, en tiempos de falsificación de tradiciones.



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