El sábado 23 de julio por la noche,
en el salón de usos múltiples del Museo Regional se llevó a cabo un homenaje al
filólogo autlense Antonio Alatorre, con motivo del centenario de su nacimiento,
organizado por el Museo y el Ayuntamiento de Autlán. Con la asistencia de unas 50
personas, entre las que estuvieron integrantes del colectivo zapotlense Bestiario
y del Club de Lectura Trashumante, de Autlán, el homenaje comenzó a las 19:45
horas.
El primer momento del homenaje
estuvo a cargo del cronista de Autlán, Guillermo Tovar, quien dio una plática
sobre la relación de Antonio Alatorre con Autlán. En ella, además de la hablar
sobre la importancia de la obra de Alatorre en ámbitos como la edición, la traducción
o la docencia, explicó cómo en sus textos hay generalmente referencias a lo que
conoció en los doce años que vivió en su pueblo natal: los recuerdos de su
infancia en la casa paterna en La migraña o palabras de uso común en
Autlán, como esquilín, en Los 1,001 años de la lengua española. Aseguró
que la formación académica de don Antonio y su amor por las letras comenzó en
Autlán, en su propia casa, donde su padre les leía a sus hijos pasajes de
textos de la literatura universal, tanto como en su Escuela Superior para Niños
y en la misma casa de la profesora María Mares, en la que pasaba tardes enteras
y en la que tenía acceso a libros. Ese amor por las letras lo caracterizó a lo
largo de su vida y la convirtió en uno de los intelectuales más respetados de
toda la Hispanidad. Para concluir, dijo que sería deseable que, así como existe
un Festival Músico Cultural dedicado a Carlos Santana, en Autlán debería
recordarse constantemente a Antonio Alatorre.
Pero la parte importante de la
velada vendría enseguida: la plática Antonio y yo, a cargo del viudo de don
Antonio, don Miguel Ventura. Desde un principio, el también artista plástico aclaró
que hablaría de su relación con don Antonio a su manera, luego de que las instituciones
académicas, a las que calificó de hipócritas, se han negado a hablar de la vida
privada de Alatorre, sobre todo en su relación con él. Dicho esto, don Miguel
leyó un texto que preparó para la ocasión, lleno de anécdotas y detalles sobre
el desarrollo de su relación, su vida cotidiana en pareja y la opinión que Alatorre
tenía sobre la academia y la élite cultural mexicana.
En alrededor de una hora, Miguel
Ventura habló de la forma en que conoció a Antonio Alatorre, hacia 1972, cuando
fue su alumno en Princeton, su primer viaje a México en 1975 y el inicio de su
vida juntos, luego del divorcio de Alatorre. En su relación, aseguró, no
existió el obstáculo de la edad. Por esa época y desde los años 1960, en
palabras de Ventura, Alatorre estaba bloqueado, algo no fluía en él. El mundo
académico no lo llenaba y se encontraba en una lucha “por salir del clóset”. Como
una manifestación de este bloqueo ocurrió el episodio de los ficheros, una
serie de documentos con información que Alatorre había encontrado en librerías
de Europa y Estados Unidos y que conservaba en su poder, sin saber en qué
emplearlas. El filólogo consideró quemarlas, pero al final le sirvieron para el
monumental trabajo de Los 1,001 años… Sobre la vida académica mexicana
de su época, Alatorre se sentía incómodo en ese ambiente de cocteles, presunción
y vida social elitista. Don Antonio podía ser, según la descripción de Miguel,
sumamente cortés, pero también muy directo, rayano en la grosería. Estas características
lo mantuvieron mucho tiempo alejado de los principales círculos sociales de la
academia mexicana.
Lo más interesante para el público
autlense fue la relación que Ventura hizo de “cómo Autlán entró en su casa”:
palabras autlenses, como tonche, con algunas de cuyas variaciones nombraron
a los gatos que tuvieron como mascotas; anécdotas de la familia Alatorre, como
los inicios de la vida matrimonial de doña Sara Chávez, que incluía chiquilladas
como jugar a las muñecas con sus amigas, entre otras. Había entre ellas historias
escatológicas: una vez doña Sara estaba jugando a las escondidas con sus amigas
en su casa, se escondió detrás de una puerta y, al ser encontrada por una de
sus amigas, explotó en carcajadas tan fuertes que provocaron que se orinara. Lo
malo es que debajo de ella estaba un chiquihuite en el que su suegra guardaba
su tabaco; al encontrarlo húmedo, la señora solamente lo tendió al sol para
secarlo y poder fumarlo después.
En la conversación no faltaron las
narraciones de largos viajes en auto, incluyendo uno desde la ciudad de México
hasta Washington, viajes a otros países, la aversión de don Antonio a comprar
ropa o zapatos y a usar computadora y otras anécdotas de su vida en pareja. A la
muerte del profesor Alatorre, Miguel esparció sus cenizas en un valle del Paso
de Cortés; no hubo servicios funerales de ningún tipo porque a ninguno de ellos
les gustaban esa clase de rituales.
Miguel Ventura aseguró que hace falta visibilizar testimonios de parejas homosexuales, tiene que dejar de ser un tabú hablar sobre este tema. Terminó su plática con una anécdota del niño Antonio Alatorre: en una visita a la tienda El Gran Número 8, de su papá, descubrió que don Gumersindo tenía en la bodega una boa, que mantenía ahí para que tuviera a raya a los ratones. La visión de la serpiente lo impactó, al grado de no olvidarla nunca.
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