Texto proporcionado por Sylvia H. Corona
Licenciado Agustín Corona Luna (Capítulo III, Págs. 97-102).
“El maestro y su obra fue una celebridad de Jalisco, que no ha sido debidamente valorada. La historia de su vida compite con la de algunos personajes de novela por los verosímiles sucesos y aventuras en que se involucró. Su vida se desarrolló en una persistente dicotomía: por un lado, fue un hombre recio, de leyes, convicciones ideológicas e inquietudes sociales; por otro, un enamorado compositor e intérprete de la guitarra y la mandolina con sensibilidad artística. Gracias a su preparación y proselitismo musical, germinó un renacimiento de la guitarra clásica en Guadalajara.
Aunque existen lagunas en gran parte de su historia, hay datos que permiten conocer lo más trascendente de sus logros y presentar una semblanza que revele su esencia humana.
Nació en Autlán de la Grana, Jalisco, el 28 de agosto de 1887. Sus primeros años los pasó en su tierra natal, donde aprendió a tocar la mandolina y la guitarra, ya que a fines del siglo XIX la gente de Autlán estaba influida todavía por las tradiciones españolas. Tenía afición por las rondallas y estudiantinas que se formaban como medio de recreación en el seno de familias y escuelas.
Los domingos tocaban en el kiosko de la plaza, pues los mariachis no habían penetrado todavía en la población. Su instrucción formal la recibió en Guadalajara, en el Liceo de Varones, donde fue condiscípulo de José Guadalupe Zuno, con quien llevo amistad toda su vida; ambos estudiaron abogacía. Durante la época de la Revolución Mexicana, siendo todavía soltero, Corona obtuvo un empleo en la Procuraría de Justicia de Colima. Desempeñaba este cargo cuando decidió levantarse en armas contra el gobierno, inconforme por los abusos que desde el poder se cometían en agravio del pueblo; de esta manera, no obstante que era un joven abogado de buena posición económica, se incorporó a la Revolución no sólo por afinidad ideológica, sino como militante activo en la lucha armada, ya que logró persuadir a un grupo de trabajadores de las casonas de manganeso de Autlán de rebelarse contra el gobierno; luego les consiguió armas y municiones para tal objetivo, convirtiéndose así en un insurrecto.
No pudo culminar su idealismo impregnado de audacia porque más tarde, debido a sus acciones rebeldes, lo apresaron y se le consideró a morir fusilado. Días antes de que se cumpliera la sentencia, tuvo la fortuna de ser rescatado por los mismos casoneros que él había sublevado, quienes asaltaron la cárcel donde Corona se encontraba. Imposible imaginar que no sólo salvaban al hombre, sino al futuro impulsor de la guitarra en Guadalajara, quien huyó del peligroso lugar y se escondió de las fuerzas represoras durante algún tiempo, para luego regresar a la vida pública en la ciudad de Guadalajara.
Contrajo matrimonio en 1924 con la señora Esperanza Flores, con la que tuvo tres hijos: Agustín, Fernando y Mario. En 1929, le ofrecieron un empleo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que lo obligó a mudarse a la ciudad de México, donde permaneció algunos años, para más tarde desempeñarse como jefe del Departamento Jurídico de la Secretaría de Economía Nacional.
Cabe hacer notar que en esta interesante etapa de su vida profesional siempre estuvo cerca de la guitarra, la que cultivó con la pasión que lo caracterizaba.
Aunque desde niño había aprendido a tocar música popular con guitarra y mandolina, fue en sus años de estudiante en Guadalajara cuando conoció al guitarrista tapatío Quirino Delgado, quien le enseño las bases técnicas para tocar la guitarra séptima, instrumento favorecido por muchos guitarristas jaliscienses del siglo XX que todavía se empleaba en aquel tiempo en muchas ciudades mexicanas.
En 1936, cuando residía en la ciudad de México, conoció a los hermanos Gonzalo y Alfonso López Gomina, brillantes músicos y guitarristas clásicos que conocían la escuela de Francisco Tárrega, guitarrista y compositor español del siglo XIX, y de Andrés Segovia, su más importante difusor en el siglo XX. Los hermanos López Gomina fueron los primeros en publicar en México una obra de enseñanza guitarrística para instrumento de seis cuerdas que titularon “Método técnico de guitarra y su digitación científica” (1935), que contaba con un romántico prólogo escrito por el doctor Juan Cedujo. En el método, los hermanos López Gomina conjuntaron todos los avances técnicos conocidos hasta ese tiempo y aportaron otros. Agustín Corona Luna aprendió con estos notables músicos la técnica más avanzada para la buena ejecución: la posición correcta de la mano y del brazo, el ataque de la cuerdas en forma perpendicular, ejecución de arreglos claros, glisados profundos, acordes uniformes, armónicos octavados nítidos, etcétera; y conoció las obras de grandes compositores para guitarra: Sanz, Sor, Coste, Aguado y Tárrega, entre otros. También aprendió composición y contrapunto, lo que le permitió dejar un repertorio de bellas piezas que después interpretarían muchos de sus alumnos.
El primer alumno de Agustín Corona fue su segundo hijo, Fernando, quien tenía aptitudes musicales y notable habilidad como ejecutante, por lo que, cuando residían en la ciudad de México, lo llevó a tomar clases con sus propios maestros, los hermanos López Gomina.
Cuando residía en la capital, Corona hizo amistad con el compositor Manuel María Ponce, gran amigo de Andrés Segovia. A finales de los años treinta, encontrándose este maestro español en México, Ponce invitó a su casa a don Agustín y a su hijo Fernando, entonces de doce años, para que lo escuchara Segovia, quien estaría ahí de visita. En la reunión Fernando, a petición del famoso guitarrista, tocó con soltura el estudio brillante de Alarde, que es muy difícil, lo que causó buena impresión en Segovia; no obstante, antes de manifestar su disposición a enseñar al muchacho, con autosuficiencia, le hizo algunas correcciones. Fernando nunca llegó a recibir clases de Segovia porque este residía en la ciudad de Montevideo, Uruguay, muy lejana para tal propósito, además de que la vocación de Fernando era la ingeniería.
En 1940, Agustín Corona fue trasladado a la ciudad de Querétaro como delegado de la Secretaría de Economía Nacional, donde residió hasta su regreso a Guadalajara en 1946. Con amplia sapiencia guitarrística, continuó cultivando la música con sus viejos amigos, con quienes formó un grupo instrumental al que llamaron “La Juventud Desenfrenada”. Pelearos en mano, Corona y un compañero suyo tocaban la mandolina, y los demás músicos, guitarras, mandurrias y mandochelos. Ejecutaban tan buena música, que en una ocasión, después de un concierto, una señora les preguntó: “Oigan, señores ¿y ustedes tocan por nota? A lo que uno de los músicos, que era muy ocurrente, contestó: “No, señora, nosotros tocamos por tamales, por pozole, por lo que usted nos dé”. Con esta respuesta el grupo revelaba su afición y poco interés por el dinero: sólo deseaban disfrutar de la música y compartirla con sus amigos.
Como las circunstancias de la vida modifican rumbos para bien o para mal, don Agustín participaría en un suceso inesperado. En 1948, al enviudar en Mexicali, Baja California, el doctor Mario Flores Hernández, hermano de Esperanza, la esposa del Licenciado Corona, quedó solo con su hijo Enrique de tan sólo un año. Como no estaba en posibilidades de atenderlo, trajo al niño a Guadalajara con su hermana y su cuñado, quienes se encargarían de su educación. Cuando el niño tenía ocho años, don Agustín comenzó a enseñarlo a tocar en una pequeña guitarra, como si fuera un juego. Años después, al ver que su pequeño alumno tenía talento, se esmeró en transmitirle todos sus conocimientos técnicos; de esta manera logró que su sobrino Enrique Flores se convirtiera en un concertista antes de cumplir los quince años.
Con este antecedente, en la segunda mitad de la década de los años cincuenta se dedicó a impartir clases de guitarra, ya que por estar jubilado disponía de tiempo, y qué mejor manera de ocuparse que enseñando guitarra clásica a los jóvenes.
En aquella época lo visitó en su casa de la calle Zaragoza el notable mexicano y compositor Domingo Lobato, entonces director de la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, con el fin de ofrecerle la Cátedra de guitarrista del plantel, que se encontraba vacante. A don Agustín le agradó la proposición, pues aunque era un hombre sencillo y modesto, el nombramiento de catedrático universitario en su retiro representaba un reconocimiento a su capacidad como maestro y una oportunidad de preparar estudiantes que difundieran el instrumento que había cultivado durante tantos años. Con el pensamiento y la voluntad puestos en este propósito, no obstante su edad, impartió clases con generosidad y entrega hasta su muerte.
Algunos de los numerosos discípulos que tuvo se dedicaron a la guitarra profesionalmente, entre los que destacan su sobrino Enrique Flores, Fernando Martínez, Guillermo Díaz Martín del Campo y Miguel Villaseñor, quienes más tarde fueron a su vez maestros de la mayoría de los nuevos valores que hoy se distinguen en Guadalajara y otras ciudades. También tuvo alumnos con facultades que cultivaron la guitarra con seriedad pero no pudieron consagrar su vida a ella por sus particulares circunstancias.
En 1965 fue operado de una afección de la próstata de la que no logró recuperarse, murió el 26 de julio del mismo año. Con la muerte del maestro Agustín Corona Luna se terminó la etapa que floreció la guitarra en Guadalajara, pues su labor dio como fruto a maestros concertistas que continuaron su labor y cumplirían su sueño de hacer que la guitarra clásica fuera conocida y admirada en todos ámbitos culturales.”
las autoridades municipales deberían reconocer la importante labor del maestro Agustín Corona a la música en el estado de Jalisco.
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