En nuestros días es imposible generalizar sobre el modo de ser de los autlenses: después de la apertura de las comunicaciones en los años 1930 y la llegada de la Minera Autlán, del ingenio Melchor Ocampo y del CUCSur, entre otros hitos de nuestra historia, la población autlense se ha vuelto sumamente heterogénea, desde el punto de vista económico, religioso, educativo y social.
Sin embargo, creo que hay elementos que están presentes en la personalidad autlense y que, si bien no son compartidos por todos los que vivimos aquí, sí siguen siendo notorios y relativamente fáciles de identificar.
Uno de ellos es que el autlense promedio es un entusiasta de las modas culinarias: aunque clásicos como los tacos o los dogos nunca dejan de estar vigentes (por algo son clásicos), somos capaces de encumbrar en unas cuantas semanas un negocio (recuerdo al Taco Paco en los 80, el Cuatro Caminos o los mariscos Barra de Navidad, por ejemplo), un tipo de comida (la actualmente boyante comida mediterránea o las crepas de la Alameda, por ejemplo) o una forma de consumirla, como los desayunaderos dominicales ubicados fuera del pueblo. Casi siempre el ascenso de éstos en el gusto de los autlenses es muy rápido, aunque igual de súbita puede ser su caída, en cuanto se empieza a decir que el tal establecimiento "ya se está haciendo muy comercial" o surge una nueva moda. Pero, mientras están en la cumbre, es necesario acudir a consumir, aunque sea por curiosidad.
Un detalle muy autlense es la actitud hacia el patronato del Carnaval, que está constituido por unas personas que trabajan de forma honoraria en la organización de la fiesta más importante de Autlán y que, siempre, todo lo que hagan estará mal para el común de los autlenses, que saben por lo menos tres mejores maneras de hacerlo y a tres bandas o cantantes mejores que los anunciados y que están más de moda, además de que las entradas para verlos en otras ciudades son siempre más baratas. Esto casi siempre es solo retórica, una manera de sacar la ansiedad por la proximidad de las fiestas que, con todo, siempre estarán a reventar.
También es notable la relación de amor-odio con El Grullo, la ciudad que tenemos más cerca y que nació en territorio que antiguamente formaba parte del municipio de Autlán, además de que comparte problemas, familias y costumbres con nuestro pueblo. Gracias, entre otras cosas, a épocas como la de la ameritada banda municipal de El Grullo y la de "la tienda del Mandamás", el autlense por lo general considera que allá "hay más cultura" y que "todo está más barato", aunque nuestro pueblo vecino pase actualmente por una serie de problemas en ambos rubros. Esto forma parte de la rivalidad existente entre los habitantes de ambos lugares, un elemento indispensable en su relación.
El autlense también tiene la particularidad de que es muy aficionado a conocer su historia: le gusta coleccionar o, por lo menos, admirar objetos, fotografías, textos o cualquier otra cosa sobre la historia de Autlán. Esta conducta se ha potenciado con el uso de las redes sociales, en las que es muy fácil compartir toda clase de contenidos. Esta afición es una de las causas de que existan eventualmente celebraciones de una falsa fundación española de Autlán o de que se lleve un conteo de los Carnavales que se han celebrado, basado en el dudoso dato de que el primero de ellos se organizó en 1831. Es por eso que, por ejemplo, sigue siendo un símbolo de Autlán la antigua torrecilla del reloj. Salvo contados casos, este gusto por la historia no decae con la distancia, a juzgar por la actitud de los llamados hijos ausentes.
Por último, todavía existe entre los autlenses la costumbre de ver al arroyo El Coajinque como una frontera social, donde las colonias que se encuentran más allá (o más acá, yo escribo esto desde la Echeverría) de la margen derecha del arroyo son los barrios pobres, marginados, donde campean la delincuencia, los cholos, el desorden y la suciedad, a pesar de encontrarse entre ellas el fraccionamiento El Paraíso, uno de los mejor organizados desde el punto de vista vecinal, el centro comunitario Tiopa Tlanextli y el museo de ciencias, todavía en construcción.
En fin, tómese este escrito con la debida reserva, es fruto de las observaciones de alguien que no sabe una palabra de sociología o ciencias afines. Si le parece, puede completarlo o corregirlo con sus comentarios.
Se vale opinar desde la subjetividad. Aunque no seas “ hispanista “ o antropólogo social 🥴
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