martes, 16 de diciembre de 2014

Una extraña parranda




A mediados de la década de 1920 en Autlán no había muchas opciones de entretenimiento para los jóvenes; la más socorrida entre los varones era la participación en las fiestas, con música en vivo, que se organizaban los fines de semana en algunas casas particulares a donde, si no estaban invitados, había la posibilidad de entrar como coleros.
En esa época Valentín y dos de sus amigos, que vivían cerca de la famosa tienda El Puerto de Las Peñas (que quedaba ya casi a la orilla sur del pueblo, en el cruce de las actuales calles de Guadalupe Victoria y Santos Degollado) llegaron al anochecer del domingo ya sin dinero pero con sobradas ganas de seguir la juerga que habían comenzado temprano. Comenzaron a caminar hacia el centro, ya con una mediana cantidad de mezcal entre pecho y espalda, cuando oyeron claramente la música de algún conjunto, que seguramente amenizaba una fiesta, por el rumbo del Barrio Alegre. Hacia allá se fueron, con la esperanza de no terminar la fiesta temprano.
Pronto llegaron al Barrio Alegre, pero no podían localizar la casa de donde salía la música. Pusieron atención y notaron que el sonido venía de un poco más al norte, rumbo al Gallo Negro. Caminaron pues a este lugar, contentos porque ya creían tener asegurado el cerrojazo de su fin de semana. Llegaron al Gallo Negro y el barrio estaba escueto, sin algo que remotamente indicara que en alguna casa de por ahí hubiera pachanga. Pero la música se seguía oyendo, ahora más al norte, rumbo a La Quinta.
Para La Quinta caminaron, por las empedradas y oscurísimas calles, creyendo que algún borracho con algo de dinero había contratado al grupo musical para que lo siguieran por las calles. Llegaron a La Quinta, que era donde estaban las últimas casas del pueblo, y no hallaron absolutamente ningún rastro de borracho, músicos o fiesta, pero no dejaron de oír la música, esta vez desde el potrero que se extiende al pie del cerrito. Esto ya les pareció muy raro, puesto que era ese un potrero lleno de huizaches y otras plantas que difícilmente permitían el paso a alguien armado con un machete, peor aún a unos músicos.
Esto les hizo creer que esa esquiva música era cosa del diablo, que trataba de darles un escarmiento por su afición a la parranda. La incipiente borrachera se les cortó en el momento y regresaron corriendo a su barrio, para no volver a salir de sus casas hasta bien amanecido el día siguiente.


Basado en la historia contada por el señor Valentín Vázquez, nacido en 1907, y que se ha transmitido oralmente en su familia.

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