viernes, 30 de marzo de 2018

Sobre la agresión a los monumentos en Autlán

Lugar donde estuvo el busto de María Mares.


Todavía el año 2018 no cumplía sus primeras dos semanas cuando nos dimos cuenta de que el monumento al general Paulino Navarro colocado en la Alameda y que fue inaugurado en el año 1939 amaneció vandalizado: el pedestal presenta desde entonces algunas inscripciones de grafitti indescifrables, mientras que la estatua está pintada con aerosol negro.
Algunos creímos que se trataría de una simple puntada que no tardaría en ser atendida por el Ayuntamiento. Pero, casi tres meses después, ni las autoridades municipales han puesto manos a la obra en su reparación ni los monumentos autlenses han dejado de ser agredidos: el 30 de enero el busto de la maestra María Mares, colocado en 1994 en la plazuela que lleva su nombre, frente al templo de La Purísima, simplemente no amaneció en su lugar; mientras que en esta semana corrió la misma suerte la placa que identificaba al busto de Efraín González Luna, justo afuera de la Casa de la Cultura. A esto hay que sumar la destrucción del busto de Benito Juárez en pleno centro de Autlán y la pintura blanca sobre el busto de José Santana colocado en el jardín Carlos Santana, ambos en 2016.
Sea cual fuere la intención al atentar contra ellos (desde expresar una inconformidad hasta un simple juego) y se trate de una colección de actos aislados o de una acción premeditada contra los monumentos autlenses, podemos ver en estas acciones un desprecio absoluto por la propiedad pública y por el ambiente y la imagen urbana, así como una completa ignorancia de los elementos que componen nuestra identidad colectiva.

El monumento a Paulino Navarro. Foto de Autlán y sus regiones.

El busto de José Santana.

Porque este tipo de monumentos no son simples adornos para los espacios públicos: como parte del patrimonio cultural tienen, entre otras, las funciones de informar y educar a los ciudadanos sobre las personas y los acontecimientos que han aportado a la conformación de nuestra identidad, así como de servir como “anclas” de la dinámica social, que permiten la cohesión colectiva al inspirar a cada habitante a sentirse parte del grupo social. Esto por no hablar de los beneficios económicos que puede tener un inventario de monumentos en buen estado (¿no será atractivo para los seguidores de Carlos Santana alrededor del mundo visitar su monumento en el pueblo donde nació?). Si los monumentos desaparecen o permitimos que se sigan deteriorando, perderemos una parte importante de nuestra forma de ser.
Y, por ahora, lo menos preocupante es la inactividad de las autoridades, que no parecen tener entre sus prioridades el buen estado de los monumentos: lo más grave es el desprecio, derivado de la ignorancia, por parte de una sección de la sociedad autlense hacia su propio patrimonio. Una manifestación inequívoca de degradación.


El busto de Efraín González Luna, ya sin placa.

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