El pájaro coa o pájaro bandera en la rama de un sabino. Foto de Ana Arciniega. |
Convocados por el grupo Amigos
del Coajinque, un total de diez personas nos reunimos la mañana del domingo 3
de marzo en la ribera norte del Paseo del Coajinque, muy cerca del puente de la
calle de González Bocanegra. De aquí partimos en un par de vehículos, por la
carretera nueva a Villa Purificación, hasta el sitio conocido como Las Nueces,
en terrenos de la comunidad indígena de Chiquihuitlán. Aquí descendimos al
cauce del arroyo, por un bien marcado camino que baja un par de decenas de
metros desde la carretera para llegar a una pequeña represa construida en el
lecho del arroyo. Este lugar ya lo habíamos visitado durante la jornada del
Home River Bioblitz, en septiembre del año pasado, y desde aquí ya comenzamos a
observar algunos cambios importantes en el lecho del arroyo, con respecto a lo
que observamos en aquella ocasión: al pie de la represa vimos un par de
montones grandes de arena, quizás producto del desazolve que se habría tenido
que hacer luego del impacto del huracán Lidia, el 10 de octubre, que fue la única
ocasión en el temporal de 2023 en que el Coajinque tuvo una buena cantidad de
agua. Más arriba notamos que la vegetación que nos había dificultado el paso cinco
meses antes ya no estaba, lo mismo que algunas islas de arena y piedras que
habíamos visto al centro del cauce y, en cambio, había más piedras grandes y
una mayor erosión de las riberas.
Luego de una pequeña plática de Lanci
Amapola Duque Zepeda en la que explicó la finalidad de este paseo, que se
organizó para conocer y difundir la biodiversidad y el valor ambiental que
tiene el arroyo El Coajinque, partimos desde Las Nueces arroyo arriba, siempre
sobre el cauce del arroyo, comenzando una caminata de alrededor de dos horas,
hasta que llegamos a unas piletas situadas más allá de Los Mezcales. Una caminata
llena de sorpresas, detrás de cada piedra y de cada árbol.
Desde el inicio de la caminata
pudimos notar cómo a lo largo de prácticamente todo el recorrido había agua, ya
sea corriendo por el arroyo, estancada en forma de albercas naturales entre las
piedras o en charcas situadas en algún rincón, rodeadas de árboles. Dentro de
estos cuerpos de agua la vida bulle: ahí habitan peces, tepocates, cangrejos y
otros animales, que pudimos observar a simple vista. Fue interesante observar el
fenómeno que podría ser el origen del nombre del Coajinque (serpiente que se
esconde): en ciertos tramos arenosos el agua corre libremente hasta desaparecer
entre la arena, resurgiendo nuevamente a la superficie metros más adelante. El agua
sería la serpiente que se oculta bajo la tierra, tal y como lo hace antes de
llegar al pueblo de Autlán.
Entre los miles de piedras dentro
del lecho del arroyo vimos una cantidad grande de piezas teñidas de verde, lo
que sería indicador de la presencia de cobre; también encontramos piedras de cuarzo
y con restos de diversos cristales. También hallamos un trozo de viga de
madera, en muy buenas condiciones de conservación y muy pesada, que podría
tener más de un siglo de existencia, a juzgar por la forma en que fue labrada,
al parecer con hacha. Es posible que formara parte del tejado de alguna casa derribada
por el agua.
La vegetación a lo largo del camino
es abundante y diversa. Entre las especies que pudimos identificar hay cabeza
de negro, parotas, una palma de coyules, zalates y sabinos; algunos de los árboles
grandes muestran todavía los estragos de la gran avenida del 10 de octubre, con
ramas desgajadas. En una de ellas encontramos un espectáculo sorprendente: un nopal
“aéreo”, arraigado en el hueco de una rama desgajada y cuyas pencas crecen satisfactoriamente
a partir de las raíces colgantes. Un acto de contorsionismo vegetal digno de
verse.
El nopal aéreo.
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Sin embargo, quizás fueron las aves las que se llevaron el protagonismo esa mañana. Claudia Esmeralda Campos Martínez, coordinadora del Programa de Aves Urbanas de Autlán, identificó 25 especies, entre ellas dos de zopilotes y dos de calandrias y una de cuervo, de tecolote y de carpintero. Pero la especie que más nos emocionó ver y que parecía posar para nosotros sobre una rama de sabino, fue la coa elegante (Trogon elegans), que todos pudimos apreciar a placer y que Ana Arciniega pudo fotografiar muy bien. Esmeralda nos explicó que esta es una de las dos especies de pájaro coa y es la que se puede observar en tierras más bajas, como Cuzalapa. La otra especie, coa mexicana, es la que se ha convertido en especie insignia de la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán y habita en tierras más altas. Sin embargo, fue para todos una sorpresa poder observar en este sitio a esta ave; algunos de nosotros nunca habíamos visto un ejemplar vivo.
Un grupo de zopilotes. |
Colonia de coconitos. |
A lo largo de todo el recorrido
estuvimos cerca de asentamientos humanos y de manifestaciones del progreso: en
todo este tramo el arroyo corre paralelo a la carretera, así que podíamos oír
el ruido de los vehículos que transitan por ella, pero también tropezamos con
una buena cantidad de mangueras utilizadas para llevar agua a ranchos y casas
cercanos, nos topamos con algunos perros y otros animales domésticos y hallamos
instalaciones como alambrados, hornos y hasta un pequeño altar a la virgen de
Guadalupe. También pudimos platicar brevemente con la señora Digna, de Los
Mezcales, quien nos contó sobre su proyecto de instalar colmenas en su
propiedad, que tendrán como base a cuatro reinas.
Que bonito debe haber sido el caminar y ver la variedad de aves que casi están extintas . Gracias por compartir me recuerda La Caja cuando mi tía me llevaba Ella a lavar y yo a jugar en el agua y juntara guiñotes
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