Aunque nacido en Mazatlán en
junio de 1912, hijo de inmigrantes españoles, Ramón Rubín puede considerarse
uno de los escritores jaliscienses más prolíficos del siglo XX, porque fue esta
la tierra que eligió para vivir la mayor parte de su vida y donde falleció en
el año 2000.
Reconocido como autor de novela y
cuento, aunque también produjo guiones cinematográficos y libros de texto sobre
temas de producción agropecuaria, así como monografías de lugares de Jalisco
(el lago de Cajititlán y el valle de Autlán); su vida bien pudiera servir como
inspiración para una novela: todavía muy joven acompañó a su padre a San
Vicente de la Barquera, España, lugar de origen de su familia, regresando a
Mazatlán en 1929. Con conocimientos de navegación adquiridos en distintos
periplos, se enroló como voluntario en un buque que llevaba armamento y parque
donado por el gobierno de Lázaro Cárdenas a los republicanos españoles en la
Guerra Civil, siendo atacados por la aviación franquista cerca de Gibraltar, aunque
sin recibir daño alguno.
En los años 50, ya avecindado en
Jalisco y dueño de una fábrica de calzado, se enfrentó intelectualmente a los
gobiernos federal y estatal, encabezado este último por el gobernador Agustín
Yáñez, al criticar agriamente el proyecto de desecación del lago de Chapala con
el objetivo de repartir tierras a campesinos. Años luz antes de la aparición de
Facebook y Twitter y de que se pusiera de moda el ecologismo, Ramón Rubín puso
en riesgo su patrimonio defendiendo efectivamente los recursos ecológicos de
Jalisco.
Según algunos biógrafos, sus
primeras lecturas fueron Robinson Crusoe y la obra de Emilio Salgari, todavía
en su infancia. Es posible que estas lecturas lo hayan movido a llevar la vida
de aventura que tuvo. Esta vida lo mantuvo lejos de la academia, por lo que no
tuvo una formación en las ciencias sociales, aunque su obra parecería decir lo
contrario.
Dueño de una prosa ágil y
vigorosa, alejada de los vericuetos de los intelectuales de escritorio, Rubín
describió fielmente en su obra al México postrevolucionario. Escribió cuentos (Los rezagados, Cuentos de la ciudad, Cuentos
del mundo mestizo) y novelas (El
callado dolor de los tzotziles, La
bruma lo vuelve azul, Cuando el
táguaro agoniza) en las que, junto con dramas desgarradores pero realistas
o situaciones humorísticas, ofrece un panorama detallado de la forma de vida y
cosmogonía de los diferentes grupos étnicos y sociales de México, desde los
grupos indígenas hasta los citadinos. Tampoco es que estos relatos salieran solamente
de su imaginación: para escribir sobre un grupo indígena, por ejemplo, antes
pasaba meses viviendo entre ellos, para conocerlos.
De El callado dolor de los tzotziles es este fragmento, que sirve de
ejemplo de su capacidad de observación de la psicología de los pueblos
indígenas de México:
“Cuando apareció un cuarto borrego muerto en las mismas circunstancias,
desesperados de la inutilidad de sus invocaciones a las potestades cristianas,
decidieron subir hasta la cumbre del monte Tzontehuitz, temiendo que fueran sus
antiguas deidades, que allí tenían su morada, las ofendidas.”
En Autlán vivió entre los años 70
y 80 y aquí escribió parte de su obra. Partiendo de los relatos que le hacían
las gentes del pueblo hizo algunos de los cuentos que después serían publicados
por la Secretaría de Cultura en el libro Cuentos
de espantos y espantados, escribió Pedro
Zamora. Historia de un violador con base en lo que le contaron algunos
ancianos a quienes entrevistó y mandó colaboraciones periódicas al diario El
Informador, de Guadalajara. También aquí escribió la monografía El valle de Autlán, una minuciosa y
crítica descripción de Autlán y su gente, del que se tomaron las citas que
ahora aparecen impresas en los pasillos del Museo Regional en Autlán. También
fue miembro fundador del Grupo Cultural Autlense, quien organiza un homenaje a
propósito del aniversario 102 de su natalicio.
Quizás por no haber sido nunca
cercano a ninguna de las mafias culturales de Guadalajara y a sus
enfrentamientos con el gobierno del Estado, don Ramón ha sido poco reconocido
en los medios intelectuales de Jalisco. Para colmo, en 1954 se le concedió el
Premio Jalisco a las letras (ya había publicado La bruma lo vuelve azul, quizás la mejor de sus novelas), pero lo
rechazó por cuestiones morales, al ser otorgado por el mismo gobierno que planeaba
desecar el lago de Chapala o que, por lo menos, no hacía lo suficiente por
defenderlo. Al final, este premio le fue entregado en 1997.
En
2000, año de su fallecimiento, y 2012, año de su centenario, solamente fue
recordado por algunos grupos culturales independientes, pero no por la
Secretaría de Cultura del Estado, por la autoridad cultural de ningún municipio
ni por la Universidad de Guadalajara.