Una de las formas más eficaces de perpetuar la memoria colectiva es transmitir el recuerdo de las vivencias, de las costumbres, de la fisonomía urbana y, en general, de la forma de vida de la comunidad de una generación a otra. Esto ocurre casi siempre dentro del núcleo familiar, mediante la narración oral de acontecimientos pasados y a través del uso de palabras y expresiones que de esta forma permanecen vivas. Así, las familias resguardan su memoria vital, la que, en unión con la de otras familias, va conformando la memoria de toda la comunidad. Este traspaso de los recuerdos de una generación a otra es una de las formas de la microhistoria.
Casi siempre la memoria se
transmite de forma oral. En ese medio se han perpetuado, por ejemplo, las
leyendas de la Piedra del Cerrito o del Coajinque, nacidas quién sabe cuándo
pero que reviven cada que las volvemos a narrar, o las historias de aparecidos
que no faltan nunca en las reuniones familiares. Lo que no es tan común es que
alguien se tome el trabajo de reunir los recuerdos de los acontecimientos de la
familia, asentarlos por escrito y, aparte, llevarlos a imprimir para ponerlos a
disposición de sus descendientes y de sus amigos. Esto es lo que hizo el señor
José de Jesús Vargas Reyes en su libro Relatos
de Autlán, publicado con la intención expresa de compartir sus recuerdos
con su círculo más cercano.
Don Jesús nació en 1950 en
Ixtlahuacán del Río, Jalisco, hijo de padre tepatitlense. Pero desde 1953 su
familia se radicó en Autlán, donde el autor del libro que comentamos vivió su
infancia y primera juventud. Con los recuerdos de esa época, comprendida entre
su llegada al pueblo y el año de 1967, redactó los 17 relatos que componen el
libro, un trabajo ejemplar de microhistoria.
El libro comienza con un prefacio
en el que aclara que los relatos fueron hechos precisamente para capturar los
recuerdos antes de que con el tiempo se convirtieran en “nebulosas difíciles de
recordar” y para compartirlos con su familia, amigos, ex compañeros de la
preparatoria y con los vecinos de Autlán que se interesaran en ellos. A través
de las 63 páginas del libro visitamos, en una prosa ágil y clara, el Autlán que
vivía el proceso de transformarse en una ciudad moderna, merced a la apertura
de las comunicaciones con el resto del país, en forma de carreteras, red
telefónica y hasta una estación de radio, y de afirmarse como una ciudad de
importancia en el Estado de Jalisco, con la instalación de una escuela
preparatoria y la erección de la diócesis Rivoriense. Todo esto lo vemos a
través de los ojos de un niño y de un adolescente, que ve con asombro y avidez
los cambios que ocurren en su entorno.
Gracias a esta iniciativa de don
Jesús Vargas por conservar los recuerdos, conocemos los nombres, personalidades
y acciones de algunos ilustres profesores autlenses, como el padre Víctor
Cortés en el nivel de primaria, el doctor Jesús Velázquez y el químico Adán
Uribe en secundaria (ambos con nombre de calle), así como el doctor Nabor de
Niz y don Gabriel Lima en la preparatoria. También recorremos los ríos y
arroyos de los alrededores de Autlán que en esa época eran los balnearios
familiares (La Caja, el Coajinque…), los días de escuela en el colegio Amador
Velasco, los trabajos en los establos familiares que en esa época todavía
existían en pleno centro de la ciudad o las excursiones infantiles a la cueva
del Ermitaño. Claro, no quedan fuera las evocaciones de las plazas públicas, de
las tardes en el cine Lux o en el Mutualista o el servicio eléctrico de la
década de 1950, que se prestaba solamente durante cuatro horas al caer la tarde
y solo servía para encender los focos de las casas. Hay también anécdotas
sabrosas, como la fuga de presos de la cárcel municipal hacia 1959, que
cruzaron la casa de don Jesús para salir tranquilamente por la puerta (su casa
colindaba, pared con pared, con la cárcel), y descripciones de la parte festiva
de la identidad autlense: el Carnaval, como se celebraba en aquellos ya lejanos
tiempos, y el Casino Autlense con la función social que mantuvo durante
generaciones.
Como ya lo dije, Relatos de Autlán es un ejercicio de
microhistoria. No tiene el rigor de un trabajo de historia pero sí la agudeza para
rescatar esas minucias que conforman la identidad colectiva.
El libro, aunque lo merecería, no está
disponible al público
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