jueves, 27 de febrero de 2014

Breve historia del Callejón del Vicio


Uno de los elementos de identidad del moderno Carnaval de Autlán es, sin lugar a dudas, el Callejón del Vicio. Dejando a un lado la polémica sobre las molestias y perjuicios que causa a sus vecinos y la conveniencia o no de reubicarlo, el Callejón tiene mucha importancia desde el punto de vista económico, pero quizás más desde el punto de vista social, al ser el lugar donde acaso se cumpla con mayor cabalidad una de las principales características de un Carnaval: el desenfreno y el olvido de los trabajos y penurias de todo el año mediante la socialización y el disfrute del placer.
Aunque la historia del Callejón es muy breve, comparándola con los casi 200 años que tiene el Carnaval, es bueno que entre cántaro y cántaro (o entre litro y litro o michelada y michelada) nos detengamos a pensar cómo fue que inició esta actividad.
El iniciador del Callejón del Vicio, aunque sin tener idea de la trascendencia que llegaría a tener, fue el señor Eduardo Díaz. Él asistió a las Fiestas de Octubre de Guadalajara en 1984, donde le llamaron la atención unos puestos de lámina de la refresquera Squirt, en los que se vendían cántaros con refresco de toronja mezclado con limón y sal. En ese viaje a Guadalajara también conoció el restaurante Cazuelas Grill, famoso por servir bebidas preparadas en unas cazuelitas de barro.
De estas dos ideas, Eduardo Díaz formó el concepto de los puestos de cantaritos con bebidas preparadas, instalando el primero de ellos en el Carnaval 1985, por la calle Bárcena, a un lado de la entrada a la Plaza de Toros. El permiso municipal le costó $30,000.00 pesos por los diez días de Carnaval (todavía no se le quitaban los tres ceros al peso). En esa época los cantaritos se servían con mezcal de Tonaya, que se traía en garrafas, refresco de toronja, un poco de hielo y fruta. Aquí, el señor Díaz asegura que les llegó a servir cantaritos a Chico Che y a Carlos Santana.
A partir del Carnaval 1988, él y los otros dos vendedores que ya había fueron reubicados a la Alameda, donde permanecieron dos Carnavales. Fue tanto el éxito de esta nueva actividad carnavalera que para 1989 ya eran 18 los puestos de cantaritos, ocupando el costado que da a la calle Constitución y a la escuela Paulino Navarro. Para 1990 comenzaron los primeros intentos por reglamentar a los puestos de cántaros: se les obligó a vender solamente bebidas que vinieran en botellas cerradas, ya no en las garrafas de Tonaya, los puesteros comenzaron a vender casi únicamente en vasos de unicel y fueron nuevamente reubicados, ahora a su actual sede de la calle Obregón.
En este nuevo lugar el conjunto de puestos de cantaritos recibió del pueblo su nombre de Callejón del Vicio, que algunas autoridades municipales han querido cambiar (infructuosamente) por el timorato de “Callejón de la Alegría” o “del Gusto”.
Desde que llegó a la calle Obregón el callejón no ha hecho más que crecer: ahora ocupa más de la mitad de la cuadra de esta calle entre Juárez y Bárcena, más casi una cuadra completa de esta última calle, los puestos ya casi no ofrecen cántaros pero sí una diversidad de bebidas e instalaciones que van desde la imitación de un antro hasta un simple puesto de metal, los precios de los permisos han tenido aumentos periódicos y las quejas de los vecinos han llegado a debates más o menos intensos en el salón de Cabildos del Ayuntamiento de Autlán, en la prensa y en las redes sociales.
Los intentos de la autoridad por reglamentarlo, más bien tímidos, han sido arrasados por la afición, ya irrefrenable, de los autlenses y visitantes hacia este espacio. Solo hay que recordar el intento de reubicarlo al interior del salón Mutualista, que tuvo que ser revocado ante las protestas de la gente y lo impracticable de la decisión.
Esto es solamente un breve esbozo de la evolución del polémico Callejón del Vicio, tan exitoso que ya ha sido copiado en lugares como El Grullo y Casimiro Castillo y tan polémico que cada año resurgen las exigencias de algunos por reubicarlo y la defensa de otros por mantenerlo en su lugar. Sea cual sea el concepto que tengamos de él, es ya un símbolo de nuestro Carnaval.

Fuentes:
  • Entrevista con el señor Eduardo Díaz Silva.
  • Entrevista con el señor Francisco Javier Salazar Mora.

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